La trayectoria política de José Mujica es difícil de encuadrar. A sus 89 años, el histórico referente de izquierda –que falleció este martes– vivió en carne propia la profunda crisis socioeconómica y cultural que atravesó nuestro país a mediados del siglo XX y formó parte del sistema político partidario para abandonarlo años más tarde en favor de la lucha armada.

El expresidente fue en un principio cercano al diputado del Partido Nacional (PN) Enrique Erro, vínculo que la filiación política de su madre y su tío facilitó. El relacionamiento entre Erro y el primer colegiado del PN se deterioró con rapidez, lo que resultó en su eventual alejamiento.

Por su parte, Mujica abandonaría la actividad partidaria en favor del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T), organización clandestina en cuyo proceso fundacional participó y que, entre fines de los 60 e inicios de los 70, llevó a cabo una serie de asaltos a entidades financieras acusadas por el movimiento de permitir actividades ilícitas, así como en el secuestro de personalidades afines al gobierno de Jorge Pacheco Areco y en el asesinato de figuras acusadas de ser partícipes en violaciones a los derechos humanos.

Años más tarde, en 1973, tanto Erro como el MLN-T servirían al gobierno de Juan María Bordaberry como la excusa para disolver el Parlamento y usurpar el poder junto con las Fuerzas Armadas, luego de que le denegara una solicitud de retiro de fueros del entonces senador, dado un presunto vínculo con el movimiento guerrillero.

La radicalización, el MLN-T y la lucha armada

Para la doctora en historia latinoamericana Vania Markarian, es posible atribuir el “proceso de radicalización política” del expresidente, en parte, al “ciclo recalentado de la Guerra Fría en América Latina”, que tuvo uno de sus puntos álgidos en la Revolución cubana. Según dijo a la diaria la historiadora, esto se contrapone a otros procesos de radicalización iniciados a fines de los 60 y vinculados con los movimientos estudiantiles.

Markarian recordó que durante los años de “surgimiento a la vida política” de Mujica ya era posible percibir en nuestro país una crisis “estructural” incipiente no sólo a nivel socioeconómico, sino también cultural y político. Dicho factor, explicó, seguramente haya contribuido a su radicalización, así como el surgimiento no sólo de grupos armados, sino también de movimientos sociales organizados y agrupaciones políticas legítimas.

Por su parte, el historiador de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación Aldo Marchesi concordó con las explicaciones de Markarian y en conversación con la diaria agregó que, en sus orígenes, la acción política del MLN-T se sostuvo en la “práctica radical”. “Es un elemento bastante particular de los tupamaros: van a resistir asumir una definición ideológica, y más que nada todo su discurso se sostiene en la idea de que la práctica es el elemento de la acción política”, sintetizó.

Es así que si bien en un principio las acciones tomadas por el MLN-T fueron interpretadas como simples delitos, el movimiento terminó por captar la atención del país luego del secuestro del entonces presidente de UTE, Ulysses Pereira Reverbel –quien había optado por militarizar el servicio ante un conflicto sindical– en 1968.

Markarian calificó ese hecho como “una inflexión clara” que llevó a que las acciones de la organización pasaran a “asociarse con la idea de la revolución”. “Ya no van a estar en las páginas policiales como delincuentes, sino que se los va a empezar a considerar un movimiento que amenaza o que tiene la intención de subvertir el Estado de derecho”, sintetizó.

Entre otros hechos, y además del secuestro de Pereira Reverbel, Mujica participó en la “toma de Pando”, primer gran enfrentamiento directo con la Policía y el Ejército, que contó con un saldo de cinco muertos y varios heridos; recibió seis balazos y fue preso en la cárcel de Punta Carretas dos veces, y escapó en ambas oportunidades.

La toma de “rehenes”: una década de tortura y reclusión

Es en ese contexto de efervescencia que en 1971 el Poder Ejecutivo encomendó la “lucha antisubversiva” a las Fuerzas Armadas, que derrotaron al MLN-T tan sólo un año más tarde. Fue entonces que Mujica fue aprehendido por última vez y en 1973, ya en marcha la dictadura, secuestrado en calidad de “rehén” junto con otros ocho hombres y diez mujeres del movimiento, con la intención de disuadir de la lucha armada a quienes aún no habían sido capturados.

“Fuimos sacados, por sorpresa, de cada una de nuestras celdas –narran los exguerrilleros Mauricio Rosencof y Eleuterio Fernández Huidobro en la introducción del libro _Memorias del calabozo– en el Penal de Libertad. En la soledad de la helada madrugada de ese invierno creciente, hasta el motor de los camiones que nos aguardaban parecía querer hablar en voz baja para que los demás presos (miles) no oyeran”. “Fue un traslado vergonzante, un traslado con la conciencia de que algo grave estaban cometiendo”, agregan páginas más tarde.

Dicho “viaje”, ahonda el libro, ocuparía 11 años de sus vidas, con breves estadías en diferentes cuarteles del Ejército del interior del país. Mujica, junto con Rosencof y Fernández Huidobro, sería asignado a la División del Ejército IV, a cargo del litoral este. Sumado a los constantes traslados, el castigo impuesto por las Fuerzas Armadas fue cruento: los rehenes fueron incomunicados tanto entre como aislados del mundo exterior, de tal forma que su único contacto con él fue momentáneo, ya sea a través de mirillas instaladas en las puertas de sus respectivos calabozos como en el papel de diario que los soldados utilizaban en el baño, al que los presos sólo podían acceder una vez por día, describe Rosencof.

Por su parte, el cambiante “hábitat”, explica, carecía de mobiliario y en ningún momento excedió los dos metros cuadrados. Encima de eso, los castigos impuestos por los captores fueron de lo más diversos, pasando de los plantones al estar “sentados en un banquito de madera, de espaldas a la puerta y con el rostro pegado a la pared” durante períodos de tiempo prolongados, entre otros métodos de tortura y vejación que caracterizaron a las dictaduras latinoamericanas.

Marchesi dijo que las formas adoptadas por la dictadura uruguaya para con los “rehenes” fueron de un nivel de intensidad mucho mayor que el tratamiento recibido por otros presos políticos, con “la idea de lograr” que “se asumieran como derrotados” y de “destruirlos psicológicamente”, aunque aclaró que “todo el terrorismo de Estado buscaba destruir la subjetividad”. Explicó que esa aproximación se retrotrae al combate contra las guerrillas, previo a la adopción de políticas sistemáticas de desaparición de detenidos políticos que sucedería años más tarde.

Por su parte, Markarian afirmó que los métodos adoptados fueron “claramente un rasgo distintivo de la dictadura uruguaya”, aunque matizó que también es posible demostrar la concreción de “asesinatos políticos directos” e intencionados, más allá de aquellos que “derivan de las condiciones de tortura”. De este modo, consideró que “marcar la singularidad” de las “formas represivas” adoptadas por la dictadura uruguaya “está bien” y que, en esa línea, “los rehenes” son un caso de ello.

El legado histórico de Mujica

Para Markarian, el hecho de que Mujica haya podido sobrevivir al período hace a un componente “heroico” que lo caracteriza. “Creo que en parte el componente épico de su situación es salir. Salir de ahí con esa primera conferencia de prensa a decir ‘nos vamos a reintegrar a la lucha del pueblo’”, dijo.

A su entender, la “acumulación de experiencias previas” vividas por el expresidente, entre las que caracterizó al tiempo vivido en reclusión como la “prueba de fuego”, “hace que muchas de sus palabras se lean desde otro lugar” y que le hayan otorgado un “peso especial”. Sostuvo que el expresidente fue el remanente del “último momento” en el que fue posible calificar la entrega de una personalidad política de nuestro país como “heroica”, así como alguien dispuesto a “poner el cuerpo para proteger las ideas, y no al revés”.

“Me parece que con su muerte se cierra definitivamente una etapa, una posibilidad de tener entre nosotros testigos de esa generación”, valoró Markarian, si bien aclaró que su pérdida no representa el final de la lucha por aclarar los crímenes cometidos durante la dictadura, ya que eso “no depende de que mueran sus principales víctimas”.

De forma similar, Marchesi tildó la pérdida del expresidente como “el fin de un ciclo” y “una experiencia colectiva” vinculada al movimiento de izquierda, aunque remarcó la inevitabilidad del suceso y su distancia con las nuevas generaciones. Aun así, consideró que “hay muchas cosas para aprender” y “entender los dilemas que una generación tuvo para cambiar la sociedad”, algo que “la experiencia de personas como Mujica nos pueden ayudar a pensar”.