Una encuesta elaborada y divulgada ayer por el diario Folha de São Paulo marca que luego de los primeros seis meses de gobierno del ultraderechista Jair Bolsonaro, el país se encuentra políticamente dividido en tres partes. De acuerdo con la opinión de 33% de los entrevistados, Bolsonaro ha hecho hasta ahora un trabajo bueno o muy bueno, mientras que 31% entiende que su tarea ha sido regular y 33% calificó de malo o pésimo el desempeño presidencial. En la encuesta, que se llevó a cabo entre el 4 y el 5 de julio, se entrevistó a 2.860 personas mayores de 16 años en 130 ciudades brasileñas, con un margen de error de 2%.

Con este índice de aprobación, Bolsonaro se ubica como el presidente menos popular durante su primer mandato desde la presidencia de Fernando Collor de Mello, en 1990. Después de seis meses en la presidencia, Collor recibía una aprobación casi igual a la de Bolsonaro, pero sólo tenía 20% de rechazo. Los demás mandatarios tuvieron mejores índices de aprobación en su primer mandato. Estos números se dieron a conocer en un momento en el que Bolsonaro está promoviendo algunos cambios en su entorno más cercano, reduciendo el poder de los militares que integran su gestión.

Además, el presidente sigue sin poder consolidar una base de apoyo a sus iniciativas en el Congreso. Si bien consiguió, después de hacer algunas concesiones, que una comisión del Congreso aprobara su proyecto de reforma de la previsión social –su iniciativa más importante en lo económico–, la aprobación del texto en el pleno de las cámaras no será sencillo y por ahora parece un objetivo lejano.

Desde abril hubo dos manifestaciones populares convocadas por redes bolsonaristas para apoyar al gobierno, que también en estos meses tuvo que afrontar grandes movilizaciones populares en su contra, en particular de estudiantes, gremialistas y militantes de partidos de izquierda, quienes se oponen a los recortes en la educación y también a la reforma previsional, además de reclamar por la liberación del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva. En la movida oficialista más reciente, que tuvo lugar el domingo 30 de junio, la principal consigna era la defensa del ministro de Justicia, Sérgio Moro, quien está pasando por un incomodísimo momento luego de la divulgación, por parte de The Intercept y otros medios brasileños, de conversaciones que pusieron en tela de juicio su rol en la operación Lava Jato, que entre otras consecuencias provocó el encarcelamiento de Lula.

En medio de esta tormenta política, ayer se supo que Moro solicitó una semana de vacaciones, novedad que se hizo pública en el Diario Oficial. Según se informó, el ex juez va a estar alejado del cargo entre el 15 y el 19 de julio para tratar asuntos particulares. Una de sus últimas apariciones públicas tuvo lugar el domingo, cuando estuvo al lado de Bolsonaro durante la final de la Copa América que se disputó en el estadio Maracaná, en Río de Janeiro.

Apegado a su perfil bajo, Moro apenas se manifestó durante el partido, mientras que Bolsonaro se sacó fotos con partidarios, gritó efusivamente los goles de la selección y entró a la cancha al finalizar el encuentro para participar en la ceremonia de premiación.

En el campo de juego saludó a los campeones, que en la mayor parte de los casos lo retribuyeron, aunque hubo dos excepciones: el zaguero Marquinhos, que aprovechando una distracción del mandatario siguió de largo y no lo saludó, y la más notoria, la del técnico Tite. El entrenador, quien hace algunos años había manifestado su simpatía por Lula, le dio la mano a Bolsonaro, pero cuando el presidente intentó darle un beso y abrazarlo opuso una elegante resistencia y siguió saludando al resto de las autoridades presentes en el podio. Luego, durante la conferencia de prensa, Tite se incomodó cuando un periodista extranjero le preguntó por la presencia de Bolsonaro dentro de la cancha. El entrenador evitó referirse al tema, pero cuando un periodista brasileño insistió sobre el tema tema, dio por terminada la cuestión: “Sólo de fútbol. No quiero hablar de otra cosa”.