El expresidente José Mujica se refirió este viernes a la crisis que se vive en Colombia en una actividad convocada por el Grupo de Puebla, y en la que participaron también el expresidente de ese país, Ernesto Samper, el excandidato presidencial de Chile Marco Enríquez-Ominami y el senador y excandidato presidencial colombiano Gustavo Petro.

Por Zoom y desde su chacra, Mujica opinó que si bien lo que está pasando en Colombia “tiene raíces propias”, hay una característica que a su entender permite explicar fenómenos como el colombiano o el chileno. “Sabemos que estamos en el continente más desigual, pero está pasando que la conciencia de la desigualdad se está haciendo carne en muchísima gente joven”, señaló, y añadió: “no es que históricamente no haya habido desigualdad, el problema es que en la sociedad moderna cada vez hay más conciencia del lacerante peso que tiene la desigualdad, y este es un problema que lo tenemos todos”.

“En ese contexto ubico el problema concreto de Colombia'', afirmó, donde sabe que hay una parte de “extrema derecha que aprovecha también para que se ensucie lo que es una marcha pacífica”. “Todo eso inevitablemente pasa”, aseguró, y dijo que respecto a la salida concreta de esta situación “no veo otro camino que el de la negociación”.

“Pero no puede dejar de preocuparnos lo que viene después”, añadió, porque “si esta voluntad de cambio de gente joven no se logra sintetizar en una expresión de carácter político de largo aliento, que luche por el cambio, será una frustración de energía que están gastando los jóvenes”. “El quid de la cuestión está en poner todos los minutos de nuestra vida al servicio de una causa de cambio construyendo seres colectivos, corrientes políticas que pueden instrumentar cambios que son esenciales”, insistió.

Sobre la salida a la situación actual, reiteró que el único camino es la negociación, pero advirtió sobre los riesgos que se corren en estos procesos: “Los que nos llamamos de izquierda o progresistas tenemos la costumbre de querer acordar hasta el juicio final, y eso es imposible”, dijo, y abogó por elaborar “programas sencillos de cinco o seis cosas fundamentales que sirvan para nuclear muchísima gente: la construcción de bienes públicos, la mitigación de cierta fatiga inmediata, en el caso de Colombia, continuidad del proceso de paz a pesar de todas las dificultades”.

“Hay una responsabilidad de la política, no para lograr el mundo perfecto, sino para construir una esperanza de salida”, señaló.

Sobre la sensación de disconformidad, dijo que lo vio en universitarios de distintas partes del mundo, y mencionó Estambul, Tokio, Reino Unido, México, Brasil, Italia, entre otros países. “Hay una latente disconformidad con nuestra época que se expresa de mil maneras en mil cuestiones sociales, en el movimiento profeminista, en la cuestión ecológica, hay como un reproche a toda nuestra civilización; ese actor que está corriendo por las calles, inflamando los corazones. Las viejas respuestas de nuestra política no tocan esas cuerdas, necesitamos también remozarnos en nuestro pensamiento con algo que está surgiendo, que no lo creamos nosotros y lo está creando la historia”, una especie de “reproche civilizatorio”, que “no será de masa, pero es de futuros cuadros, que es una cosa distinta”.

Si todas las movilizaciones generadas en este momento “no terminan en un caudal político sintetizando pocas cosas, puede ser un esfuerzo doloroso transitorio. Porque al final debe de quedar una experiencia, que es luchar para ganar gobiernos y cambiar la realidad, y para eso hay que agrandar todo lo posible las filas de la gente que tiene capacidad de lucha”, señaló.