A medida que se acercan las elecciones presidenciales en Estados Unidos, surgen dudas sobre cómo se organizan las elecciones en el país. Lo primero que hay que tener en cuenta es que se trata de un régimen presidencialista, por lo que se celebran elecciones para elegir cámaras legislativas y presidente.
El Poder Legislativo estadounidense es bicameral, cuenta con una cámara alta —Senado— y una baja —Cámara de Representantes—. La primera está compuesta por 100 miembros —dos por cada estado de la Unión— que ocupan su cargo durante seis años y son reemplazados de manera rotatoria los años pares: cada dos años se renueva un tercio de los senadores.
La Cámara de Representantes cuenta con 435 miembros elegidos cada dos años que se reparten entre los estados de manera proporcional a su población. Los miembros de ambas instituciones son elegidos por el electorado de forma directa. Además, las elecciones legislativas coinciden con las elecciones del Ejecutivo o con la mitad del mandato de este, por lo que estas últimas se suelen conocer con el nombre de midterms (de “mitad de mandato” en inglés). Por norma general, el sistema electoral más frecuente es la división en distritos electorales que eligen un solo candidato, el más votado.
En cambio, el Poder Ejecutivo —encarnado en el presidente y el vicepresidente— es elegido mediante elecciones indirectas cada cuatro años. Para llevar a cabo esta votación hay diversas etapas en el proceso. Primero se postula una serie de personalidades de cada partido político para convertirse en el candidato de dicha agrupación a la presidencia. Este proceso se conoce como primarias y comienzan, en ocasiones, con más de un año de anticipación respecto de las elecciones. En las primarias se elige al candidato de cada partido que formará parte de la contienda por la Casa Blanca.
Una vez hecho esto, y tras los debates presidenciales oportunos, se celebran las elecciones presidenciales, siempre el primer martes después del primer lunes de noviembre. Cada votante —que se tiene que registrar previamente— elige a su candidato favorito entre los que se presentan, pero esto no implica un voto directo para dicho candidato.
En su lugar, esto se traduce en la elección de los compromisarios asignados a cada estado en función a su población. Todos los compromisarios de un determinado estado van para el partido más votado en cada estado salvo en Maine y Nebraska, donde se reparten de manera proporcional.
En total, se eligen 538 compromisarios que conforman el Colegio Electoral para expedir sus votos por uno u otro candidato, de los cuales se necesitan 270 para hacerse con la presidencia. Cada uno de estos representantes está elegido por los partidos políticos, por lo que su voto se conoce de antemano, si bien no existe obligación constitucional de elegir al candidato que se espera y, en ocasiones, se han dado sorpresas cuando el compromisario de un determinado partido no ha votado por su candidato a presidente.
Este sistema de elección indirecta genera un desfase entre los llamados votos electoral y voto popular. El primero es el depositado por los compromisarios del ya mencionado Colegio Electoral, del que dependerá realmente la elección del presidente. El voto popular, en cambio, es el emitido por la ciudadanía.
Debido a que la mayor parte de los estados otorgan todos los compromisarios al candidato más votado y no los reparten de forma proporcional, la elección del voto popular no tiene por qué coincidir con el candidato vencedor. Esto ocurrió, por ejemplo, en las elecciones de 2016, en que Donald Trump ganó el voto electoral y fue elegido presidente pese a recibir menor respaldo de los votantes que su adversaria, Hillary Clinton.
Cabe señalar que este sistema de votación se remonta al siglo XVIII, momento en que los estados querían preservar su independencia y su poder dentro de la federación, por lo que optaron por un sistema que no perjudicase tanto a los estados pequeños.