Los grandes movimientos migratorios del Sahel hacia el norte de África son recurrentes desde mediados del siglo XX. Miles de personas viajan a países del Magreb como Argelia, Libia o Egipto, o incluso cruzan el Mediterráneo para llegar a Europa en busca de una vida mejor, huyendo ya sea de conflictos, de la pobreza o del cambio climático. Hasta hace relativamente poco, los migrantes se dirigían rumbo al norte en camiones por precios relativamente bajos y pagando algunos sobornos en puntos fronterizos. Era una inmigración irregular y poco controlada, pero no por ello esos viajes eran ilegales ni clandestinos. Pero a partir de la década de 2000 Europa puso en marcha una estrategia de fronterización en el norte de África, como primer paso para frenar la llegada de migrantes.

Desde entonces estos recorridos pasaron a ser más difíciles, y se oficializó toda una red clandestina de profesionales dedicados a la logística de estos tránsitos, por los que obtenían importantes ganancias, en ocasiones mayores que con el comercio de armas o drogas. Se calcula que las mafias de migrantes lograron unos beneficios de entre 255 y 300 millones de dólares sólo en Libia en 2015, sin contar con que sus operaciones se extienden desde los países de origen hasta Europa. Hoy en día estas mafias son actores indispensables para entender la migración en África: cerca de 80% de la migración irregular de África a Europa se da gracias a algún tipo de contrabandista.

Llegados a este punto es imprescindible hacer una distinción dentro de este tipo de organizaciones. A menudo son denominadas mafias tanto las redes especializadas en la introducción clandestina de migrantes en otros países de una manera voluntaria como las verdaderas mafias de trata de personas. Aunque muchas veces las diferencias se difuminan a lo largo del viaje, este artículo se centrará en las primeras de ellas: las redes clandestinas de contrabando de migrantes que voluntariamente emprenden el viaje. Aunque cada ruta es distinta, hay un cierto patrón generalizado en todas esas redes que, lejos de ser una mafia jerárquica y centralizada, se tratan más bien de un conjunto difuso de acuerdos puntuales entre distintos actores a lo largo del camino, que se adaptan y modifican de manera constante. De ahí que las rutas sean también cambiantes, y que lo único establecido sea el origen del que se parte y el destino al que se quiere llegar.

El punto de partida suele ser el reclutador, cuya función es organizar las distintas etapas y los intermediarios o facilitadores a cargo en cada una de ellas. En la mayoría de los casos el reclutador es de la misma nacionalidad que los migrantes, y en ocasiones son ellos quienes reciben el dinero total del viaje y van pagando a los intermediarios. La lógica detrás de estos reclutadores es similar a la que podría darse en una agencia de viajes: garantizan asistencia durante el tránsito y procuran que buena parte de sus clientes consigan llegar a Europa, algo que les genera buena consideración social en las comunidades de origen. El resto de intermediarios incluye desde nexos entre tramos de la ruta hasta conductores, pasando por los propietarios de los “guetos”, los centros de recepción de migrantes en los países de tránsito.

El viaje se encarece a medida que aumenta el número de intermediarios, que también depende del país de origen del migrante: entre Gambia y Libia puede llegar a haber unos siete, por ejemplo. También varía según la nacionalidad del migrante, con los subsaharianos sufriendo el racismo de tener que pagar más sólo por el color de su piel. El viaje se acaba encareciendo mucho más debido a los numerosos asaltos y secuestros, y por los sobornos que se ven obligados a pagar los migrantes; de lo contrario, podrían acabar realizando trabajo esclavo o, en el caso de las mujeres, sufriendo explotación sexual. En la última década se ha registrado un rápido aumento del precio del viaje, provocado por la guerra de Siria y la consecuente entrada de los sirios al negocio, que en general cuentan con mayor poder adquisitivo. Se calcula que, frente a los 6.000 dólares que podía llegar a costar uno de los viajes más caros en 2013, ese mismo viaje alcanzó la cifra de 20.000 dólares sólo un año más tarde.

Aunque los caminos sean diversos y puedan sufrir modificaciones, tradicionalmente existen dos rutas principales: la que parte desde países de África Occidental y atraviesa Níger o Mali, y la ruta del este, procedente del Cuerno de África. En la actualidad ambas tienen como destino mayoritario Libia, aunque desde allí los migrantes no siempre pretenden cruzar a Europa, contrariamente a lo que se suele pensar. Otros países como Marruecos, Argelia o Egipto también son elegidos como destino por los migrantes subsaharianos, que se desplazan anualmente a esos países para desempeñar trabajos temporales en el sector agrícola.

Ruta de África Occidental

Teóricamente esta ruta no presenta tantas trabas burocráticas, puesto que atraviesa la Comunidad Económica de Estados de África Occidental, que estableció una zona de libre movimiento desde 1979. Ello en principio permite viajar por la mayor parte de la ruta, a excepción de Libia, el principal destino, sin necesidad de visados, únicamente con un certificado de viaje y otro sanitario. Aunque la realidad es bien distinta: en ocasiones los certificados de viaje pueden llegar a ser muy caros, y en las fronteras se suele tener que pagar “tasas informales”, lo que lleva a los migrantes a tratar de evitar los controles fronterizos oficiales.

Mali y Níger son países de paso claves para todos aquellos migrantes provenientes de otros países de la región, y eso hace de ellos el centro de la actividad de las mafias. Desde ahí o bien se toma la ruta central hacia Argelia y después a Libia, o bien hacia Marruecos. En esta área las redes de contrabando de migrantes se profesionalizaron alrededor de 1995, lo que coincidió con la grave rebelión tuareg que sacudió Níger y los países circundantes a principios de los 90. Los milicianos desempleados tras el conflicto se reconvirtieron en conductores y guías para migrantes gracias a sus conocimientos del desierto, y comenzaron a crearse incluso agencias especializadas desde las que se organizaba el alojamiento y los distintos tipos de transporte según el dinero que el migrante pagara. La ciudad nigerina de Agadez se convirtió en punto obligado de la ruta occidental antes de adentrarse en el desierto, una de las etapas más peligrosas del viaje y en la que, ante la falta de medios de transporte convencionales, es inviable no recurrir a intermediarios.

Este tráfico migratorio era corriente y hasta legal en Níger hasta hace apenas cuatro años, y, como tal, suponía el sustento de la economía de la ciudad. Sin embargo, una ley aprobada en 2016 en el país y financiada con el Fondo Europeo de Desarrollo ha puesto el marco legal para las primeras detenciones en la región: 282 facilitadores fueron arrestados y se confiscó unas 350 camionetas, lo que redujo 75% el tráfico de migrantes en Agadez en 2017, lo que tuvo consecuencias en la economía local. No obstante, lejos de frenar el tránsito de migrantes, la prohibición obligó a tomar rutas alternativas más peligrosas, en las que se dan mayores abusos de los derechos humanos, sobornos, hacinamiento, lo que ha provocado, en última instancia, el aumento de las muertes durante estos trayectos. El viaje también se ha encarecido a consecuencia del cambio legal: si en 2013 ir de Agadez a Sabha, ciudad en pleno desierto de Libia, costaba 100 dólares, en 2017 había aumentado a 600.

Los principales actores encargados del contrabando de migrantes en estas nuevas rutas clandestinas son comunidades nómadas de la región, como los tuaregs, los tubus y los ubaris. Estos grupos, conocedores del desierto a ambos lados de las fronteras, han pasado a controlar parte del territorio libio tras la caída de Muamar el Gadafi, en 2011. Entre ellos las relaciones son tensas, puesto que compiten por hacerse con el mercado de los migrantes. Los tubus y los zaghawas se encuentran principalmente entre Chad y Libia, la tribu árabe Awlad Suleiman se encarga de los migrantes a partir de su entrada en la ciudad libia de Sabha, y en Argelia buena parte del negocio está controlada por los tuaregs. Las relaciones entre estas tribus y otras milicias locales son ambiguas: por un lado favorecen el contrabando de migrantes, pero por otro también se presentan como actores capaces de controlar las fronteras y lograr con ello fondos europeos. Se ha llegado incluso a afirmar que Francia ha pagado a milicias y tribus para frenar la entrada de migrantes.

Al igual que en otras rutas, el camino no siempre es directo, y en muchas ocasiones los migrantes pasan largas temporadas en una ciudad tratando de reunir el dinero necesario para las siguientes etapas del viaje. Se calcula que en Agadez pueden llegar a permanecer entre siete meses y un año. Y en Chad, país común de las rutas occidental y oriental, los caminos de los migrantes coinciden con las minas de oro del noreste del país, por lo que muchos trabajan como mineros durante un tiempo antes de proseguir. En el peor de los casos, aquí también es donde acaban siendo secuestrados y obligados a trabajos forzados.

La ruta del Cuerno de África

La ruta oriental africana parte desde países del Cuerno de África como Somalia, Etiopía o Eritrea, pasa por Sudán y el desierto libio, y confluye con la ruta occidental en la costa de Libia. Significativamente, las peticiones de asilo tanto en Libia como en Egipto son mayoritariamente de ciudadanos provenientes de países del Cuerno de África. Sin embargo, la ruta de Egipto a Europa no es tan popular como la libia, ya que los arrestos y las medidas más severas que impuso El Cairo para aquellos que intenten cruzar el Mediterráneo prácticamente consiguieron extinguir el flujo de migrantes desde este país a partir de 2017.

La Organización Internacional para las Migraciones considera que la ruta del Cuerno de África es la principal en el contrabando de migrantes. No en vano a lo largo de ella predominan pequeñas mafias locales, a excepción de algunas pocas que cuentan con una red más sofisticada. Según un informe del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), para cruzar la mayor parte de los pasos fronterizos entre Eritrea, Etiopía y Sudán el papel de los contrabandistas es indispensable y apenas hay quienes deciden emprender el camino por su propia cuenta.

En primer lugar, los migrantes se enfrentan a la dificultad de obtener visados. Los etíopes sí pueden cruzar de manera legal Sudán con un visado temporal, pero no así los eritreos y los somalíes, a los que los contrabandistas proporcionan pasaportes etíopes falsos. Una vez solventadas las trabas burocráticas, el otro gran quebradero de cabeza para los migrantes, y nicho de negocio para las redes, es la cuestión logística. El paso de los eritreos a Sudán puede ser bien a pie o en camioneta, y el precio de esa ruta suele rondar entre 3.000 y 5.000 dólares, una cantidad que puede llegar a igualar a la del resto de la ruta.

Para poder cruzar Sudán sin problemas, los contrabandistas suelen llevar a los migrantes en autobuses vestidos con ropas típicas sudanesas, después de pasar por la ciudad etíope de Metemma, un nudo estratégico en la frontera con Sudán. Cerca de la frontera con Libia serán ya otros intermediarios, principalmente tribus y comunidades nómadas del desierto, quienes les ayuden a cruzar la frontera en camioneta. En el este sudanés, las redes de migrantes están controladas principalmente por los rashaidas, una comunidad beduina de pastores de camellos, aunque también hay otros grupos que luchan por controlar parte de este mercado en la frontera con Chad.

La ruta del Cuerno de África también dista mucho de ser un trayecto fácil, y las muertes por deshidratación, caída de los vehículos abarrotados o avería de las camionetas en medio del desierto ocurren con abrumadora frecuencia. Ello sin contar los secuestrados para pedir rescates o para su tráfico como mano de obra esclava o víctimas de explotación sexual.

La llegada a la costa africana mediterránea

Una vez cruzado el Sahara por cualquiera de estas rutas, el principal destino es Libia, donde las redes de contrabando pasan a ser más organizadas y sofisticadas. Este país mediterráneo se ha convertido en el punto central desde el que operan las mafias encargadas tanto de la organización de los viajes en pateras a Europa como del secuestro de personas y su posterior petición de rescate. Las redes de contrabandistas también controlan buena parte de los centros de migrantes, almacenes humanos donde se encierra a los migrantes a la espera de que puedan embarcarse en una patera hacia Europa. Las principales ciudades donde se encuentran estos centros son Trípoli y Bani Walid, pero también los hay en Tobruk y en Sirte.

El sistema de centros es todo un negocio para la multitud de guerrillas y grupos de contrabando que han surgido en el contexto de la inestabilidad libia, país que está sumido en el caos desde 2011. Frontex, la agencia europea de gestión de fronteras, ha llegado a sugerir incluso que el mismo Ejército libio podría estar implicado en la gestión de estos centros de migrantes. Un dato significativo es que sólo 20% de los centros son oficiales; el resto pertenecen a las redes de contrabando. Como todo negocio, las mafias ofrecen servicios privilegiados para aquellos que paguen más, incluyendo esperar el menor tiempo posible. También es habitual que se pidan sobornos o rescates para poder salir. Tras el paso por estos centros, las mafias suelen cobrar alrededor de 2.000 dólares por el viaje en patera a Sicilia, y entre ellas existe una competencia por el orden de las salidas de las pateras, llegando incluso en raras ocasiones a notificar y compensar económicamente a los familiares de las víctimas de los naufragios con el fin de mantener su reputación en el mercado de la migración.

Si bien no llegan a tener una red tan sofisticada, otros países de la costa del norte de África también sirven de base para distintos mercados. En Argelia, las principales operaciones de los contrabandistas, además de facilitar la entrada a Marruecos o Libia, están relacionadas con la falsificación de documentos: los pasaportes argelinos cuestan 55 dólares y los documentos de ACNUR que acreditan la condición de refugiado en Argelia, unos 11. También en Marruecos las autoridades reconocen una alta presencia de redes contrabandistas a lo largo de la frontera oriental desde principios de la década de 2000, y cada vez se dan más casos de secuestros de migrantes a cambio de rescate o para obligarlos a trabajos forzados tanto en Argelia como en Marruecos.

No obstante, el lucrativo negocio de la migración sur-norte no acaba en la orilla meridional del Mediterráneo. Las redes de contrabando se extienden y siguen operando al otro lado del mar con un nuevo cariz europeo. En Italia, por ejemplo, las tradicionales mafias se están haciendo un hueco en este nuevo mercado, pasando a controlar los campos de refugiados en el país. Son otras formas de organización, otras nacionalidades y otros precios, pero al fin y al cabo el negocio es el mismo, lo que prueba que el problema no acaba en el continente africano.