La Tangente es un un ciclo de conversaciones con los precandidatos a la presidencia que se desvían de la agenda política diaria para deslizarse por otros terrenos.
El 26 de octubre de 1997 Nacional y Defensor Sporting jugaban en el estadio Centenario. Si los albos perdían, dejaban a Peñarol sin chances de pelear por su quinto campeonato uruguayo consecutivo. Cuando moría el partido, en el minuto 87, el veterano Juan Ramón Carrasco metió un gol, rompió el cero a cero y le dio la victoria a Nacional. Así nació una controversia que llenó hectáreas de programas deportivos y hasta hoy hay quienes discuten si hizo lo correcto al inflar esa red. Carolina Ache recuerda “muy bien” aquel gol “tan polémico”, según dice. Estaba por cumplir 17 años y era la época en la que solía ir al estadio con una amiga a ver a Nacional. “Me acuerdo de que cantábamos ‘el quinquenio no lo van a ganar, el campeón este año se llama Nacional’, pero al final llegó el quinquenio”, recuerda.
Hoy Carolina Ache es abogada, política y precandidata a la presidencia por el Partido Colorado (PC), y ya no es tan futbolera, aunque comenta que obviamente le gusta que gane su cuadro y está enterada de los resultados. La temprana pasión nacionalófila la heredó de su padre, que supo ser dirigente de Nacional, aunque fue su tío, Eduardo Ache, quien tuvo más notoriedad en ese ámbito, ya que llegó a ser presidente del club de La Blanqueada durante más de diez años –no consecutivos– (y también tuvo una amplia carrera como colorado, en la que fue presidente de Ancap en el segundo gobierno de Julio María Sanguinetti, por ejemplo).
El padre de Ache trabajaba en el campo de su familia entre semana, y la precandidata recuerda que cuando era niña y su papá venía a Montevideo, los fines de semana, la “cita obligada” era ir al estadio Centenario a ver a Nacional, también con su hermano, un año menor que ella. “Yo no iba tanto a ver el fútbol sino a estar con mi padre, y esa es una parte de los recuerdos lindos que tengo del estadio: íbamos caminando y a veces a la vuelta parábamos para comer. En los clásicos no recuerdo haber tenido miedo, más allá de algún episodio puntual. Me acuerdo de que el que vendía café era siempre el mismo y nos conocía”, dice.
Ache se crio en Pocitos, en un apartamento ubicado en un segundo piso en Bulevar España entre Roque Graseras y Benito Blanco, y se educó en el colegio Saint Catherine. Sus padres se separaron cuando era muy chica, pero no lo vivió como algo traumático porque tenía compañeras del colegio con padres separados, entonces, dice que era diferente a épocas anteriores, “que eras la única o era un estigma”. “Lo importante no es que estén juntos sino que sean felices, y mis padres estaban felices, cada uno con su vida. Tengo que valorar que siempre mantuvieron una buena relación por nosotros, un vínculo afectuoso y también aceitado”, subraya, y agrega que ahora que sus padres son abuelos –Ache tiene dos hijos varones, uno de diez y otro de 14 años–, “ya son familia y tienen una relación muy linda”.
En la actualidad, Ache vive en una coqueta casa en Carrasco –en donde se hizo esta entrevista–, una zona en la que incluso en una mañana lluviosa y fría por la vuelta se escucha algún pajarito con ganas de cantar. Sentada en el amplio living de su casa, Ache cuenta que su madre trabajó en distintas inmobiliarias, luego en una AFAP y, cuando Jorge Batlle asumió la presidencia, en marzo de 2000, fue su secretaria, y más tarde trabajó para el entonces senador Pedro Bordaberry.
Carolina Ache tiene la marca colorada más ostentosa en su segundo apellido: Batlle. Su abuelo materno era Marcos Batlle, primo de Jorge. Pero la sangre colorada no la heredó sólo por línea materna, ya que su abuelo paterno fue Nassim Ache Echart, que llegó a ser diputado por el PC –pachequista– en la década de 1960 –y también dirigente de Nacional, faltaba más–. Ache destaca, con orgullo, que su abuelo paterno era hijo de un libanés “que se vino con una mano atrás y otra adelante” y se instaló en Lascano, Rocha, para buscar una vida mejor. “Y el hijo de ese libanés que vino sin nada, dejando un mundo de pobreza y conflicto, fue diputado por el PC. Esas son las cosas de Uruguay que nos ponen orgullosos, que es de oportunidades”, comenta la precandidata.
Ache recuerda que su madre en épocas de elecciones siempre daba una mano en el PC, y ella desde muy chica ya la acompañaba a repartir listas o a los clubes. Dice que, más allá de alguna oportunidad puntual, no eran de reunirse con Jorge Batlle en plan familiar, por eso de niña no veía tanto al futuro presidente. Fue recién de adulta, cuando decidió dedicarse a la política, que mantuvo un contacto más fluido con él: “Yo vivía en el exterior y cuando volví dije ‘me gustaría empezar algo más serio en política’. Fui a hablar con él y a partir de entonces tuve una relación muy fluida, más que nada en sus últimos años”.
Suiza y la cadena
¿Por qué te volcaste a la política?
Para dar una mano. En 2007 fueron las primeras elecciones de jóvenes del PC y me pidieron si podía dar una mano con una lista. Era para salir convencional de jóvenes. Me dijeron que tenía que juntar a mis amigos y que voten, dije que sí y salí convencional nacional. Había que ir a las convenciones, y ahí me empecé a interiorizar de los temas; empecé a hablar en las convenciones y me di cuenta de que era algo para lo que tenía vocación y que valía la pena. El bichito me picó ahí, cuando empecé a ir a las primeras convenciones.
Estudiaste abogacía en la Universidad Católica. ¿Por qué elegiste esa carrera?
Yo estaba en duda, no sabía si estudiar abogacía o relaciones internacionales, y Jorge Batlle me dijo: “Estudiá abogacía y después hacés un posgrado en derecho internacional o en relaciones internacionales”. En la facultad conocí a mi marido, después gané una beca en el Instituto Italiano de Cultura y fui a la Universidad de Bolonia a hacer un máster en Derecho Internacional.
¿Por qué Batlle te recomendó que estudiaras Derecho?
Entendía que la formación de abogado es una buena base para tener.
¿Pero lo dijo ya pensando en que te ibas a dedicar a la política?
No creo, pero para mí fue un buen consejo.
Porque él venía de la época en la que casi todos los políticos eran abogados.
Es cierto, capaz que hubo algo de eso, pero no me lo dijo.
¿Llegaste a ejercer la abogacía?
Algo ejercí. Cuando volví de Italia me casé, después nos fuimos a vivir a Ginebra [Suiza] y ahí trabajé en el Banco Santander, en el departamento de legal y compliance. Allá quedé embarazada de mi primer hijo, que lo tuve en Montevideo.
¿Vinieron acá para que fuera uruguayo?
No, porque en realidad si nacía en Suiza no era suizo. Es uno de los pocos lugares en los que no por nacer en el país se tiene la nacionalidad: es suizo si es hijo de suizos o si vive determinado tiempo. Decidí tenerlo acá porque era mi primer hijo y quería tenerlo cerca de la familia.
¿Cómo fue vivir en Ginebra? Imagino que es muy distinto a la vida en Montevideo.
Es muy diferente: es muy ordenado y hay cosas que obviamente te llaman la atención al principio. Llegamos un domingo y no había nada abierto, todo cierra súper temprano, a las seis de la tarde. Entonces, a veces iba a trabajar y no tenía horario para ir al supermercado porque salía más tarde de lo que cerraba el supermercado. Y recuerdo perfectamente que nosotros íbamos al supermercado en Francia porque era más barato –es al lado de la frontera– y ya en aquel momento, 2008, llenaba el carro en Francia más barato de lo que lo llenaba en Montevideo.
Pasé el embarazo en Ginebra e iba a la salud pública de allá, que es impresionante: tenía hora con el ginecólogo una vez por mes y ya sabía todas las horas de todos los meses en los que iba a tener consulta. Y sabía que si tenía hora a las 9.00, a las 10.00 estaba trabajando; era así, como un relojito. Y el transporte público también: si te decía que el ómnibus pasaba 7.07, a las 7.07 estaba pasando. Eso te facilita también. Después hay cosas que son súper estrictas, que para la cultura latina o del Río de la Plata son difíciles.
¿Por ejemplo?
En el reglamento de la copropiedad dice que no te podés bañar después de tal hora porque el ruido molesta a los vecinos, o no podés tirar la cadena de noche, y si lo hacés, te mandan la carta para retarte, porque el vecino avisa que incumpliste, que te secaste el pelo después de las 22.00…
Pero si tenés que ir al baño tenés que ir al baño, no queda otra.
Bueno, no tires la cadena hasta el otro día, porque estás molestando a los vecinos... Son muy estrictos, pero la verdad es que me acostumbré. Nosotros dos teníamos trabajos y sueldos estándar, y se podía vivir, viajar, ahorrar e ir a comer afuera –en ese momento todavía no teníamos hijos–, porque el sueldo mínimo es muy alto, entonces, es un lugar que en ese sentido está buenísimo y es motivante. Para mí fueron tiempos muy lindos; además, siempre me interesó todo lo que tuviese que ver con lo internacional, por eso quería seguir Relaciones Internacionales. Cuando estaba en la facultad hice un intercambio con Estados Unidos por seis meses; siempre me interesó conocer otras culturas, fue algo que me llamó la atención desde muy chica. Después del máster en Bolonia hice una pasantía en la Comisión Europea, en Milán: viví ahí unos meses con una italiana que se dedicaba a hacer la escenografía de videoclips.
Los italianos son más como nosotros.
Sí, pero me acuerdo de que cuando llegué a Italia me llamó la atención cómo se arreglan las italianas, y yo me miraba... Pero sí, en Italia sentía que estaba en mi casa, cero choque cultural.
Las milanesas se visten bien, entonces.
Sí, y las de Bolonia también, y los varones también. Es la moda italiana: hasta los carabinieri tenían el coso de Armani.
Sin Talvi y sin etiquetas
“Yo soy una de las fundadoras de Ciudadanos”, dice Ache sobre el sector que se formó en 2018 y terminó siendo encabezado por Ernesto Talvi. Ache comenta que al principio, en las reuniones de lo que luego sería bautizado Ciudadanos, sólo había cuatro dirigentes colorados: ella, el hoy senador Pablo Lanz y Luis Repetto y Nito Lago, ambos dirigentes que ahora apoyan la precandidatura de Gabriel Gurméndez.
Como todos recordarán, en 2019 Talvi le ganó la interna a Julio María Sanguinetti, en la elección de octubre quedó tercero y, cuando asumió el gobierno, en marzo de 2020, fue designado canciller. Talvi eligió a Ache para que fuera su subsecretaria, y ella dice que lo tomó como “una gran responsabilidad y un gran honor”. A los 13 días se vino la pandemia y recuerda que fue “un caos”. “Ernesto era muy ordenado y muy trabajador, y cayó esto de imprevisto, se cerraron las fronteras, en una cancillería que justamente se trata de relaciones con el mundo, y hubo que ocuparse de otras cosas urgentes que surgieron en ese momento, que nadie se hubiese imaginado. Lo recuerdo como una época muy intensa, de mucho trabajo, de un liderazgo que asumió con mucho humanismo Ernesto Talvi”, dice.
Pero, en los fríos papeles, Talvi estuvo más tiempo en campaña que en el gobierno: cuatro meses después de asumir, renunció a la cancillería –lo sustituyó Francisco Bustillo–, a las pocas semanas también dejó el Senado, de donde se había tomado licencia, y, mediante una carta, anunció que dejaba la política. “No es lo mío”, escribió, y hoy está radicado en España. Ache dice que la salida de Talvi “no fue tan de un día para el otro” sino “un proceso”, pero “claro” que la “sorprendió”, porque “no era lo deseable”. “Era una esperanza para el partido, mucha gente había confiado en él, jóvenes y frenteamplistas que votaron al PC porque se cautivaron con su propuesta”, asegura.
Ache subraya que Talvi “venía totalmente de afuera de la política, y la política tiene sus pormenores, sus cosas, que si no las conocés o nunca las viviste, a veces te puede parecer difícil, y capaz que eso le pasó a él”, y agrega: “Él se fue con una declaración muy escueta. Quizás en algún momento pueda dar una explicación más completa. No me corresponde a mí hacer conjeturas sobre eso, porque es una cosa personal de Ernesto”.
¿Cómo te definís ideológicamente?
Colorada, batllista y liberal. Pero trato de no definirme demasiado, de no etiquetarme.
¿Por qué no te gusta etiquetarte?
Porque las etiquetas te limitan, y uno cuando está en política busca lo mejor para la población, no hay una receta. Si te encasillás demasiado, limitarte puede hacer que después los consensos necesarios sean más difíciles de lograr. Esas etiquetas de izquierda y derecha ya son de otra época. Me parece que el batllismo representa mucho de lo que en Uruguay nos define un poco a todos, como libertad, justicia social, república y Estado de derecho. Y con esas bases, la gama más amplia de posibilidades.
¿Cómo se conjuga el batllismo con el liberalismo?
Perfectamente, porque se trata del ser humano, del individuo. Ahí hay una diferencia que sí hago, entre el individuo, con sus derechos individuales, que siempre fue lo que el batllismo resaltó, distinto de un corporativismo donde el ciudadano es solamente un engranaje de algo más grande. Acá la base es cada persona, como parte de una sociedad que no nos podemos olvidar, pero la persona es el centro.
¿Cómo estás viviendo la campaña?
Con mucho entusiasmo. No es fácil, obviamente, requiere mucho sacrificio y esfuerzo, pero convencida de que vale la pena, porque el PC está en un momento que tiene que sacudirse, empezar a crecer y a volver a representar a aquel PC fuerte y con personalidad, que seguramente no es lo que el pueblo está viendo, porque estamos teniendo cada vez menos intención de voto. Como colorada de ley que soy, me parece que vale la pena dar esa pelea y hacer el esfuerzo para que volvamos a estar donde nos merecemos estar, pero siendo lo que somos.
El bajón electoral del PC viene desde la crisis de 2002. ¿Creés que todavía pesa todo aquello?
La crisis fue un golpe letal, primero porque la coalición no funcionó hasta el final, o sea que todo el costo político lo asumió el PC, porque era quien gobernaba. Y no se comunicó bien que en realidad fue una crisis que no la generó el gobierno, sino que le vino de afuera y, gracias al gobierno colorado, fue que pudimos salir como salimos, dejando al Frente Amplio un país en crecimiento, y no haciendo lo que nos recomendaban hacer, que fue lo que hizo Argentina, y mirá cómo terminó... Pero son muchos factores: también no haber podido generar un liderazgo consolidado, y luego una dirigencia muy concentrada en sí misma, no en que el partido crezca, sino en chacras más chicas. La política no tiene que estar en función de beneficios personales o de los cargos –de los amigos y propios–, y las personas se dan cuenta de esas cosas. Un partido más cercano a la gente y más terrenal, eso es lo que tenemos que volver a tener.
Hablabas de que Talvi como era nuevo en política capaz que no tenía claro las contras de la actividad. Vos viviste alguno de esos bemoles de la política…
Sí, claro, yo viví la parte más fea de la política, justamente por un partido que no estuvo a la altura, o por un sector que en su momento no estuvo a la altura, porque el líder no estaba. Eso también fue consecuencia de que Talvi se haya ido de la política. Obviamente que para mí fue duro, esa pelea por el cargo y no mirar a largo plazo, pero uno también aprende, se va endureciendo y preparando para lo que viene.
Te referís a todo lo que pasó en la interna de Ciudadanos con el caso del pasaporte otorgado al narcotraficante Sebastián Marset, que terminó con tu renuncia al cargo en la cancillería y tu alejamiento del sector, porque no te respaldaron.
Sí, ya he hablado con algunos que en su momento fueron parte de esa decisión, que para mí fue muy injusta. Se sacrificó a una colorada para defender a dos ministros blancos [Luis Alberto Heber y Bustillo], y eso lo hizo el partido, pero no había ninguna razón que ameritara ponerme en el escarnio público, más allá de razones políticas. Entonces, eso es lo feo de la política, que existe, y en el caso del PC, que estaba sin el liderazgo, se vive más descarnado.
Cuando te lanzaste hiciste énfasis en que sos la primera mujer precandidata del PC. ¿Viviste algo diferente por ser mujer dentro de la política? Porque es un ambiente mayormente de hombres y machista.
Obviamente que sí. Yo no me considero radical en cuanto al feminismo ni en cuanto a ninguna postura, creo que las posturas radicales no son positivas, pero tampoco hay que negar la realidad: la política es un ambiente machista, como hay otros, al estar involucrado el poder. Es un espacio en el que todavía dominan los hombres, pero también hay algunas cosas para destacar: tenemos una vicepresidenta mujer, y una ministra de Economía mujer por primera vez, pero todavía queda un camino largo para recorrer. En la cancillería, por ejemplo, yo fui la segunda vicecanciller, la primera había sido Belela Herrera [en el primer gobierno de Tabaré Vázquez], y nunca hubo una canciller mujer. Entonces, son espacios en los que cuesta y romper eso es difícil.
Yo me acuerdo de una vez que repartía listas en la rambla y hablaba con una mujer que estaba en política y repartía listas conmigo. Ella me decía que en la política para las mujeres es más difícil, y en ese momento yo tenía una posición totalmente contraria. “Yo nunca me sentí discriminada”, le dije, y ella me contestó: “Obvio, para repartir listas, no, pero esperá un poquito a ir recorriendo otro camino, y vas a ver que sí”. Hay que vivirlo para darte cuenta de que es así; después le di la razón. Me acuerdo siempre de esa conversación, porque yo tenía ese discurso que negaba totalmente que a las mujeres les fuera más difícil, pero por vivencias personales o de compañeras cambié mi posición. No por una conveniencia personal, porque siempre saqué listas yo, pero sí porque fue constatar la realidad de las cosas.
¿Qué puntaje le pondrías a Talvi como canciller, del 1 al 10?
Le pondría un muy buen puntaje. Nunca se pone un 10 porque siempre hay cosas que se podrían haber hecho mejor –y no le vamos a restar puntos porque se fue–: le pongo un 9.
¿Y a Bustillo?
Prefiero no ponerle puntaje. Que se lo ponga la gente...
A caballo
“Me encanta leer y me gusta andar a caballo”, contesta Ache cuando se le pregunta cuál es su cable a tierra, lo que la despeja de las idas y vueltas de la política, aunque subraya que “el cable a tierra más grande es la familia y la gente que uno quiere”. Lo que está leyendo por estos días es Los genios(2023), el último libro de Jaime Bayly, una novela sobre la amistad entre Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa –y Ache aprovecha para comentar que este último escritor le gusta mucho–. A la hora de andar a caballo, cuenta que lo hace en un campo en Salto, al que trata de ir lo más que puede. “Más que nada para acompañar a mi marido, que trabaja en el campo. En las vacaciones a veces nos vamos”, acota.
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