Los países europeos importan bienes y servicios digitales de Estados Unidos y China, lo que amenaza su autonomía y soberanía, particularmente en un contexto de graves disputas comerciales. Para contrarrestarlo, varias iniciativas europeas apuestan por sumar fuerzas e invertir más en el desarrollo de tecnologías estratégicas.
La Unión Europea (UE) se encuentra en una situación delicada. Está atrapada en el fuego cruzado de la guerra comercial entre Estados Unidos y China, y acercarse a cualquiera de las dos potencias supondría represalias por parte de la otra. Estados Unidos es el socio preferente de los países europeos debido a la estrecha colaboración histórica que existe entre ambos en organizaciones como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), o por los numerosos intercambios comerciales que comparten. Sin embargo, la actitud del actual presidente estadounidense, Donald Trump, está deteriorando las relaciones entre la Casa Blanca y las principales potencias europeas. Su crítica al compromiso de los Estados miembros con la OTAN, la subida de aranceles a los productos europeos y las constantes amenazas con recrudecer estas medidas están haciendo a la UE replantearse su relación con su aliado histórico.
Al otro lado se encuentra China, una gran potencia en ascenso cuya pujante industria tecnológica empieza a hacerle sombra a la hegemonía estadounidense. Abanderada por Huawei, su gigante de las telecomunicaciones, China está trastocando el equilibrio de alianzas en la UE. La mayoría de los países miembros está dispuesta a incorporar los equipamientos de Huawei en la red 5G, la nueva generación de telefonía móvil que traerá toda una serie de avances tecnológicos: inteligencia artificial, conducción autónoma, telemedicina o la llamada internet de las cosas, que conectará objetos cotidianos a la red. Pero, al mismo tiempo, la UE sabe que China es un “rival estratégico”: un socio comercial importante, pero también un adversario económico, político e ideológico. La Comisión Europea, por ejemplo, ha criticado la falta de compromiso de China con la Organización Mundial de Comercio y su promoción de empresas privadas chinas con fondos estatales, y ha exigido a Pekín que sea recíproca y abra el mercado chino a la inversión europea.
¿Cómo ha llegado Europa a esta situación?
El modelo productivo mundial se ha transformado enormemente en las últimas décadas, pasando a estar basado en la tecnología digital y en la información. Este proceso ha sido capitaneado por grandes empresas tecnológicas estadounidenses, las conocidas bajo el acrónimo GAFAM: Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft. Gracias a su creciente relevancia, estas empresas han dejado de ser un simple actor económico más y se han integrado en las cadenas de valor del resto de actores y a nivel global.
Cuando estas empresas desembarcaron en Europa, a principio de los años 2000, los gobiernos europeos prefirieron no regular ni limitar su tendencia oligopolística. Llevados por la ideología neoliberal del momento, los países miembros buscaban que los avances digitales que traían estas empresas se integraran fácilmente en la economía europea. Sin embargo, ello permitió a las GAFAM ganar gran poder en el mercado europeo, tanto como para impedir que les surgiera competencia, al proteger abusivamente su propiedad intelectual o dejando de colaborar con otras empresas del sector.
Esta expansión empresarial ya va hoy más allá de la producción y afecta de lleno la vida cotidiana de las personas. Gracias a los smartphones, que permiten la recolección masiva de datos de sus usuarios, el llamado big data, las grandes tecnológicas pueden ahora cuantificar y monetizar aspectos de la vida de la población a los que anteriormente no se tenía acceso. Google o Facebook, por ejemplo, tienen la capacidad de crear perfiles sociodemográficos con la información que los usuarios les proporcionan, como su geolocalización o su historial de búsqueda en internet. Las grandes tecnológicas estadounidenses prácticamente poseen el monopolio de la explotación y almacenamiento de big data a nivel mundial, lo que les da un enorme poder y deja a la mayoría de los países europeos en una situación de grave dependencia.
Pero Europa también ha visto mermada su autonomía tecnológica por parte de China, en concreto en el campo de las telecomunicaciones y por medio de la empresa Huawei. Antes de dar el salto a los mercados internacionales, Huawei recibió durante la década de 2000 importantes subvenciones estatales, lo que le ha permitido ofrecer precios más competitivos que otras empresas en todo el mundo de forma desleal. Entre los primeros contratos que firmó Huawei en Europa, el más sonado fue con la operadora de telecomunicaciones británica British Telecom en 2005. British Telecom dejó entonces de colaborar con Marconi, una empresa británica de telecomunicaciones, lo que obligó a esta a cerrar sus puertas al año siguiente. Otra víctima de la llegada de Huawei a Europa fue Alcatel, el campeón francés de telefonía móvil. Alcatel sufrió una operación de espionaje industrial por parte de Huawei, lo que perjudicó a la tecnológica francesa, que acabó siendo absorbida por la finlandesa Nokia en 2016.
Los gobiernos europeos, temerosos de las consecuencias de un posible enfrentamiento comercial con China, no han sancionado con contundencia estas prácticas, que se han repetido también en otros países de la UE. La Comisión Europea llegó a iniciar una investigación contra Huawei en 2013 por sus malas prácticas comerciales, pero las posibles represalias hicieron naufragar el proceso.
Así, si a Europa le afectan tanto las disputas comerciales entre Estados Unidos y China, es principalmente porque tiene un serio problema de dependencia hacia ambos países, especialmente en un ámbito tan estratégico como la tecnología. La UE y sus estados miembros han pecado de falta de iniciativa para protegerse de la competencia exterior. Ahora las empresas europeas están detrás de las estadounidenses y las chinas en el desarrollo de tecnologías como el 5G, la inteligencia artificial, los semiconductores o la computación online “en la nube”.
Los sectores en los que es débil Europa
El primer punto flaco de la UE es su débil industria de semiconductores. Estos materiales son los que componen los circuitos electrónicos, y entre ellos destaca el silicio, que da nombre a Silicon Valley, el valle californiano en el que surgieron las GAFAM. Los semiconductores ya tienen un alto valor estratégico, y su demanda no va a dejar de crecer en el corto plazo a medida que, con la llegada de la internet de las cosas, se multipliquen los dispositivos electrónicos conectados a la red. Sin embargo, entre las diez empresas más importantes de este sector no hay ninguna europea. La UE se ha dado cuenta de la necesidad de tener una industria de semiconductores propia, y en los últimos años ha empezado a promover iniciativas público-privadas para poner remedio a la situación.
Europa tiene un problema parecido con el almacenamiento de datos en la nube: no hay ninguna empresa europea con peso en este sector. Los principales proveedores de este servicio son estadounidenses: Amazon Web Services, de Amazon, Azure, de Microsoft y Google Cloud, de Google. Entregar el control del big data europeo a empresas extranjeras supone una grave amenaza para la soberanía de la UE, sobre todo teniendo en cuenta que Estados Unidos espía no sólo a sus enemigos, sino también a sus aliados, como desveló en 2013 el ex agente de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense Edward Snowden. Desde entonces, la Comisión Europea ha reforzado la legislación para proteger los datos personales de los ciudadanos europeos, aprobando en 2018 el Reglamento General para la Protección de Datos (RPCD), que regula el tratamiento de los datos almacenados por empresas como las GAFAM.
Aunque todavía no haya conseguido penetrar en el mercado europeo, la empresa china Alibaba también intenta abrirse paso en el sector del almacenamiento de datos, en el que empezó a interesarse en los últimos años. Sin embargo, esta alternativa no es muy alentadora para los europeos. Alibaba, que domina el comercio online en China, es uno de los gigantes tecnológicos agrupados bajo el acrónimo BATX, las GAFAM chinas: Baidu, Alibaba, Tencent y Xiaomi. Por medio de su filial Sesame Credit, y utilizando la inmensa base de datos de sus usuarios, Alibaba está implementando el sistema de crédito social, que evalúa el comportamiento de los ciudadanos chinos y los premia o los sanciona según las directrices establecidas por el gobierno chino.
Por último, el despliegue de la red 5G también ha puesto en evidencia la falta de competitividad del sector tecnológico europeo. Europa cuenta con Ericsson y Nokia, empresas tecnológicas sueca y finlandesa, segundo y tercer proveedor de 5G a nivel mundial. Sin embargo, Huawei domina el mercado europeo, y es probable que renueve contratos con las teleoperadoras europeas que ya contaban con sus servicios para el suministro de 4G. Estados Unidos ha presionado duramente a la UE para que deje de trabajar con Huawei, argumentando que implementar el 5G con una empresa china supone una amenaza a su seguridad nacional. Pero pocos países europeos pueden resistirse a los competitivos precios de Huawei, más cuando Estados Unidos no ofrece ninguna alternativa.
En cualquier caso, todavía está por verse cuántos países permiten la entrada de Huawei y en qué sectores del tejido de las telecomunicaciones. Reino Unido, por ejemplo, excluyó en 2020 al gigante chino de sectores estratégicos como la sanidad, la defensa o el suministro eléctrico, un camino que podrían escoger otros países europeos. Pero incluso así, la red 5G va a dinamizar la economía y la sociedad europeas, y si es Huawei la que acaba suministrándola, China ganará una gran influencia en Europa.
Europa reacciona ante la nueva ola digital
Europa parece dispuesta a atajar esta situación. La Comisión Europea publicó un informe sobre la futura digitalización de la UE en febrero de 2020, y el comisario de Mercado Interior, Thierry Breton, enfatizó la importancia de recuperar el control del big data personal e industrial para preservar la soberanía tecnológica europea. Breton bautizó esta como la “guerra de datos industriales”, la nueva oportunidad de Europa para subirse al carro de la innovación digital. Y es que, si la batalla por los datos personales estaba prácticamente perdida frente a las GAFAM, todavía está por venir la de los datos generados por medio de la internet industrial de las cosas.
Por otro lado, este salto tecnológico es no sólo una gran oportunidad para innovar, sino también para acercar a los países de la UE entre sí. Tecnologías como la internet de las cosas o la inteligencia artificial exigen cooperación entre actores públicos y privados, y a nivel internacional. Prueba de ello será la industria del automóvil y de los transportes, un sector en el que Europa aún cuenta con empresas punteras a nivel mundial. Con el objetivo de mantener el liderazgo, la UE ha promovido una serie de iniciativas que involucran a centros de investigación, organismos públicos y privados.
Uno de los componentes claves para la automoción del futuro serán las baterías de litio para coches eléctricos, un mercado que actualmente domina China. Antes o después, estas baterías sustituirán a los combustibles fósiles, pero Europa todavía no tiene capacidad de producirlas a gran escala. La Comisión ya advirtió en 2018 que tener autonomía en esta materia era un “imperativo estratégico”, más teniendo en cuenta que los coches eléctricos van en la línea con la Europa verde por la que apuesta la Comisión. En esa línea, la Comisión aprobó en diciembre de 2019 un plan de financiación de 3.200 millones de euros para crear toda una cadena de producción de baterías de litio en un proyecto paneuropeo con siete estados miembros.
La coordinación entre países también es imprescindible para que los coches autónomos puedan cruzar fronteras internacionales: se necesita una conexión 5G compartida. Así es como ha surgido la iniciativa de los “corredores 5G”, carreteras internacionales conectadas a la red 5G, de las que hay tres principales en pruebas en junio de 2020. Este proyecto cuenta con la participación de proveedores de red, teleoperadores, centros de investigación y administración pública. Al no contar con la capacidad organizativa propia de un Estado que pueden tener China o Estados Unidos, sólo con esfuerzos como este puede la UE alcanzar el nivel tecnológico de sus competidores.
¿Hacer de la necesidad virtud?
Europa está empezando a darse cuenta de que tiene que tomar las riendas de su soberanía digital. Ahora, con la crisis global provocada por la pandemia, esa premisa cobra todavía más sentido, pues el coronavirus ha hecho evidentes los riesgos de internacionalizar las cadenas de producción. Sin embargo, a pesar de que tecnologías como el 5G, la inteligencia artificial y la internet de las cosas requieren cooperación internacional, han llegado en un momento en el que las principales potencias están cada vez más enfrentadas entre sí. Y aunque las iniciativas de la UE vayan bien encaminadas a recuperar su autonomía tecnológica, Europa va rezagada y difícilmente podrá desvincularse de Estados Unidos y China, que están ya muy integrados en la arquitectura digital europea. Europa no puede permitirse recurrir únicamente a sus propios recursos si no quiere quedarse atrás.
Por ello, la UE parece querer seguir una táctica similar a la que escogió en el terreno de la protección de datos: reforzar su marco regulatorio. Así, mientras recupera soberanía tecnológica y sigue invirtiendo en los sectores en los que todavía puede competir, Europa conseguiría no quedar relegada a una mera consumidora de la tecnología de otros. Este impulso de soberanía tecnológica pasa por crear vínculos legales y políticos con Estados Unidos y China, así como con las empresas estratégicas europeas. En el caso del 5G, por ejemplo, la Comisión publicó en enero de 2020 una serie de recomendaciones para mejorar la ciberseguridad de los estados miembros de cara a la instalación del 5G en su territorio. Por otro lado, Margrethe Vestager, vicepresidenta ejecutiva de la Comisión y comisaria de Competencia, ha hecho hincapié en la importancia de proteger a las empresas europeas de inversores extranjeros, especialmente de los chinos, una prueba de que la UE cambia de postura y pasa a intervenir más en estos asuntos.
Al igual que con otros desafíos globales como la crisis migratoria o el cambio climático, la comunidad internacional necesita el multilateralismo, la cooperación entre países, para sacar partido a los avances tecnológicos que están por llegar. Gracias que es el principal mercado del mundo y a su gran experiencia negociadora, la UE tiene una posición privilegiada para fomentar ese espíritu de cooperación. Europa podría hacer así de la necesidad virtud: partir desde su situación de desventaja para erigirse como el actor que fomente la integración tecnológica global, para su beneficio y el de los demás.