Un año después del registro del primer caso de coronavirus en Brasil, el país superó este jueves la cifra de 250.000 muertes, en momentos en que el panorama es muy poco alentador, con picos de internaciones en varias ciudades y con la vacunación avanzando en forma muy paulatina y despareja.

Para intentar detener el avance de los contagios varios gobernadores y alcaldes dispusieron medidas restrictivas rígidas, al tiempo que especialistas afirman que por el momento en Brasil se está muy lejos de tener control sobre la pandemia.

Según recordó Isto É, el primer caso del nuevo virus en Brasil se confirmó el 25 de febrero del año pasado. Desde ese momento hasta ahora, el país concentró 9,1% de los diagnósticos positivos de la enfermedad en el mundo y prácticamente 10% de los decesos, a pesar de que la población brasileña constituye 2,7% del total mundial.

Lo más desalentador es que en este momento Brasil está pasando por el peor momento de la pandemia. Desde el 21 de enero en el país mueren en promedio por día más de 1.000 personas portando el virus, y se alcanzó esa marca macabra durante 34 días consecutivos de acuerdo a datos oficiales. Este es el período más largo en el que el país registra una media diaria de más de 1.000 fallecimientos. La anterior había sido de 31 días, entre el 3 de julio y el 2 de agosto.

Mucho tienen que ver en estos indicadores las erráticas políticas del gobierno de Jair Bolsonaro, que el año pasado tildó al coronavirus de ser una “gripecita” y en abril llegó a afirmar que la nueva pandemia mataría menos personas que la gripe H1N1, que costó la vida de 796 personas en Brasil.

Incentivando a la población a no usar tapabocas ni a evitar aglomeraciones y a utilizar como “tratamiento precoz” la cloroquina, fármaco que no tiene eficacia comprobada para combatir la enfermedad, Bolsonaro hizo de Brasil un “laboratorio a cielo abierto, donde se puede observar la dinámica natural del coronavirus sin ninguna medida eficaz de contención”, explicó a la revista Fórum el reputado médico y científico brasileño Miguel Nicolelis. Otro problema que acarrea Brasil es el de las vacunas, que llegaron al país en cuentagotas, en gran medida por responsabilidad del gobierno federal. Enfrascado en una lucha política con el gobernador del estado de San Pablo, João Doria, Bolsonaro desacreditó el uso de la vacuna china Coronavac, desarrollada por el instituto Butantan de la ciudad de San Pablo, y además no logró, a diferencia de otros países, llegar a acuerdos por inmunizantes con otros laboratorios. Esto llevó a que hasta el momento menos de 3% de la población brasileña haya recibido la primera dosis de la vacuna, a lo que se suma que las autoridades sanitarias de decenas de ciudades del país denunciaron que ya no tienen inmunizantes.

La alarmante actitud pasiva de Bolsonaro llevó a que los gobiernos locales tomaran medidas por su cuenta. Así, el miércoles Doria anunció el cierre de actividades nocturnas por dos semanas y el jueves hizo lo propio el petista Rui Costa, que anunció un toque de queda entre hoy y el 1º de marzo entre las 20.00 y las 5.00 en Bahía, quedando fuera de la prohibición únicamente las actividades esenciales. En la ciudad de Salvador, la capital bahiana, el porcentaje de camas de terapia intensiva ocupadas llega a 83%.

La situación también es alarmante en otras zonas del país, como Rio Grande do Sul. En la capital gaúcha, Porto Alegre, el nivel de ocupación en terapia intensiva es de 96% y en el estado lcanza a 87%, según cifras publicadas por O Globo.

Volviendo al tema de las disputas políticas, un estudio dirigido por investigadores de 16 países indicó que fueron determinantes para que Brasil fracasara rotundamente en el combate a la pandemia. El proyecto “Comparación de respuestas a la covid-19: crisis, conocimiento y política” tenía como finalidad entender por qué la evolución de la pandemia fue diferente en cada país.

Gabriela di Giulio, profesora del Departamento de Salud Ambiental de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de San Pablo, una de las participantes en el proyecto, analizó los efectos de la política en la conducción de la pandemia y hasta en la percepción de la gravedad de la enfermedad por parte de la población. Según explicó la especialista a Fórum, las disputas políticas “tuvieron mucha visibilidad” y “confundieron más que lo que clarificaron a la población sobre la gravedad del problema”.

Entre los temas que más contribuyeron a la desinformación, Di Giulio citó la promoción de la cloroquina y también los dichos de Bolsonaro privilegiando el funcionamiento de la economía y oponiéndose directamente a las cuarentenas sanitarias decretadas por gobernadores y alcaldes. Según ella, el apoyo a estas tesis en el marco de una discusión política permanente únicamente sirvió para desorientar a la población. “La ideologización de la pandemia tuvo un resultado perverso en la práctica”, concluyó la investigadora.