Son varios los hitos políticos que marcaron los últimos años en Brasil: la destitución de Dilma Rousseff en un cuestionado juicio político que dejó en su lugar a Michel Temer, en agosto de 2016, la detención de Luiz Inácio Lula da Silva en abril de 2018 y la elección de Jair Bolsonaro como presidente en octubre de ese mismo año. Cuatro mujeres brasileñas vivieron todo ese proceso político mientras dirigían sus documentales acerca de distintos movimientos sociales, y el impacto se sintió en sus miradas, sus percepciones y hasta sus esperanzas. Los documentales fueron incluidos en esta edición de DocMontevideo y las cuatro contaron sus experiencias en “Brasil: miradas de la resistencia”, una mesa redonda organizada por la diaria y moderada por Soledad Platero.

Eliza Capai dirigió Espero tu (re)vuelta, que muestra las ocupaciones estudiantiles de San Pablo en 2015. Contó que cuando vio cómo actuaba el movimiento se quedó enamorada de lo que veía. “Pensé que era una película con final feliz, que era el principio de una era de más justicia social”, contó. Pero después Bolsonaro ganó las elecciones. “Ahí comprendí el triste final de la historia, porque es un presidente que llega al poder prometiendo que va a terminar con las resistencias en Brasil”.

Petra Costa, directora de Al filo de la democracia, registró el proceso político que empezó con las movilizaciones contra Rousseff y terminó con la asunción de Bolsonaro. En 2014, después de las elecciones en las que la presidenta fue reelecta, Costa pensó que “ya había pasado la tensión política” que se había registrado antes, pero volvieron las protestas contra Rousseff. “Quedé muy shockeada, un mar de gente vestida de amarillo y verde, muchos pidiendo el regreso de la dictadura militar o de la monarquía”, relató. “Me quedé muy impactada y con deseos de comprender de dónde salía tanta rabia, entonces me quedé en las calles filmando” hasta la asunción de Bolsonaro.

Camila Freitas dirigió Suelo, una película que se filmó durante cuatro años siguiendo distintas acciones del Movimiento de los Sin Tierra (MTS), particularmente la ocupación de una hacienda en el estado de Goiás. La ocupación ocurrió durante el gobierno de Rousseff y exigía, entre otras cosas, más medidas para promover la reforma agraria y la redistribución de la tierra. “Era un momento muy diferente”, porque si bien el movimiento exigía más al Ejecutivo, “era un gobierno con el que había una posibilidad de diálogo”. Después asumió Temer: “Todo cambió y tuve que transformar la película”. “El movimiento ya no podía presionar porque no había diálogo. Era el gobierno de Temer y se acercaba el de Bolsonaro, entonces la situación cambió durante la realización de la película”, repasó.

Natasha Neri fue la directora de Letal, un documental que acompaña el caso de cinco jóvenes asesinados en una favela por un comando de la Policía Militar, que disparó 111 veces contra el auto en el que viajaban. “Es un proceso histórico de genocidio de la población negra y pobre de las favelas, desde siempre”, afirmó, antes de criticar que los medios de comunicación brasileños no informan sobre esa realidad como deberían. Su película también se vio afectada por los cambios políticos: “Filmamos durante dos años y medio, terminamos en 2018, y este año la película se vuelve aun más actual, porque tenemos a un gobernador en Río de Janeiro que dice que se puede apuntar a la cabeza y disparar”, dijo, en referencia al ex juez Wilson Witzel. Si la situación era dramática antes, ahora es “fatal”, aseguró.

Eliza Capai, Espero tu (re)vuelta), Camila Freitas (Suelo), Soledad Platero, Natasha Neri (Letal) y Petra Costa (Al filo de la democracia), durante el panel: Brasil, miradas de la resistencia.

Eliza Capai, Espero tu (re)vuelta), Camila Freitas (Suelo), Soledad Platero, Natasha Neri (Letal) y Petra Costa (Al filo de la democracia), durante el panel: Brasil, miradas de la resistencia.

Foto: Sandro Pereyra

Miedos y la vereda del sol

Tanto Freitas, que estaba con el MST, como Neri, que trabajaba junto con las madres de los jóvenes negros asesinados en las favelas, contaron que a ellas les generó mucha angustia la victoria de Bolsonaro, mientras en el entorno en el que estaban grabando se mostraron menos abrumados: la lucha se hacía más necesaria, pero nunca había cesado. “Desde el MST me dijeron ‘es otro gobierno que tenemos que enfrentar, cambia, pero no vivíamos en un paraíso’”, comentó Freitas.

A su vez, Neri relató que la noche que Bolsonaro ganó las elecciones ella recibió una llamada de una de las madres de víctimas de la Policía, que le preguntó por qué estaba angustiada. Cuando le contó, recibió como respuesta: “Hace 500 años que nosotros, los negros, estamos luchando, ¿qué pasa? ¿Vas a llorar ahora?”. Neri pensó entonces: “Soy blanca y privilegiada, no tengo la Policía con su fusil en mi casa”. Ayer, en la mesa redonda, agregó que las cuatro documentalistas presentes eran “blancas, mujeres y de clase media”, y que el paso siguiente hacia la integración sería que hubiera entre ellas mujeres negras. “Todavía hay que luchar un poco más para que haya mujeres negras en lugares como este”, señaló.

Algo similar le sucedió a Capai, que cuando asumió Bolsonaro tuvo miedo por la situación de los estudiantes que aparecen en su documental, especialmente por dos de sus protagonistas, que son negros. Les ofreció no aparecer y ellos le respondieron que no, porque la película se necesita “hoy más que nunca”. Ella percibió entonces que para los sectores más vulnerables no cambiaba tanto quién estuviera en el gobierno, o al menos no en la misma medida en que afecta a la clase media.

La criminalización de la protesta es un proceso que se ha intensificado en los últimos años, señalaron las directoras, y es importante que desde la cultura se presente otra narrativa, coincidieron. En el caso de los jóvenes negros asesinados en las favelas de Brasil, ni siquiera hay protesta: sólo criminalización. “Siempre se dice que eran traficantes”, por lo cual a las madres “les vienen ganas de decir quiénes eran sus hijos”, dijo Neri. “Y no hay miedo que detenga a esas mujeres. Ya perdieron a sus hijos, y si no hablan por sus hijos, ¿quién lo va a hacer?”.

La directora recordó a Marielle Franco, la edila de Río de Janeiro que fue asesinada el año pasado y que, contó, acompañaba a las madres de las víctimas de la Policía. Su asesinato fue “un mensaje para todos los activistas de derechos humanos, para toda gente que lucha para denunciar la violencia policial y la mafia, que en Río se llama ‘milicia’ y que controla más favelas que los narcotraficantes y tiene más poder”. Neri dijo que al día siguiente del asesinato “todas las mujeres se fueron a la calle para su funeral y no tenían miedo”, y también que una de las madres afirmó: “Marielle era como una madre para nosotros y ahora es nuestra hija. Vamos a luchar hasta el final por su memoria y la de nuestros hijos”. Esas mujeres, señaló la directora, ya no tienen qué perder, y ahora “tienen que hablar por ellas, por sus hijos y por los de las otras miles de madres cuyos hijos también fueron asesinados”. Agregó: “Con ellas aprendimos a no tener miedo”.

Religión y representación política

“Creo que en Brasil perdimos el diálogo, también desde nuestro lado”, opinó Capai, quien contó que se pregunta cómo se puede hacer para “seguir con la capacidad de soñar” cuando por un lado hay que “estar abiertas para comprender que tal vez las cosas que creímos no son las mejores, y por otro seguir saludables cuando todo lo que somos es cuestionado”. “Para mí no es posible soñar con un Brasil sano otra vez”, dijo.

Las directoras coincidieron en que se ha generado un vacío en lo político partidario en las clases más bajas de Brasil, que ha sido ocupado en algunos casos por los movimientos sociales que registran en sus documentales, pero sobre todo por la religión. “En 1982 había un diputado evangélico en Brasil y hoy hay más de 200”, ilustró Costa. También señaló que durante los gobiernos del Partido de los Trabajadores no se construyó un relato para que la gente encontrara una relación entre las políticas de Estado que eran promovidas y las mejoras sociales, y eso permitió que las iglesias evangélicas fueran “muy eficaces en transmitir otra narrativa: que crecieron por sus propios logros y por la ayuda de Dios”.

Freitas recordó una escena en la que se vio claramente el vínculo entre la política y la religión: cuando en la votación para iniciar el juicio político a Rousseff los diputados votaban “en nombre de Dios y de la familia”. Capai señaló que Bolsonaro cuenta con “un apoyo institucional muy fuerte de las iglesias, de los diputados y de la tele”,en particular de la cadena Record, cuyo dueño es un evangélico. Para los sectores evangélicos, agregó, “hay blanco o negro”, sin grises.

Por su parte, Neri planteó que la política partidaria ha dejado de representar a algunos sectores en Brasil. Como ejemplo, recordó: “Incluso los partidos de izquierda enviaron al Ejército a las favelas”. Las madres de los asesinados por la Policía “no tienen partido; hay partidos que las reciben más que otros, pero ellas tienen su forma de hacer política, que se hace de manera local y presionando a las instituciones”. Agregó que “las madres no son gobernables, no tienen partido, y se van a pelear con quien sea”.

Al referirse a la falta de vínculo entre la elite política brasileña y la población, sobre todo sus sectores más bajos, Costa señaló particularmente la construcción de Brasilia como capital del país. “Fue un gran error, una tragedia de planificación de una persona muy bien intencionada”. Consideró que los impulsores de ese proyecto “pensaron en todo menos en dónde iba a estar la gente”, lo cual “es muy irónico y trágico”, porque la política se hace lejos de donde está la ciudadanía o donde se llevan a cabo las manifestaciones. “Temer no habría sobrevivido si hubiera estado en Río”, donde se desarrollaron las mayores manifestaciones en su contra, opinó. “Es esencial que la política sea hecha en un gran centro metropolitano, donde la gente pueda ir y llegar a la puerta del lugar en el que está el presidente y expresar sus sentimientos”, agregó.