El mariscal libio Jalifa Hafter lanzó hace 20 días una campaña militar para lograr el control de Trípoli, una de las pocas zonas del país que le falta conquistar. Desde ese entonces, el autoproclamado Ejército Nacional Libio –encabezado por Hafter– se enfrenta a diario con las fuerzas leales a Fayez al Sarraj, quien todavía está al frente del gobierno de Trípoli, impuesto por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y apoyado por la Unión Europea (UE).

Los enfrentamientos en Trípoli ya dejaron 264 muertos y 1.266 heridos, según informó ayer el portavoz de la Organización Mundial de la Salud, Tarik Jasarevic, quien precisó además que 21 de los fallecidos eran civiles. Por otro lado, la ONU aseguró que 35.000 personas se vieron obligadas a abandonar sus hogares. La ONU pidió a las partes del conflicto un alto el fuego o, al menos, pausas humanitarias para permitir evacuar civiles y heridos y suministrar ayuda a las poblaciones afectadas. Por el momento, no ha tenido éxito.

Las expectativas de que la violencia termine pronto se cayeron el lunes cuando las fuerzas de Hafter anunciaron el inicio de una “segunda fase” de su ofensiva en el sur de Trípoli. Según dijeron miembros del Ejército Nacional Libio a la agencia de noticias Efe, la nueva etapa incluye los objetivos de fortalecer la posición en el aeropuerto internacional de Trípoli –punto clave para el control de toda la ciudad– y ampliar el cinturón de seguridad que lo rodea para poder usarlo como base logística para extender la batalla a los barrios del norte.

Al Sarraj cuenta con el apoyo de la ONU y la UE, aunque el bloque europeo no es unánime porque Francia ya anunció que respalda a Hafter. El mariscal también tiene el respaldo de Egipto y Emiratos Árabes Unidos, y la semana pasada sumó el del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien dijo que está a favor de la “transición de Libia” que lidera Hafter hacia “un sistema político estable y democrático”.