El domingo la mayoría del Parlamento israelí dio el visto bueno a la conformación de un nuevo gobierno.

El líder del partido derechista Yamina, Naftali Bennett, fue designado nuevo primer ministro del país, con lo que se puso fin a 12 años consecutivos de Benjamín Netanyahu en el cargo.

Bennett llegó al poder gracias a un pacto con el centrista liberal Yair Lapid, quien comanda el partido Yesh Atid (Hay un Futuro en hebreo). Ambos políticos, determinados a sacar a Netanyahu del poder, lograron tejer una compleja alianza y se pusieron de acuerdo en implementar una rotación por la cual Bennett se desempeñará como primer ministro durante dos años con Lapid como ministro de Relaciones Exteriores. Pasado este período, el líder de Yesh Atid asumirá el cargo de primer ministro durante los siguientes dos años del mandato y Bennett pasará a ser ministro del Interior.

El nuevo primer ministro y Lapid están al frente de una coalición que se caracteriza por su enorme heterogeneidad, con un único punto en común, que es el rechazo a Netanyahu, máxima figura del Likud, cuya imagen ha venido perdiendo cada vez más prestigio con el correr de los años, más aún en los últimos, en los que está haciendo frente a varios juicios por hechos de corrupción, por los que incluso ya tuvo que ir a prestar declaración ante la Justicia.

La coalición ahora gobernante está compuesta por partidos que se ubican en los polos opuestos del espectro político israelí: desde el derechista Yamina de Bennett hasta el centrista Yesh Atid, los partidos izquierdistas Laborista y Meretz y el partido islamista conservador Lista Árabe Unida. También aportaron su apoyo para la elección de Bennett el partido derechista laico Israel Beitenu, liderado por Avigdor Lieberman, los ex Likud de Nueva Esperanza y el centrista Azul y Blanco, sector que tiene como principal figura a Benny Gantz, actual ministro de Defensa y que lo seguirá siendo en el futuro gobierno.

De acuerdo a un análisis realizado por el diario israelí Haaretz, mantener esta frágil alianza unida, con Netanyahu atacando desde la oposición, será una tarea política por demás desafiante para el flamante Ejecutivo.

La votación que logró sacar a Netanyahu del poder fue apretada, y finalizó 60 a 59 (el Parlamento unicameral israelí está compuesto por 120 legisladores). Todos los representantes de la coalición contraria al ahora exprimer ministro apoyaron a Bennett, con la excepción de un legislador beduino integrante de la Lista Árabe Unida, que se abstuvo de votar. El motivo que llevó a este representante a no apoyar al nuevo gobierno fue que durante la mañana del domingo una delegación del Ministerio del Interior visitó un poblado beduino cuya edificación no fue autorizada por el gobierno israelí, y por lo tanto las viviendas allí construidas serán demolidas. La futura ministra del Interior, Ayelet Shaked, una estrecha aliada de Bennett, no se comprometió a evitar la demolición, por lo tanto, el legislador no acompañó la postura de sus compañeros de partido.

Antes de la votación, Bennett realizó un discurso en un tono conciliador, incluso cuando mientras hablaba varios aliados políticos de Netanyahu lo interrumpieron con gritos desde sus asientos, sobre todo los legisladores pertenecientes al ultraderechista Partido Sionista Religioso. “Todos los ciudadanos israelíes se sienten avergonzados de ustedes y ahora nos recuerdan por qué tenemos que reemplazarlos”, le dijo a modo de respuesta Bennett, de 49 años, quien posteriormente agradeció al líder saliente por su “servicio prolongado y lleno de logros”.

“El gobierno trabajará para toda la población, religiosos, laicos, ultraortodoxos, árabes, sin excepción”, prometió Bennett, al tiempo que Lapid a su turno dijo, en una clara alusión a Netanyahu, que “la población merece un gobierno responsable, eficaz, que anteponga el bien del país en sus prioridades”.

En el momento en el que le tocó hacer uso de la palabra, después de Bennett, Netanyahu, lejos de adoptar un tono moderado, primero alardeó de que logró que Israel pasara “de ser un país marginal a una fuerza en ascenso”, y luego tildó a Bennett de ser débil en comparación con él.

Desafiante, el saliente primer ministro, de 71 años de edad, dejó en claras sus intenciones. Dijo que trabajará en la oposición para “derrocar a este peligroso gobierno” y regresar al poder.