Los últimos días de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, antes de que Joe Biden lo reemplace en el cargo, el 20 de enero, están marcados por la derrota que sufrió el 3 de noviembre, que todavía se niega a aceptar y que no logra revertir. A este asunto dedicó el presidente la mayoría de sus apariciones públicas, ahora muy espaciadas, y de sus muchos tuits.
Trump esperaba que el Partido Republicano y los altos funcionarios de su gobierno acompañaran sus denuncias de fraude electoral hasta el final, pese a que hasta ahora no aportó pruebas. En las primeras semanas que siguieron a las elecciones, la mayoría del oficialismo evitó contradecir al presidente y optó por no reconocer públicamente el triunfo de Biden. Sólo saludaron a Biden los republicanos más críticos con Trump, como George W Bush y Mitt Romney. Un senador demócrata, Chris Coons, dijo en noviembre a CNN: “[Algunos republicanos] me llaman para decirme: ‘Felicidades, por favor enviale mis felicitaciones al presidente electo, pero todavía no puedo decir esto públicamente’”.
Sin embargo, con el paso de las semanas el recuento se fue cerrando, el Colegio Electoral oficializó el triunfo de Biden y la Justicia rechazó una tras otra la mayoría de las acciones legales iniciadas por el equipo de campaña de Trump contra los resultados (las últimas se presentaron esta misma semana). En respuesta a uno de esos recursos, el juez de Pensilvania Stephanos Bibas, designado por el propio Trump, dijo que “calificar una elección de injusta no significa que lo sea”, y que “los cargos requieren acusaciones específicas y luego pruebas”. Bibas agregó: “No tenemos ninguna de las dos aquí”.
Finalmente, ya en diciembre, el líder de los republicanos en el Senado, Mitch McConnell, reconoció que Biden ganó las elecciones. Esto aumentó el malestar de Trump, porque McConnell había sido un fuerte aliado suyo en el Congreso, y porque durante varias semanas defendió su decisión de impugnar los resultados electorales.
- Leé todas las notas de la edición especial de fin de año
Sin dar el brazo a torcer
Su negativa a admitir la derrota llevó a Trump a alejarse de políticos y funcionarios, y a rodearse de un grupo de asesores que han defendido o creado diversas teorías conspirativas y que sintonizan con él, como su abogado, el ex alcalde de Nueva York Rudy Giuliani, quien actuó como vocero del presidente últimamente.
Una de las conferencias de prensa que dio Giuliani marcó esta última etapa del actual gobierno. Fue anunciada por el propio Trump el sábado 7 de noviembre, poco antes de que Biden proclamara su victoria. El actual presidente, al que le gusta exhibir lujos, anunció una “gran conferencia de prensa” en el hotel Four Seasons de Filadelfia. Sin embargo, debido a alguna confusión de los organizadores, la conferencia tuvo como locación el estacionamiento de una empresa de jardinería llamada Four Seasons Total Landscaping, un edificio situado en una calle poco glamorosa, frente a un crematorio y junto a un sex shop. Allí habló Giuliani, sobre un piso de tierra, delante de un local con paredes de bloques sin revocar y de una puerta tapada por carteles rojos y azules de la campaña electoral republicana.
En ese escenario Giuliani dijo que Trump “obviamente” no iba a concederle la victoria a Biden. Lo mismo reiteró unos días después el ex alcalde, en una conferencia de prensa en la que, con la cara manchada con tinta para pelo arrastrada por el sudor, involucró al presidente venezolano, Nicolás Maduro, al millonario George Soros y al propio Biden en un supuesto fraude electoral contra Trump. “Por Dios, ¿qué tenemos que hacer para que le digan la verdad al pueblo?”, dijo.
Giuliani no desentona con los demás asesores de los que se rodeó el presidente, de acuerdo con los periodistas que cubren la Casa Blanca. Según informaron Kevin Liptak y Jeremy Diamond, de CNN, Trump le pidió asesoramiento a “la abogada conspiracionista Sidney Powell”, la que había tenido la idea de atribuir a Venezuela el supuesto fraude. A ella se suma el ex asesor de Seguridad Nacional Michael Flynn, que había sido condenado por mentir en la investigación sobre la trama rusa pero fue beneficiado en noviembre por un indulto de Trump. El equipo está integrado también por el estratega de campañas de ultraderecha Steve Bannon; “el agresivo asesor comercial Peter Navarro y el excéntrico fundador del sitio web minorista Overstock”. Este último es Patrick M Byrne, otro conspiracionista que cree, como algunos otros defensores de Trump, en la existencia de un “Estado profundo”, integrado por funcionarios que conspiran contra el actual gobierno y sus planes. “El Estado profundo nunca duerme. Siempre está haciendo algo. Es decir, socavar a la administración de Trump”, decía Steve Bannon en el primer año de gobierno, en un artículo publicado en Breibart News, el medio que fundó y que ha sido vocero de la llamada “derecha alternativa” estadounidense.
En 2016, Bannon estuvo a cargo de la campaña de Trump, y al año siguiente fue asesor del presidente, pero poco después, como muchos otros colaboradores, fue apartado del cargo. Trump tomó distancia de él en ese momento y lo mismo hizo en agosto de 2020, cuando Bannon fue detenido –y liberado a cambio del pago de una fianza–. Es sospechoso de fraude en una campaña de recaudación de fondos para la construcción del prometido muro en la frontera con México. Pero en sus últimas horas en la presidencia, Trump volvió a recurrir al propagandista y agitador de ultraderecha.
Unos pocos de su lado
De acuerdo con los corresponsales en la Casa Blanca de The New York Times, The Washington Post, CNN y la BBC el presidente se ha reunido últimamente con ese grupo de colaboradores, pero cada vez se ocupa menos de las tareas de gobierno. Lo que desvela a Trump es buscar el modo de revertir los resultados electorales. Varios funcionarios que trabajan con él consideran que la actitud que puede adoptar en estas últimas semanas, e incluso el día de la asunción de Biden, es impredecible.
El jefe de corresponsales en la Casa Blanca de The New York Times, Peter Baker, tituló uno de sus artículos “Los últimos días de negación y furia de Trump”, y allí describió a un Trump enojado, aislado y convencido de que le robaron las elecciones.
“Él nunca aceptará la derrota. Siempre será: ‘Me la robaron’”, dijo a la BBC un ex empleado de Trump que trabajó directamente con él, Jack O’Donnell. “En su cabeza no habrá perdido”, explicó, y recordó que cuando una de las empresas de Trump daba quiebra, él solía presentar esto como parte de su estrategia, no como un fracaso.
Del mismo modo, presenta como hechos su victoria y el fraude electoral. En varios medios y en la red social Twitter sus afirmaciones disparan la política contra la desinformación y se publican con advertencias sobre su veracidad. Aclaraciones similares acompañaron este año algunos tuits de Trump sobre el coronavirus.
Pero muchos le creen al presidente. Sus seguidores aportaron decenas de millones de dólares para dar la batalla legal contra el supuesto fraude, y el propio equipo de campaña llamó a sus partidarios a “luchar” para defender los votos. De acuerdo con The New York Times, no hay controles sobre esos fondos, que quedarán en poder de las organizaciones recaudadoras, vinculadas con el presidente y el Partido Republicano, incluso cuando Trump deje el cargo o pierda la totalidad de los juicios.
Con el paso del tiempo, el flujo de las contribuciones se enlenteció, y las acciones judiciales también. Uno de los aportantes, el empresario Fredric Eshelman, de Carolina del Norte, que donó 2,5 millones de dólares, ahora reclama la devolución de esa cifra porque considera que la fundación a la que aportó, True the Vote, nunca dio esa lucha en los tribunales. Después de varios fracasos, la organización dio muestras de reconocer la derrota y manifestó que no seguiría impugnando los resultados en algunos estados porque “las barreras para avanzar en” sus “argumentos”, así como “las limitaciones de tiempo”, la llevaron a revisar el rumbo.
Como Trump, muchos de sus partidarios están convencidos de que ganó. Este parece ser el caso de los 27.000 miembros del grupo cerrado de Facebook “Donald J Trump 2nd Presidential Inauguration Ceremony”, que organiza una ceremonia de asunción paralela a la de Biden para el 20 de enero, el día en que, si hubiera ganado las elecciones, Trump iniciaría su segunda presidencia.