Una estrategia de supervivencia. Así han definido a la migración en la crisis de 2002 distintos estudiosos y hasta los propios involucrados: tanto los que se fueron de Uruguay y no volvieron, como los que se fueron y volvieron.
Aunque la tendencia a la migración en Uruguay viene desde, por lo menos, los años 50, según afirmó a la diaria el historiador Carlos Demasi, durante la crisis la cantidad de uruguayos que emigraron para instalarse en otros países fue la más alta en la historia reciente: 28.302 personas emigraron en 2002, mientras que en 2001 no llegaban a ser 20.000. Asimismo, en 2003 abandonaron el país 24.096 personas, y en 2004 ya el cambio fue notorio: la cifra bajó a 7.292, tal como se puede leer en el estudio La emigración uruguaya durante la crisis de 2002, de la economista Andrea Vigorito y la historiadora y demógrafa Adela Pellegrino.
“La gente se encontraba en el aeropuerto no para tomar el avión, sino porque bajaba del avión”, dijo Demasi en relación al flujo migratorio de regreso que se produjo entre el año 2004 y 2005. Es que para muchos, la migración “fue una experiencia transitoria, circunstancial”, que duró mayormente entre dos y tres años.
Estados Unidos y España, seguidos por Argentina e Italia, fueron los principales países de destino entre marzo y diciembre de 2002, según el estudio. Pero no todos, aunque hubieran querido, pudieron migrar. Vigorito y Pellegrino concluyeron que, en los dos destinos que recibieron más uruguayos, el nivel educativo de los emigrantes era “alto en relación a la población residente en Uruguay”.
Demasi complementó con que, aunque “mayoritariamente” quienes emigran son de clase media “u obreros calificados”, en 2002 también se fueron “peones a buscar trabajo a Brasil, personas de mano de obra no calificada o calificada, pero generalmente arraigadas en prácticas de ganadería, que son muy propias de este país”.
La migración durante la crisis de 2002 se produjo por dos factores que confluyeron: por un lado, la “característica” de la clase media y media alta de “migrar hacia afuera cuando encuentran problemas”, y por el otro, “el derrumbe de la economía que significó la catástrofe”, agregó.
La inserción en los países a los que migraron los uruguayos se caracterizó por ser una “cadena migratoria”; es decir que, según Demasi, hubo dos formas de arribar: en general, una o dos personas de la familia viajaban primero, en “carácter exploratorio”, para preparar el terreno en cuanto a la vivienda y el trabajo y, una vez medianamente asentados, viajaba el resto de la familia. En segunda instancia, el historiador indicó que también hubo casos de personas que emigraron a sitios donde ya habitaban familiares.
La coyuntura del país fue una, pero las circunstancias y el transcurso de quienes migraron fueron muchas. Niños que se fueron del país con sus familias y regresaron años después, ya adultos, como Santiago Santarcieri. Parejas con hijos que se fueron algunos meses antes de la crisis, como Daniel Romero y su esposa. Y quienes nunca volvieron, o al menos no para quedarse, como Fabio Camilo, quien sólo ha retornado a Uruguay de visita.
Según Vigorito y Pellegrino, ante la crisis la emigración actuó como una “válvula de escape” que descomprimió las presiones de la desocupación y diversos aspectos que golpearon a la sociedad uruguaya. Sin embargo, las estudiosas también afirmaron que a largo plazo las consecuencias de la emigración tienden a ser negativas, ya que “drena a la sociedad”, entre otras cosas, de personas jóvenes, lo que de alguna forma y también a largo plazo, influye en la economía y en el desarrollo del país.
“Hambre y miseria no paso más”
Daniel Romero y su familia se fueron de Uruguay en diciembre de 2001. “A nosotros la crisis nos agarró un poco antes”, contó Daniel en entrevista con la diaria. Según dijo, son momentos que “no tienen una fecha de inicio ni de finalización; quizá a los que estamos en peores condiciones nos afectan antes”. “Nos fuimos en 2001 porque la cosa estaba muy embromada”, recordó.
La esposa de Daniel es profesora de Educación Física y antes de emigrar trabajaba en educación primaria y secundaria en colegios privados. Aun así, Daniel comentó que “los sueldos docentes eran muy bajos y aunque trabajaras todo el día no sacabas un salario digno”. La situación laboral de Daniel tampoco era favorable. En 2001 se dedicaba a la distribución de productos panificados durante la mañana y de productos de limpieza por la tarde, pero no le alcanzaba.
La crisis que llegaría el año siguiente se sintió cada vez más en la familia, a tal punto de “no llegar a parar la olla”. Para Daniel, durante ese período entrabas en “un espiral sin darte cuenta, porque eras parte”. En su caso, hizo “el clic” del mal momento económico que estaba pasando cuando un día llegó a su casa y UTE estaba cortando la luz. “Me quería morir, se me cayeron lágrimas de impotencia” porque “llegaba del primer reparto, cargaba los productos de limpieza y seguía trabajando”, pero aun así no alcanzaba.
Quien impulsó, entre otros, a la familia a irse del país, fue uno de los hermanos de Daniel, que ya vivía en España. Algunos meses después de la visita, cuando la cosa “no daba para más”, la familia vendió sus pertenencias, reunió el dinero necesario para pagar los pasajes y se fue a Tenerife, España.
Aunque se fueron “bastante doloridos con Uruguay”, cuando llegaron a Tenerife la situación cambió radicalmente. “Si nacés y crecés [en Uruguay] crees que las cosas son de una sola manera pero cuando vas a otro sitio se te abre la cabeza”, reflexionó. En Tenerife, lejos de la crisis, desde la atención de salud hasta la situación laboral y financiera de toda la familia cambió para bien.
Los primeros días en la isla se quedaron en la casa de su hermano, que hacía unos meses había estado de visita en Uruguay. “Nos dieron terrible mano, pero nos queríamos independizar”, recordó Daniel. En ese momento “fue bravo” porque alquilar sin un recibo de sueldo era muy complejo. “Nuestros ahorros, lo único que teníamos, los pusimos en el banco”, aseguró. A partir de eso les quedó lo suficiente para sobrevivir sólo una semana: tenían que conseguir trabajo sí o sí. Inmediatamente Daniel consiguió trabajo de mozo en un restaurante italiano y la esposa, dos meses después, pudo desempeñarse en su profesión hasta volver a Uruguay.
“Cuando te va bien y tenés la mayoría de las cosas resueltas, estás bien. Aunque hay algunas faltas importantes”, aseguró Daniel, y con nostalgia, recordó que los domingos de tarde “eran jodidos” y que parte de esas “faltas importantes” eran “el país y la familia”.
En diciembre de 2007 la familia regresó al país por primera vez, pero sólo de paseo. Aun así, para Daniel la visita “fue un golpe”. Dos años después, en diciembre de 2009, regresaron a Uruguay también de visita, pero esa vez fue diferente para uno de sus hijos. “Se encontró con todos sus compañeros de escuela, hizo relación”, y eso generó que cuando el avión despegara para la vuelta se pusiera a “llorar desconsoladamente”.
La vuelta definitiva empezó a vislumbrarse tres años después; la emoción de su hijo en la última visita al país no quedó en el olvido, y junto al deseo del adolescente por estudiar Educación Física, se convirtió en uno de los principales motivos para emprender la vuelta definitiva. Se sumó que “la situación económica en España empezó a empeorar” y se vio afectada la empresa italiana importadora de productos de alimentación en la que Daniel trabajaba hacía aproximadamente ocho años. Finalmente la liquidaron, y terminó la relación laboral.
Con el dinero de la liquidación de esa empresa, la familia decidió invertir en Uruguay, y le pidió a un familiar que les comprara una propiedad, no para mudarse de inmediato, sino para invertir y tener algo en su país natal al mismo tiempo que la familia continuaba en Tenerife.
Mientras tanto, Daniel ingresó en otra empresa, pero las condiciones de trabajo no fueron las mismas. Su hijo finalmente regresó a Uruguay a estudiar Educación Física y luego, en setiembre de 2010, el resto de la familia arribó a Uruguay. “Cuando llegamos era otro país, había mucho trabajo y hasta ahora nos va bien, no me quejo”, valoró Daniel.
De todas maneras, contó que junto a su esposa siempre se preguntan “¿qué hubiese sido de nosotros si no nos hubiésemos ido?”, y agregó que se prometió no volver a pasar mal “nunca más”. “Hambre y miseria no paso más”, concluyó.
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“No me adaptaría de nuevo”
Fabio Camilo también se fue de Uruguay escapando de la crisis de 2002. La diferencia con Daniel es que se Fabio fue solo –sin su esposa, de quien se divorció a los tres años de haberse ido del país, y sin sus dos hijas–. Aunque regresó de visita varias veces, no pretende regresar a vivir.
“No fue sólo por la crisis que me fui, pero sí me quedé sin trabajo en octubre de 2002”, dijo Fabio a la diaria, y contó que como tantos otros uruguayos tenía “muchas deudas en medio de la crisis”. En 2002 trabajaba en una distribuidora de productos Portezuelo. Cuando se quedó sin ese trabajo consiguió otro, pero ganaba menos y no le alcanzaba “por el montón de deudas que tenía”.
Su plan era irse por poco tiempo, pero finalmente no volvió más. “Nunca te acostumbrás, uno se resigna pero eso nunca cambia”, contó. Recordó que irse fue “muy difícil” por tener que desprenderse de su familia y por ser alguien que casi no había salido del departamento de Flores, donde vivía antes de dejar el país.
Primero emigró hacia Estados Unidos, estuvo unos días en Nueva York, y luego se fue para Atlanta. “Tuve suerte, entré en una empresa americana, aunque aún no tenía papeles”, dijo. Allí trabajó cinco años.
Luego se fue a México, donde además de poder abrir su propio negocio –una ferretería–, conoció a su actual esposa. “Es un negocio familiar pero no dependo de nadie”, dijo. En México integra un grupo de Whatsapp de uruguayos que se radicaron allí y entre ellos se ayudan para legalizar su situación.
Fabio consideró que si no hubiera existido la crisis de 2002 “lo más probable” era que no hubiera salido nunca del país. Agregó que tomó la decisión de irse rápido porque a partir de marzo de 2003 se cerraba la entrada a Estados Unidos para uruguayos sin visa. Hasta ahora ha venido a Uruguay sólo cuatro veces.
“Uno no se puede arrepentir de las decisiones”, dijo. Piensa que empezar una vida en Uruguay con 52 años sería difícil, entre otras cosas, porque cree que su esposa no podría ejercer como abogada en este país. “Siento que no me adaptaría de nuevo, aunque defiendo a muerte a Uruguay y a mi pueblo Flores”, concluyó.
“Yo nunca me adapté”
“Los niños son los grandes exiliados, siempre. Son los que más sufren el exilio”, narró Demasi. Santiago Santarcieri, que ahora tiene poco más de 30 años pero en la crisis de 2002 rondaba los 12, fue uno de esos tantos niños.
“Yo nunca me adapté, nunca me gustó vivir allá. Al poco tiempo ya había decidido que quería volverme: fui planificando todo para volverme cuanto antes”, aseguró Santiago a la diaria.
Dijo que no recuerda “situaciones jodidas, en términos de pasarla mal y no comer”, pero sí que se notaba “una pobreza generalizada en el país” y que “la gente laburante se pasaba 12 o 14 horas laburando y no rendía porque era sólo para subsistir”. Mencionó, además, que se acuerda de un “contexto económico nada bueno” y del padre “diciendo lo difícil que era pagar los sueldos a la gente”.
La familia de Santiago estaba compuesta por su padre, su madre, su hermano y su hermana, ambos menores que él. “Recuerdo que un día estábamos en la casa de mi abuelo, nos juntaron mis padres a nosotros tres y nos comentaron que íbamos a viajar, que a dónde preferíamos ir: podía ser Italia o España”, contó. “Sin tener mucha idea”, los niños eligieron España. Su preferencia y la similitud del idioma hicieron que, durante la crisis, migraran a España.
Pero no se fueron todos juntos: tal y como mencionaba Demasi, llegaron a través de una “cadena migratoria”. Primero fue el padre, para “tratar de conseguir un laburo medio estable, en ese momento sin papeles”. Alrededor de un año después, y luego de que la madre de Santiago pudiera tramitar la nacionalidad del padre, se fueron los que quedaban.
En Uruguay, su padre tenía un taller de carpintería y de herrería. En España comenzó a trabajar en la construcción y luego pudo establecer una empresa. Santiago, sin embargo, nunca pudo establecerse. Comenzó el liceo, pero a los 16 años ya estaba planificando cómo hacer para volver.
“Separarse de la familia era complicado, pero también la forma de vivir allá, que es distinta, los intereses, la cultura, las perspectivas de la gente”, enumeró Santiago. Admitió, aun así, que quizás también influyó “la forma y la situación en las que uno llega”.
En aquel momento, Santiago dejó de estudiar para poder trabajar y juntar plata para volverse a Uruguay. Fue entonces que, entre los 20 y los 21 años, volvió, solo, a lo de su tía y con un seguro de desempleo.
Volvió solo, pero esperando que “en algún momento” el resto de la familia también se fuera de España y se instalara en Uruguay. Tuvieron que pasar tres años para que la madre, los hermanos y posteriormente el padre volvieran. Santiago contó que la crisis de 2008 “golpeó mucho al sector en el que estaba” su padre en España, lo que ayudó a tomar la decisión.
Para Santiago, la migración fue “como un exilio económico muy complejo”. “Si acá hubiese estado todo bien nosotros nunca nos hubiéramos ido”, resumió.