El color con el que se identifican es el verde. El símbolo, un reloj de arena. Lo primero es casi obligatorio para cualquier movimiento que abrace causas ambientales; lo segundo intenta transmitir la idea de lo urgente, de que se termina el tiempo. De que “esto es una emergencia”, como reza una de las principales consignas que los activistas exponen en remeras y banderas en distintos puntos de Reino Unido. No se presentan como grupo o colectivo, sino como un movimiento –heterogéneo, diverso y descentralizado– que, bajo el nombre Extinction Rebellion, llevan a cabo desde hace diez días protestas callejeras para llamar la atención del gobierno británico sobre el cambio climático.
La ola de manifestaciones empezó el lunes 15, cuando miles de ecologistas se concentraron en tres de los puntos más concurridos del centro de Londres (el monumento Marble Arch, el área de Oxford Circus y el puente de Waterloo) y bloquearon las principales carreteras de la ciudad. “No hay un planeta B” y “La extinción es para siempre” fueron algunas de las frases que se repetían en las movilizaciones. Los reclamos son tres: que el gobierno de la primera ministra británica, Theresa May, declare el estado de emergencia climática y ecológica, y reduzca las emisiones de dióxido de carbono a cero para 2025; y que impulse la creación de una asamblea ciudadana para lidiar con las decisiones que afecten al calentamiento global.
Todas las exigencias fueron trasladadas ese mismo día a la gobernante en una carta en la que también solicitaron reunirse con representantes del gobierno. Los activistas advirtieron que esa era la primera de muchas manifestaciones que sucederían en los días siguientes. Y así fue. Hubo bloqueos a trenes, concentraciones en el aeropuerto Heathrow de la capital, e incluso protestas frente al Parlamento. El lunes, unos 100 integrantes de Extinction Rebellion trasladaron sus reclamos al Museo de Historia Natural de Londres. Allí, en un formato de protesta nuevo, los manifestantes se acostaron debajo del esqueleto de ballena azul que cuelga desde el techo de una de las salas del museo y permanecieron allí durante cerca de media hora.
La contracara del aumento de la visibilidad que el movimiento ganó desde el lunes 15 fue la detención de 1.065 personas por su vinculación con las protestas, según informó ayer la Policía Metropolitana. De ellas, 53 fueron acusadas de varios delitos, como alteración del orden público, obstrucción de la vía pública y desacato a la autoridad.
Extinction Rebellion anunció que el ministro de Medioambiente británico, Michael Gove, accedió ayer a reunirse con representantes de la plataforma y que, por eso, dará hoy por concluidas las protestas en Londres en una “ceremonia de clausura”. Sin embargo, un vocero del movimiento aclaró que las protestas podrían reanudarse si en ese encuentro no llegan a un acuerdo que responda a sus demandas.
El movimiento ecologista se fundó en mayo de 2018, cuando un pequeño grupo de activistas logró que un centenar de académicos firmara un manifiesto en reclamo de acciones reales contra el efecto invernadero. Unos meses después, comenzaron las primeras concentraciones, entre unos pocos. Hoy en día, el movimiento reúne a cerca de 30.000 miembros –según dijo el lunes en un comunicado– y ha logrado recaudar más de 380.000 dólares en donaciones que, en su mayoría, no superan los 13 dólares. “La primera fase ha sido un éxito”, aseguró Extinction Rebellion en el comunicado. “Hemos conseguido que nuestro mensaje llegue incluso a nuestros críticos”.
Es que después de un año el movimiento británico logró su objetivo principal, que era presionar a la clase política y activar a la sociedad ante la crisis medioambiental mediante actos de desobediencia civil, masiva y pacífica. Si bien la reunión con el ministro de Medioambiente es la consecuencia más contundente, los activistas también lograron que otros dirigentes políticos se refirieran al tema en público, tanto a favor como en contra. El alcalde de Londres, el laborista Sadiq Khan, apoyó el carácter pacífico de las protestas, aunque también opinó que acciones como paralizar los trenes podrían ser “contraproducentes”.
El ex ministro de Relaciones Exteriores Boris Johnson se mostró más crítico y en una columna en el diario The Telegraph dijo que si bien está a favor de que las emisiones de dióxido de carbono se reduzcan a cero, en su caso en 2050, “nada de eso se va a conseguir gracias a progres bien peinados, sino mediante avances tecnológicos liderados por el Partido Conservador”.