Ya casi pasaron 11 meses desde que la enorme explosión en un depósito ubicado en el puerto de Beirut, la capital libanesa, dejara en evidencia la corrupción y la falta de conducción política del país, rehén de décadas de enfrentamientos religiosos que lo han llevado a una situación económica caótica.

El 4 de agosto del año pasado los ojos del mundo miraron hacia Beirut, donde una gigantesca explosión en un depósito que contenía 2.750 toneladas de nitrato de amonio, un compuesto químico altamente inflamable, dejó más de 200 muertos, casi 6.000 heridos y cuantiosas pérdidas materiales en numerosos barrios de la capital libanesa. Luego se supo que las autoridades estaban en conocimiento de la presencia del peligroso material en las instalaciones portuarias, aunque debido a cuestiones burocráticas nadie se hizo cargo del tema.

La situación, sumada a la pandemia de coronavirus acentuó la paupérrima situación económica del país, que para peor está sin gobierno desde hace meses debido a la enorme crisis política.

Pocos días después de la explosión en el puerto de Beirut, renunció a su cargo el primer ministro Hassan Diab. En octubre fue reemplazado por Saad Hariri, quien quedó como ministro encargado, pero desde entonces este último no ha podido llegar a un acuerdo con el presidente del país, Michel Aoun, para formar un gobierno por los desacuerdos sobre la composición del gabinete, por lo que Diab continúa en funciones. En las negociaciones para la formación de un nuevo Ejecutivo también está involucrado otro de los más altos jerarcas del país, el presidente del Parlamento, Nabih Berri.

Estos desencuentros parecen tener origen, entre otros aspectos, en el reparto confesional de los cargos que emanó del Acuerdo de Taif, firmado en 1989, en los días finales de la cruenta guerra civil que asoló el país desde 1975. Según este acuerdo, el presidente libanés, más allá de su partido político, debe ser un cristiano maronita, el primer ministro un musulmán sunita y el presidente del Parlamento un musulmán chiita. Además, también según este pacto, los legisladores deben ser la mitad cristianos y la mitad musulmanes.

Esta sectarización, que al principio pareció una solución al conflicto interno, en el correr de los años se fue resquebrajando por diversos motivos que exceden lo religioso. El peor mal que padece el país, según los analistas, es la corrupción endémica enquistada en el aparato del Estado y entre las élites del país, más allá de la confesión de los dirigentes.

A partir de 2019 la situación económica libanesa comenzó a empeorar, cosa que se agudizó el año pasado como consecuencia de la pandemia de coronavirus y también durante lo que va de 2021. Según un informe dado a conocer este mes por el Banco Mundial, la crisis económica y financiera libanesa “probablemente figurará entre los diez, posiblemente entre los tres, episodios críticos globales más graves desde mediados del siglo XIX”. Según el estudio, consignado por la agencia de noticias Associated Press, se proyecta una caída del producto interno bruto (PIB) de 9,5% en 2021, después de la contracción de 20,3% en 2020 y de 6,7% en 2019. Medido en dólares, el PIB per cápita cayó 40% en este período.

Para intentar solucionar la situación están colaborando varios países de la región y también la Unión Europea (UE). El fin de semana el jefe de la diplomacia de la UE, el español Josep Borrell, estuvo en Beirut, donde se reunió con los principales dirigentes políticos y militares del país para intentar encontrar una salida a la crisis.

Durante un encuentro con medios de prensa, Borrell advirtió que si el país no implementa cambios en poco tiempo se quedará sin reservas de divisas para pagar sus importaciones, lo que podría derivar en una escasez de productos básicos. El diplomático español destacó la necesidad de formar lo antes posible un nuevo ejecutivo con “capacidades técnicas y respaldo político” que pueda tomar decisiones e implementarlas para acabar con la crisis en Líbano, donde en las últimas semanas se hicieron más frecuentes los apagones y la falta de productos básicos, como medicamentos y combustible, según informó Efe.

“No podemos entender que nueve meses después de la renuncia de un primer ministro todavía no haya gobierno en Líbano”, dijo Borrell. “Sólo un acuerdo urgente con el Fondo Monetario Internacional salvará al país de un colapso financiero”, expresó el dirigente europeo, de acuerdo a lo que consignó la agencia turca de noticias Anadolu. En sus declaraciones, el alto representante de la UE atribuyó la demora en la formación del gobierno a una “lucha por la distribución del poder”, así como a la “fuerte desconfianza” entre las partes.

El político español ya había advertido, luego de reunirse con el presidente Aoun, que el bloque comunitario, que el año pasado aportó 333 millones de euros en asistencia para el país, no seguirá prestando ayuda financiera a Beirut hasta que se implementen profundas reformas en el funcionamiento del Estado.