El sistema financiero es el conjunto de instituciones, mercados y agentes que buscan conectar a las personas que poseen dinero con aquellas que necesitan financiar sus proyectos. Esta red está compuesta por quienes quieren el dinero y se endeudan para conseguirlo, los prestatarios; quienes tienen el dinero y lo prestan, los prestamistas, y quienes ponen en contacto al prestamista con el prestatario, los llamados intermediarios financieros.

Muchas veces no se piensa en estos últimos, pero, sin lugar a dudas, son fundamentales, porque sin ellos sería muy complicado obtener financiación. La persona necesitada de capital tendría que buscar a multitud de personas a las que les sobrase dinero y quisieran prestarlo, y estas tendrían que asumir el gran riesgo de que el dinero prestado no les fuera devuelto. Los intermediarios financieros sirven para poner en contacto de una manera más eficiente a los prestamistas y los prestatarios, reduciendo riesgos y ahorrando tiempo. Hoy en día existe multitud de intermediarios: bancos de inversión, fondos de pensiones, fondos de inversión, micromecenazgos, crowdlending... Pero el intermediario más antiguo y polémico es la banca tradicional.

La evolución de la banca

El origen de la banca se remonta al antiguo Egipto. En el milenio IV a C, el pago de impuestos se centralizaba en almacenes estatales donde se guardaba el grano de las cosechas para el pago de deudas. De este manera, los agricultores dejaban su cosecha en los almacenes de la misma forma que hoy los ahorradores depositan su dinero en depósitos bancarios. Aunque no fue hasta el milenio II a C cuando se dieron los primeros préstamos en forma de grano entre agricultores y mercaderes en ciudades de Fenicia, Asiria y Babilonia: el grano se guardaba en los palacios y su cuantía se anotaba en tablillas de barro. No obstante, los primeros protobancos públicos llegaron en el siglo IV d C de la mano del Imperio romano. Estos no solamente aceptaban depósitos, sino que también prestaban con un interés, cambiaban moneda y aceptaban órdenes de pago, las primeras transferencias de dinero.

Los banchieri, cambistas que operaban sentados en bancos de las plazas públicas de Lombardía, Italia, fueron el origen de la banca moderna en el siglo XII. Los primeros bancos privados, como el Banco de San Giorgio, surgieron ofreciendo una gran variedad de operaciones, así como la separación de las actividades financieras de las comerciales. Debido a la prohibición canónica de la usura, los primeros banqueros fueron exclusivamente judíos, porque no estaban subordinados a las leyes de la iglesia.

Durante el siglo XIII, los templarios sustituyeron a los hebreos como potencia bancaria en Europa: crearon una red de comercio religioso‑militar en aras de proteger al peregrino que iba a Tierra Santa. Esto permitió que se convirtieran en tesoreros de la iglesia y los reyes europeos, lo que facilitó su apogeo. No fue hasta el siglo XIV cuando la iglesia levantó el veto a la usura, lo que permitió la creación de los llamados montes de piedad, instituciones que velaban por los intereses de las clases más pobres. Más tarde, estos se reconvirtieron en bancas privadas y algunos siguen funcionando en la actualidad, como el Monte dei Paschi di Siena: creado en 1472, es el banco más antiguo del mundo en activo.

El sistema bancario se extendió por toda Europa ya en los siglos XVI y XVII, cuando también surgió el primer banco nacional, el Banco de Inglaterra. Si bien este nació como una entidad privada, Inglaterra prohibió el establecimiento de nuevos bancos en 1844 y nacionalizó el Banco de Inglaterra, que se convirtió así en el primer banco central del mundo, encargado principalmente de controlar la emisión de moneda en el país. La figura de los bancos centrales no tardó en extenderse por los demás países europeos; con ellos se buscaba crear agencias independientes del gobierno para evitar que la política monetaria cambiara con cada administración y mejorar así la estabilidad económica. Mientras, la banca privada jugaba el papel de intermediaria financiera entre empresas, particulares y los bancos centrales, que ejercían de “banco de bancos” al prestar dinero a la banca privada.

Cómo funciona el sistema bancario actual

A lo largo de la historia, el poder político siempre ha estado interesado en controlar la economía en mayor o menor medida. La manera más eficaz de llegar a este objetivo es controlar la demanda y la oferta del dinero por medio de los bancos centrales, y regular aquellos que lo ponen en circulación, la banca convencional. Si el dinero es la sangre y los bancos privados las venas que irrigan el sistema financiero, los bancos centrales se encargan de dictar la política monetaria: deciden cuánta sangre y cuántas venas hacen fluir la economía. Los bancos centrales son unas agencias cuasindependientes de los gobiernos, de perfil técnico y con un grado de autogobierno alto, pero con representantes políticos en sus consejos o gobernadores elegidos directamente por ellos.

La política monetaria se basa en el control de la oferta monetaria a través de la tasa de interés, el precio al que los bancos centrales prestan el dinero a la banca tradicional. Con ella se puede influir en el crecimiento o el decrecimiento de la economía, en la subida o la bajada de los precios (la inflación), en el tipo de cambio con otras monedas e incluso en el nivel de desempleo. La política monetaria es un instrumento crucial para el desarrollo de un país y su mala gestión puede llevar a que una moneda llegue a no valer prácticamente nada o, por el contrario, a que tenga valor por sí misma, como en el caso del bolívar venezolano y las divisas ligadas al patrón oro, respectivamente.

La banca convencional, sin embargo, es una empresa que se encarga de intermediar entre ciudadanos, empresas o entidades públicas que buscan financiación, y los que pueden proveerla, normalmente con fines lucrativos. Existen dos concepciones erróneas en torno a la forma de operar de un banco: la de que sólo presta el dinero que los ahorradores han depositado en él y la de que, de forma opuesta, un banco puede incluso prestar dinero creado de la nada. Si la segunda afirmación fuera cierta, los bancos nunca quebrarían, porque siempre podrían autofinanciarse y rescatarse; además, sólo los bancos centrales tienen la potestad de crear dinero. En cuanto a la primera afirmación, la banca convencional sí presta mucho más dinero del que los ahorradores le han entregado. Por tanto, aunque los bancos no pueden crear dinero, sí prestan más dinero del que tienen. ¿Cómo lo hacen?

Cuando el banco presta dinero, lo hace sobre la base de las reservas entregadas por los ahorradores, que ha prometido devolver si estos se las piden. Sin embargo, los ahorradores no suelen pedir todo el dinero de una vez ni todos al mismo tiempo, lo que le da margen al banco para prestar más dinero del que realmente tiene en reservas: sólo si todos los ahorradores pidieran su dinero al mismo tiempo se pondría de manifiesto que el banco no puede devolvérselo por habérselo prestado a otros usuarios. De esa manera, el banco no está creando dinero, pero sí está poniendo en circulación una deuda que antes no existía y que hace pasar por dinero real, el llamado “sustituto de dinero”. Este fenómeno se conoce como “efecto multiplicador de la banca” y consigue economizar enormemente el uso del dinero, lo que facilita su circulación.

La cantidad máxima de deuda que un banco convencional puede emitir está regulada por ley y se mide por medio del ratio de reserva, también conocido como “coeficiente de caja”. Así, un ratio de reserva del 5% permitiría al banco prestar 1.000 euros teniendo sólo 50 euros en reserva. Esta herramienta de la política monetaria está detrás de los grandes beneficios de la banca, pero también encierra el porqué del crecimiento económico y las crisis. Cuando el crédito fluye en la dirección correcta, la economía avanza y crece; cuando un banco asume demasiados riesgos, prestando dinero sin analizar la capacidad de devolución, por ejemplo, aumenta la posibilidad de una crisis. Un impago puntual no es un problema, el problema de verdad reside en que esa mala praxis sea estructural: un ratio de reserva muy bajo favorece que haya más deuda en la economía y, por lo tanto, más riesgo de que los préstamos no sean devueltos. Además de los préstamos, la principal fuente de ingreso de los bancos son las comisiones de apertura, mantenimiento o administración de las cuentas, y otros servicios que cobran a sus clientes.

Además de conseguir dinero de sus clientes, los bancos se pueden financiar en las subastas de liquidez. Esta es la manera que tienen los bancos centrales de poner el dinero en circulación, prestándolo sólo a los bancos convencionales a un tipo de interés determinado en función de su política monetaria y con condiciones de devolución muy ventajosas. Los bancos privados también pueden prestarse dinero entre sí, en cuyo caso las transacciones deben ser canalizadas por el banco central o las cámaras de compensación. El precedente de estos organismos se encuentra en los banqueros genoveses de la Edad Moderna, que se reunían cuatro veces al año para compensar deudas que habían contraído entre ellos y evitar así el riesgo de una crisis bancaria por exceso de deuda. En la actualidad, el proceso es parecido: los bancos cancelan sus deudas mutuamente y sólo se requiere dinero real para liquidar el saldo final. Por ejemplo, la cámara de compensación Chips canaliza transacciones diarias de 1,5 billones de dólares con 3.000 millones de dólares: sólo necesita el 0,2% de dinero real, el 99,8% restante es deuda que ha sido compensada.

Riesgos y consecuencias de nuestro sistema bancario

El sistema bancario funciona en un contexto de monopolio del dinero: sólo existe una moneda de curso legal controlada por un banco central semidependiente, que decide la política monetaria. El banco central otorga licencias con requisitos muy concretos a determinadas empresas, la banca tradicional, lo que implica que puedan formarse oligopolios: en España se pasó de 296 bancos particulares en 1925 a 19 en 2019. Además, la banca convencional es la única empresa que puede acceder directamente a financiación a bajo precio de los bancos centrales.

Ese acceso privilegiado a la financiación contribuye a que el modelo de negocio de la banca premie el riesgo. Al tener acceso a gran cantidad de dinero gracias a los bancos centrales, los bancos privados pueden permitirse inversiones de mayor volumen y a largo plazo, como las hipotecas a 30 años. A eso se le añade que los bancos establecen el interés de sus préstamos dependiendo del riesgo de la inversión, con mayor interés cuanto mayor riesgo. Gran cantidad de dinero que invertir y premios al riesgo suponen grandes alicientes para que los bancos asuman riesgos excesivos.

Por si fuera poco, los bancos pueden prestar dinero sin tenerlo, poniendo en circulación sustitutos de dinero. El segundo riesgo del sistema se encuentra, por tanto, en que se está poniendo en circulación un dinero que no se tiene. Ese riesgo ha obligado a imponer una regulación surgida después de que se pusieran de manifiesto las fallas del sistema. Después de la quiebra del banco alemán Bankhaus Herstatt, en junio de 1974, los líderes del G10 se sentaron en 1988 para acordar unos parámetros básicos que impidieran que los bancos se endeudaran hasta el infinito. Esas negociaciones fructuficaron en el primer Acuerdo de Basilea, que luego fue actualizado dos veces más, en 2004 y 2010, después de la última gran crisis, cuando se estableció un ratio de reserva mínimo del 8%. Estos acuerdos se aplican en 27 países y territorios, incluidos todos los miembros del G20, así como importantes centros bancarios, como Hong Kong y Singapur, que se reúnen en el Comité de Supervisión Bancaria de Basilea.

El tercer riesgo del sistema proviene de la interconexión de los bancos. Dado que los bancos son los encargados de intermediar entre el resto de los agentes económicos, un fallo en el sistema bancario puede hacer caer el conjunto de la economía, un efecto dominó que desencaderanía graves consecuencias económicas, sociales y políticas. De ahí deriva el estricto control por parte de los bancos centrales y los gobiernos. La banca convencional es una empresa privada que vive en una bancarrota perpetua: sólo se sostiene en la confianza de los ahorradores. Si la confianza en un banco se quebrara, sería posible que el resto de los bancos del sistema se contagiara; en un escenario así, el gobierno podría verse obligado a limitar la extracción de dinero en cajeros o cerrar las sucursales bancarias, lo que comúnmente se conoce como corralito. Por el contrario, si hay confianza en el sistema, los bancos pueden llegar a mantener en reserva sólo el 1% de todo lo que prestan, como era el caso de Citibank justo antes de estallar la crisis económica de 2008.

Si los bancos asumen los riesgos de una manera inteligente, la economía crece y estos obtienen unos beneficios de los que gozan como cualquier otra empresa privada. Sin embargo, ¿qué sucede si los préstamos que ha concedido el banco no son devueltos? ¿Qué puede hacerse cuando un banco entra en crisis y hay riesgo de contagio en el sistema bancario? Existen distintas opciones dependiendo de la amenaza: puede tratarse de un default, la incapacidad del banco de hacer frente a sus deudas a corto plazo, pero también puede existir un riesgo real de quiebra, la incapacidad de pagar las deudas a largo plazo. A menudo, los bancos centrales y los gobiernos deben articular una respuesta rápida en un período de tiempo muy corto disponiendo de una información incompleta o errónea. En esta situación, tienen dos opciones. La primera es dejar caer el banco, asumiendo el coste económico y social que supondría la pérdida de los ahorros de miles o millones de clientes y otras inversiones que tuviera el banco, e incluso arriesgándose a que se propague la crisis. La segunda es socializar las pérdidas del banco; es decir, utilizar dinero público para rescatarlo y mejorar su situación.

La socialización de las pérdidas se puede alcanzar inyectando dinero a los bancos para que hagan frente a sus problemas de liquidez o efectivo por medio de las llamadas tasas de interés negativas. También se pueden comprar los activos tóxicos, las deudas que el banco sabe que jamás le devolverán. Además, el gobierno puede rescatar los bancos en riesgo de quiebra con dinero del contribuyente, comprándolos y haciendo al Estado responsable del pago de sus deudas. En la práctica, se suele combinar varias medidas dependiendo de la situación de cada banco, tal y como hizo el Banco Central Europeo (BCE) durante la crisis bancaria de 2008: haciendo uso de sus políticas monetarias, el BCE decidió bajar los tipos de interés, mientras que los gobiernos de la Unión Europea rescataron 61 bancos para evitar su bancarrota. El coste total de estas medidas se estima en 413.000 millones de euros de dinero público.

Con acuerdos de Basilea o sin ellos, la función de la banca tradicional es fundamental para el desarrollo de una economía. Su misión consiste no sólo en poner en contacto prestamista con deudor, sino también en ser el garante de la viabilidad de un sistema basado en la confianza. Este rol la ha convertido en uno de los agentes económicos más regulados e intervenidos de la economía, el precio a pagar por quien ejerce como única empresa intermediaria entre el banco central y el resto de las empresas, los particulares, las instituciones y los mercados que conforman el sistema financiero. Dichas ventajas son un incentivo para que su modelo de negocio se base en maximizar su rentabilidad, lo que supone aumentar sus riesgos. Gracias a la socialización de las pérdidas, esto supone que la banca se ha convertido en un modelo de negocio privilegiado en el que no existe libertad de entrada y al que siempre le tiene que ir bien por la enorme responsabilidad en el desarrollo de la prosperidad, la estabilidad económica y la creación de la riqueza. Tal y como está diseñado, el sistema no puede caer, pase lo que pase.