80% de la producción de soja mundial está en manos de tan sólo tres países –Estados Unidos, Brasil y Argentina–, según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos de 2019. Esta legumbre de rico contenido en aceite y proteína, además de para consumo humano, se utiliza como alimento de ganado, lo que la ha convertido en un bien muy cotizado en el mercado internacional. Países con grandes superficies cultivables, como Brasil y Argentina, producen enormes cantidades de soja para exportarla como pienso animal a otros territorios con menor capacidad agrícola, como China.

El gigante asiático aglutina a un quinto de la población mundial, pero sólo 8% de las tierras cultivables del globo. Esta desproporción entre demanda y espacio también afecta la producción de carne –un alimento cuyo consumo está aumentando exponencialmente entre la creciente clase media china–, ya que tampoco es capaz de producir suficiente grano para alimentar a su ganado.

Así, en 2011 China produjo tan sólo 14 millones de toneladas de soja de las 70 que necesitaba. Esta escasez empujó al país dirigido por Xi Jinping a lanzarse al mercado exterior para suplir su falta de recursos, dirigiendo su mirada a América en general y a Brasil –mayor exportador mundial de esta legumbre– y Estados Unidos en particular, de forma que en 2024 China será el destino de 70% de la producción total de soja.

Sin embargo, la pujante demanda de pienso animal de China y otras naciones europeas ha convertido la selva tropical brasileña en la plantación de soja de los países desarrollados. El desarrollo de este tipo de cultivos es el culpable de hasta 80% de la deforestación de la Amazonía de Brasil, lo que da muestras de la insostenibilidad de este modelo de interdependencia que afecta a la soja y, sobre todo, a la biodiversidad del Amazonas.

Gráfico y texto publicados por El Orden Mundial.