Del 23 al 26 de mayo se elegirán los integrantes del Parlamento Europeo, con sede en la ciudad francesa de Estrasburgo, el único órgano de la Unión Europea (UE) que es elegido directamente por los votantes. En el total de los 28 estados miembro de la UE, cerca de 400 millones de ciudadanos podrán elegir a los 751 integrantes del próximo parlamento regional.

Entre estos votantes están incluidos los de Reino Unido, que participará en las elecciones porque forma parte del bloque, a pesar de que tramita su salida, prevista para el 31 de octubre. Una vez que el brexit se concrete, las 73 bancas que le corresponden a Reino Unido en el Parlamento Europeo se le retirarán. De esos escaños, 46 se eliminarán y 27 se redistribuirán tomando en cuenta el principio de proporcionalidad decreciente. Este sistema determina que los países con mayor población deben tener más diputados en el Parlamento que los países menos poblados, pero estos últimos obtendrán más escaños de los que deberían tener en caso de que la repartición obedeciera a una proporcionalidad estricta.

Los candidatos se presentan de manera individual entre los partidos nacionales de cada Estado. Una vez finalizados los comicios, los diputados de partidos de diferentes países con ideologías y políticas comunes suelen hacer alianzas para formar lo que se conoce como los grupos políticos. Esos bloques establecen una agenda común y actúan según la dirección de la bancada. Para ser reconocidos, los grupos deben contar con al menos 25 integrantes de siete países distintos. Aunque normalmente se forman poco después de las elecciones, también pueden constituirse ya avanzada la legislatura.

Actualmente hay ocho grupos parlamentarios. El mayoritario es el derechista Partido Popular Europeo, que cuenta con 217 representantes (29% del total), luego viene la socialdemócrata Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas, con 186 escaños (25%), seguida por los Conservadores y Reformistas Europeos, con 75 lugares (10%), y en cuarto lugar aparece la Alianza de los Liberales y Demócratas por Europa, con 68 escaños (9%). La Izquierda Unitaria Europea tiene 52 bancas (7%), la misma cantidad que los ecologistas de centro. A su vez, los euroescépticos de derecha del grupo Europa de la Libertad y la Democracia Directa tienen 41 diputados (6%), y el bloque de Europa de las Naciones y de las Libertades, ultraderechista, cuenta con 37 representantes (5%). Otros 22 diputados europeos son independientes y no están incorporados a ningún grupo.

El Parlamento –junto con el Consejo de la UE y la Comisión Europea– es una de las instituciones centrales del bloque que participan en la legislación regional. De esta manera el órgano legislativo tiene un impacto directo en la vida de los europeos, porque toma decisiones respecto del mercado interior, la digitalización y la protección de datos, la seguridad alimentaria, el transporte, la protección del clima y del medioambiente y la inmigración.

Es por esta razón que muchos sectores políticos y sociales ven con enorme recelo la posibilidad de que todos los grupos de extrema derecha, en ascenso en una buena cantidad de países europeos, conformen un bloque común que pase a ocupar un papel decisivo dentro del próximo Parlamento. Tal es la relevancia de las próximas elecciones de la UE que en el sitio deutschland.de –portal patrocinado por el gobierno alemán– se afirma: “Debido al creciente nacionalismo en muchos países miembros de la UE, los populistas de derecha críticos de la UE ganan influencia. Por eso está en juego la unidad interna de Europa y es importante que todos los demócratas acudan a las urnas”.

En estas elecciones el voto no es obligatorio, y en los últimos comicios europeos, los de 2014, el porcentaje de participación no llegó a 45%. Fue el más bajo en la historia de estas elecciones, que comenzaron en 1979.

Se prevé que el crecimiento de la extrema derecha en buena medida sería en detrimento del derechista bloque popular, actualmente el más grande del parlamento. Ese avance no es casual, sino que es fogoneado desde hace largos meses. Uno de los artífices de esta unión de sectores nacionalistas, xenófobos, antieuropeístas, racistas, contrarios a la inmigración e islamófobos es el experto en medios estadounidense Steve Bannon, quien dirigió la campaña electoral de 2016 que llevó a Donald Trump a la presidencia estadounidense.

El año pasado Bannon fundó en Roma el grupo denominado The Movement, que tiene como principal figura política al ministro del Interior italiano y líder de la Liga Norte, Matteo Salvini. En este marco, Bannon estableció oficinas en Bruselas desde donde se coordina el apoyo teórico, logístico y financiero a las formaciones políticas ultraderechistas del continente. El publicista estadounidense –que el año pasado también apoyó durante su campaña electoral al actual presidente brasileño, Jair Bolsonaro– apunta, tal como afirmó en una entrevista realizada meses atrás, a sacudir los cimientos de la UE para que de ella surjan “estados nación reforzados y libres del control de Bruselas”.

El temor al crecimiento de la extrema derecha en el Parlamento Europeo tiene bases sólidas en Europa. Esos sectores están representados en 18 parlamentos de la UE, en siete países ya participan en el Ejecutivo o lo apoyan desde el Parlamento, y en dos casos, Hungría y Polonia, son gobierno. En Hungría, llegaron al poder con el partido Fidesz, de Viktor Orbán, y en Polonia son representados por el ultracatólico Ley y Justicia, que prometía “limpiar las cañerías” de burócratas corruptos y políticos globalistas y liberales que querían liquidar las tradiciones y la cultura polacas.

Según una investigación llamada “La franquicia antimigración”, realizada por la Fundación por Causa y difundida la semana pasada en el diario madrileño El País, dentro de la UE hay al menos 36 partidos de 26 países integrantes del bloque que podrían formar parte del gran conglomerado ultraderechista que aspira a conquistar el parlamento de Estrasburgo.

Entre los partidos más conocidos dentro de este espectro se encuentran los mencionados Liga Norte italiana y el Fidesz húngaro, así como la Agrupación Nacional francesa que encabeza Marine Le Pen, la ultraderechista Alternativa para Alemania, el Partido de la Libertad austríaco, el Jobbik húngaro, el Partido Popular Danés, los Demócratas Suecos, el Partido de los Finlandeses –que arañó el primer puesto en las elecciones legislativas de abril–, el Partido por la Libertad holandés, de Geert Wilders, y los griegos de Amanecer Dorado.

Los últimos en sumarse a este grupo fueron los españoles de Vox, liderados por Santiago Abascal, que en los comicios realizados el 28 de abril fueron la quinta fuerza más votada, con 10,3% de los sufragios. En esas elecciones, Vox obtuvo 24 representantes en el Parlamento español, que no contaba con representantes de la ultraderecha.

De acuerdo con lo expuesto en “La franquicia antimigración”, la xenofobia constituye un argumento particularmente útil para la expansión del movimiento. El discurso antiinmigración no solamente explota argumentos económicos, identitarios y de seguridad, sino que utiliza como chivo expiatorio a determinados grupos –musulmanes, pobres, personas indocumentadas– que despiertan recelo entre la población.

Las migraciones, incluso las que ocurren dentro de un mismo país, son relatadas como una amenaza y un fracaso de un modelo de desarrollo que multiplica los beneficios de élites y mafias a costa de la prosperidad de las clases medias en los países de acogida. Se presentan como consecuencia de la decisión de los gobiernos de ceder la soberanía que les permitiría defenderse. Toda esta base teórica se expande a través de una aceitada maquinaria que incluye medios de comunicación y redes sociales públicas y privadas, la microsegmentación de los destinatarios y el cuestionamiento permanente de la agenda social y ambiental de partidos socialdemócratas o liberales, según el país del que se trate.

Pese a la percepción que existe acerca del crecimiento de la ultraderecha, de acuerdo con la última encuesta de intención de voto, difundida por la propia UE a mediados de abril, este bloque no ganaría tantos escaños adicionales en el Parlamento. Según el informe elaborado por el Parlamento Europeo en base a consultas realizadas en cada uno de los 28 países integrantes del bloque, el crecimiento del grupo de extrema derecha sería muy limitado: pasaría de los actuales 41 representantes a 45, y su mayor crecimiento se daría en Alemania e Italia.

El Partido Popular Europeo perdería unos cuantos lugares –pasaría de 217 a 180–, pero seguiría siendo el bloque mayoritario, por encima de los Socialistas y Demócratas –que reduciría su bancada de 186 a 149 escaños–. De acuerdo con el sondeo, uno de los grandes ganadores de las elecciones sería la Alianza de los Liberales y Demócratas por Europa, que saltaría de 68 a 76 escaños, lo que los convertiría en la tercera fuerza parlamentaria.