Los resultados de las elecciones parlamentarias del domingo 14 en Finlandia dejaron un panorama político fragmentado y dieron una fuerte señal hacia el resto de Europa. Después de 20 años, los socialdemócratas volvieron a ser el partido más votado, pero fue la primera vez que ninguna formación llegó a 20% de respaldo. Los vencedores superaron por apenas 6.800 votos al ultraderechista Partido de los Finlandeses, antes llamado Partido de los Verdaderos Finlandeses.
El Partido Socialdemócrata, liderado por Antti Rinne, logró 17,7% de los votos, lo que se traduce en 40 escaños en la conformación del próximo Eduskunta, el parlamento finlandés. La ultraderecha, que reunió 17,5% de apoyo, contará con apenas un legislador menos, 39.
En este escenario, Rinne ya comenzó una ronda de contactos con líderes de otros sectores para poder conformar un gobierno de coalición y asumir como primer ministro. Un aliado natural de los socialdemócratas es Los Verdes. Con 11,5% de apoyo, es el partido que más creció desde las elecciones anteriores, realizadas en 2015. Pero incluso así, la unión de los dos sectores sólo suma 78 de los 200 escaños en el Parlamento, donde necesita la mayoría absoluta de 101. Por lo tanto, Rinne tendrá que buscar el respaldo de al menos dos organizaciones políticas más. Se prevé que recurra al Partido Popular Sueco, que obtuvo 4,5% de votos y nueve escaños. Se trata de una organización política histórica que vela por los derechos de la minoría sueca que vive en el país, y que suma cerca del 5% de la población total de Finlandia. Rinne también podría sumar a la alianza de gobierno a los cristianodemócratas, que obtuvieron 3,9% de los votos, que se traducen en cinco escaños.
Las negociaciones duras no son una novedad para Rinne, de 56 años, que es un abogado laboral con un corto trayecto en el mundo de la política pero con amplia experiencia en el ámbito sindical, donde se desempeñó durante años. Fue un defensor tenaz de los derechos de los trabajadores, convocó huelgas y se convirtió en el representante sindical más conocido del país, al frente de la principal central de trabajadores del ámbito privado de Finlandia.
Las conversaciones para formar gobierno pueden llevar semanas –en 2011 se extendieron durante casi dos meses–, pero la intención de Rinne es poder conformar su Ejecutivo antes de las elecciones europeas del domingo 26 de mayo. Si lo logra, daría una señal positiva hacia la Unión Europea (UE), a la que Finlandia ingresó en 1995 y cuya presidencia rotativa asumirá el 1º de julio.
Crisis a la finlandesa
Las elecciones del domingo, que devolvieron la mayoría a los socialdemócratas, tuvieron como antesala la renuncia en marzo del ex primer ministro Juha Sipilä, líder del Partido del Centro, quien había comandado el Ejecutivo desde 2011 en un gobierno de coalición de centroderecha. Su salida se debió a que no logró llevar adelante su reforma del sistema de salud y bienestar social, algo que él mismo consideró un fracaso.
Preocupado por el elevado costo del sistema en un contexto de envejecimiento de la población, Sipilä se fijó como uno de sus principales objetivos frenar la deuda del país, llevando a cabo reformas para ahorrar 3.000 millones de euros en una década.
Según informó la BBC, las medidas de austeridad, que significaron la reducción de servicios sociales y la congelación de las pensiones, tuvieron efecto. El Estado finlandés el año pasado logró reducir su deuda pública por primera vez en una década. Pero las reformas fueron tremendamente impopulares y muy controvertidas políticamente. Pusieron en cuestión el Estado de bienestar, pilar del modelo social de ese país, que está en los primeros puestos en el mundo en una gran cantidad de indicadores: tiene un sistema educativo excelente, bajísimos índices de corrupción, un sistema judicial independiente y confiable, un sistema electoral con garantías plenas y una libertad de prensa ejemplar.
Los recortes llevados adelante por Sipilä y su gobierno posibilitaron el aumento de la popularidad de los socialdemócratas, que capitalizaron en las urnas el creciente sentimiento de incertidumbre entre los votantes de mayor edad y de ingresos más bajos. No es un dato menor que en 2018 los mayores de 65 años equivalían a 21,4% de la población finlandesa. Ese porcentaje es el cuarto más alto de la UE y coloca al país detrás de Alemania, Portugal, Grecia e Italia, según cifras de Eurostat, la oficina estadística de la Comisión Europea.
Así como creció en respaldo la socialdemocracia, el otro hecho significativo de las elecciones finlandesas hacia adentro del país y también en clave regional fue la buena votación que lograron los ultraderechistas del Partido de los Finlandeses, que arañaron el primer puesto.
Este partido se comenzó a destacar en el panorama político luego de obtener una muy buena votación en 2011, cuando bajo el nombre de Partido de los Verdaderos Finlandeses obtuvo 19,05% de los votos, un porcentaje incluso mayor que el conseguido en estos comicios. Se ubicaron entonces como la tercera fuerza política del país. El partido perdió un escaño en las elecciones de 2015, después de las cuales se integró al gobierno liderado por Sipilä, pero, contra todos los pronósticos, recobró su vigor este año. Lo consiguió bajo el liderazgo de Jussi Halla-aho, un lingüista de 47 años que con su carisma logró captar nuevamente la atención de los votantes y también de los analistas políticos locales y europeos.
Un sector de la población finlandesa es históricamente reacio a la izquierda en general y al comunismo en particular –las dos guerras que enfrentaron al país con la Unión Soviética en el marco de la Segunda Guerra Mundial fueron determinantes para esto–, y de ese caldo de cultivo nació en 1959 el Partido Rural Finlandés, una organización populista y nacionalista de la que desciende directamente el Partido de los Finlandeses, fundado en 1995. Esa llama se mantiene encendida en el discurso de Halla-aho, aunque ahora la retórica se ha convertido en un discurso nacionalista antieuropeo, que tiene como una de sus principales banderas la lucha contra la inmigración y la restricción de las políticas de asilo vigentes en el país. El partido está decididamente en contra de la acogida de refugiados y pretende que la seguridad social y otros servicios que brinda el Estado –entre ellos el de la salud– sean exclusivamente para los ciudadanos naturales finlandeses.
Según informó la agencia de noticias Reuters, Halla-aho fue multado por el Tribunal Supremo en 2012 por comentarios publicados en su blog en los que vinculaba al islam con la pedofilia y a los somalíes –una de las comunidades más grandes de inmigrantes que existen en Finlandia– con el robo.
Dueño de un carisma muy particular, algo poco usual en el espectro político finlandés, Halla-aho también minimizó otro de los principales temas que estuvieron en debate durante la campaña electoral: el cambio climático. El Partido de los Finlandeses fue el único de todos los que participaron en las elecciones que durante la campaña sostuvo que el gobierno no debería acelerar la reducción de las emisiones de carbono para combatir el cambio climático. “Finlandia no es capaz de salvar el mundo. Ya hicimos lo que nos corresponde”, afirmó Halla-aho en referencia a este tema, según citó la BBC.
La buena votación del Partido de los Finlandeses causó regocijo entre los ascendentes grupos de extrema derecha del continente, que pretenden ser el principal bloque dentro del Parlamento Europeo.
El lunes 8, en Milán, bajo el auspicio de Matteo Salvini, líder de la Liga Norte italiana, se lanzó la Alianza Europea de los Pueblos y las Naciones. Esta organización, que apunta a reunir a la extrema derecha para las elecciones europeas de mayo, nuclea, además de al partido de Salvini, al Partido de los Finlandeses, a Alternativa para Alemania y al Partido Popular Danés. “El objetivo es llegar a ser el primer grupo [parlamentario] europeo, el más numeroso. Tenemos el objetivo de ganar y cambiar Europa”, afirmó Salvini en esa ocasión.