En el ranking de pobreza infantil entre países de ingresos altos y medio-altos que realizó Unicef, Uruguay ocupa el lugar 37 de 40, es decir, que tres de cada diez niños y niñas uruguayos son pobres, de acuerdo al informe titulado Pobreza infantil en medio de la abundancia, que se divulgó este martes. “La pobreza infantil en realidad es un emergente de los problemas de desigualdad”, expuso, por su parte, la magíster en Ciencias de la Economía Andrea Vigorito.

La economista hizo una exposición este miércoles en una mesa de trabajo impulsada por la Plataforma Infancias y Adolescencias (PIAS) con el apoyo de Unicef y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, en la que participaron referentes de la academia y de organizaciones sociales e integrantes de los equipos de campaña de los candidatos a la presidencia.

Vigorito detalló que, dentro de América del Sur, Uruguay es uno de los tres países que, a pesar del crecimiento económico, no lograron recuperar su nivel previo a la pandemia en términos de desigualdad, junto a Panamá y Costa Rica. No obstante, aclaró que ya en 2019 la desigualdad era alta en el país y que el porcentaje no bajaba desde 2013. Según la economista, el período de reducción de la desigualdad en Uruguay “fue muy corto”, entre 2003 y 2008, y luego “no tuvo grandes cambios”.

Después de la pandemia “tuvimos una recuperación con crecimiento, pero con el resultado de una sociedad más desigual, y eso nos crea un peor punto de partida en un momento, además, en el que las previsiones de crecimiento económico van a ser bastante menores”, expresó Vigorito, quien señaló que en año electoral es necesario debatir sobre “qué prioridad se le da” a la desigualdad y “qué sectores financian esta reducción”, la cual “no es barata”, advirtió.

Además, indicó que la población objetivo de las políticas públicas debe ser mayor, porque hay que tener en cuenta que entre 40% y 55% de las personas enfrentan “vulnerabilidad” frente a la pobreza. “El objetivo del desarrollo no es sólo erradicar la pobreza, sino también prevenir contra la vulnerabilidad persistente”, apuntó la economista.

“Niños insoportables” o “lo insoportable para un niño”

La psicóloga y doctora en Educación Carmen Rodríguez reconoció que la “objetivación y cuantificación” de la dimensión del problema de la pobreza infantil es ineludible para pensar en cambios. Sin embargo, agregó que son necesarias “otras brújulas”, como entender que la “pobreza estructural es, sobre todo y ante todo, la experiencia humana”.

“Es una experiencia que está hecha no sólo de carencias materiales, sino que está hecha del psiquismo, de experiencia sensible”, manifestó, y agregó: “Nadie puede ser feliz viviendo en la pobreza estructural. Estos problemas son problemas de infelicidad y trauma infantil, porque la pobreza estructural es un agente profundamente traumático para el psiquismo de la infancia”, señaló.

“No todos los uruguayos están dispuestos a cambiar la vida detrás de la línea de la pobreza y los estragos de la pobreza estructural. Creo que hay un grupo, incuantificable pero existente, que no siente la urgencia de modificarlos”, advirtió Rodríguez. “Creció algo que [la filósofa] Adela Cortina nombró como aporofobia: a alguien se le ocurrió que lo mejor que podemos hacer con los pobres es odiarlos, rechazarlos y temerles, construir una figura demoníaca. Hay gente que tiene aporofobia y, además, hay otros actores sociales muy activos en la sociedad que no solamente no quieren cambiar la pobreza estructural, sino que se benefician de que exista y es el caso del uso de los adolescentes como parte de las redes de narcotráfico”, denunció.

Para generar cambios, la psicóloga apuntó en primer lugar a la necesidad de que quienes “trabajan en territorio todos los días y quienes toman decisiones fundamentales tengan una conversación fructífera e inteligente, cosa que no siempre acontece”.

Por otra parte, advirtió la tendencia a la “familiarización de los problemas de la infancia”, es decir, la noción de que “los peores males que les ocurren a los niños pobres nacen, crecen y son producto de las familias horribles” que tienen. Para Rodríguez, la situación de la niñez es resultado del “cruce de una novela familiar con una trayectoria social”.

Por último, la especialista dedicó una reflexión sobre lo que sucede en las instituciones del Estado encargadas del cuidado de niños y niñas, como las escuelas, los CAIF y los centros del Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay, cuando deben atender a niños y niñas que han vivido “lo insoportable para un niño”, asunto al que dedicó su tesis doctoral.

La psicóloga indicó que muchos de los niños que pasan por estas instituciones viven en la pobreza estructural y han experimentado “el encuentro con lo insoportable para un niño: privaciones extremas, abusos sexual e incesto, violencia de todo tipo”. Estos niños y niñas, según Rodríguez, suelen tener un comportamiento destructivo.

La maestra o educadora que pretende cuidarlos “recibe del niño no una gratitud, sino un ataque”, y frente a esto “decimos que los niños se volvieron insoportables”. Lo que ocurre con estas infancias, en las que “el daño ha calado muy hondo”, es que terminan teniendo una trayectoria de derivación por todos los servicios del Estado. “No hay ni un solo lugar que levante la mano para decir: ‘traémelo a mí, porque yo sí estoy formado, porque yo sí puedo’, incluso una clínica psiquiátrica”, ilustró.

En ese sentido, indicó que el error está en la derivación a otras instituciones. “Si podemos tener esperanza de que algo pase en la forma de existencia de ese niño o de esa niña, estamos haciendo todo lo contrario, porque tenemos que empezar con un ambiente que se vuelva estable”, consideró.

“¿En qué condiciones podemos construir institucionalidades agiornadas al problema que tenemos para ir a contramano de la reproducción de la derivación y el tratamiento vengativo de esta infancia? ¿Cuánto hace que no se diseñan perfiles de política pública en este país?”, cuestionó.

“Son niños que no responden a los punitivismos, no los vamos a arreglar con castigo. Sigamos castigándolos, pero ellos van a seguir rompiendo el mundo. Los niños siempre en la familia, en las instituciones y en la sociedad, con sus síntomas, nos recuerdan que no los estamos tratando bien, que el mundo no está bien”, concluyó.