Se presentaron ayer los resultados de la segunda ronda de la Encuesta de Nutrición, Desarrollo Infantil y Salud (ENDIS), estudio longitudinal que busca relevar las condiciones de vida de niños y niñas de Uruguay que nacieron entre 2010 y 2013.
Esta segunda ronda se aplicó entre 2015 y comienzos de 2016 y estudió 2.611 casos de niños y niñas de tres a seis años de todo el país; la mayoría de ellos (2.383) habían sido contactados en la primera ronda, que se había hecho en 2013, cuando tenían entre cero y tres años; en setiembre comenzará la tercera edición, que se aplicará mayoritariamente a esos mismos niños, que ahora tienen entre cuatro y ocho años. Este estudio es una iniciativa de Uruguay Crece Contigo y el Instituto Nacional de Estadística, con el apoyo de la Universidad de la República. Tiene el fin de orientar el diseño y la implementación de políticas públicas.
“Encontramos tendencias, no grandes cambios”, expresó Georgina Garibotto, de la Secretaría Técnica de la ENDIS, al presentar los resultados. Dijo que entre la primera y la segunda ronda se duplicaron los hogares monoparentales: eran 6% en la primera edición y 12% en la segunda. Ese valor es promedio y es superior en los hogares de menores ingresos (uno de cada cinco niños del quintil socioeconómico más bajo sólo vive con su madre). Uno de cada diez niños de cero a seis años no tiene ningún contacto con su padre.
Perfil de las madres
Los estudios se enfocaron en las madres porque fue a ellas que se entrevistó en la primera ronda, debido a la información de los controles perinatales y de la primera infancia; Garibotto expresó que es necesario incluir también a los padres. 44% de las mujeres encuestadas tienen menos de diez años de estudios, y la mayoría trabaja. Entre una ronda y otra la proporción de ocupación creció de 60% a 65%, lo que guarda su lógica con la menor dependencia de los niños al crecer. La proporción de mujeres que trabajan es dispar según el nivel socioeconómico: trabajan apenas tres de cada diez mujeres del quintil más bajo, y nueve de cada diez del nivel más alto. En promedio, 26% de las madres ocupadas no aportan a la seguridad social por su empleo principal; la informalidad es mayor en el interior del país y según nivel socioeconómico (68% de las mujeres del quintil más bajo no aporta a la seguridad social). En cuanto al bienestar emocional, 15% de los niños “vive con madres que se encontraban deprimidas, ansiosas o presentaban algún otro indicio de alteraciones psicoemocionales”, detalla el informe. Allí también hay un marcado corte según el nivel de ingreso: la depresión alcanza a casi 30% de las madres del quintil 1 (el más bajo) y 5% del quintil 5. Garibotto señaló que la depresión y la actividad laboral están relacionadas: a menor ocupación, mayor depresión, aunque, quienes tienen tres o más trabajos son las que presentan mayor porcentaje de alteraciones de su bienestar emocional.
Salud y alimentación
La enorme mayoría de los niños contactados (97%) tenía al día el certificado esquema de vacunación. 41% de ellos había presentado en las tres semanas previas a la encuesta algún síntoma por problemas respiratorios, cuadros febriles, gastrointestinales y dolor o secreción de oídos; Garibotto comentó que el porcentaje es relativamente bajo porque la encuesta se hizo en verano y otoño. El uso habitual de medicación se hace en 14% de los casos estudiados; se halló que 18% de los que toman medicación usan habitualmente más de un fármaco. 10% de los medicamentos usados están vinculados al tratamiento de malestares respiratorios y alergias, 1% son psicofármacos, 0,3% endocrinológicos y 0,5% gastrointestinales. Garibotto manifestó que es necesario profundizar en la información sobre el consumo de medicación psicológica y psiquiátrica, porque se observó que muchas veces se consumía sin la correspondiente consulta con el médico.
“La inseguridad alimentaria es definida como la autopercepción acerca de la capacidad de disponer de alimentos nutricionalmente adecuados, inocuos y socialmente aceptables en el hogar”, consigna la ENDIS. Entre la primera y la segunda ronda, las cifras se mantuvieron en niveles similares: 58% de los niños vive en hogares con seguridad alimentaria y 4,8% en hogares con “inseguridad alimentaria severa”. Tanto la inseguridad alimentaria severa como el retraso de crecimiento de los niños se produce, en mayor proporción, en los hogares con menores ingresos.
Garibotto comentó que Uruguay está empezando a tener problemas que atraviesan los países de renta alta: el exceso de peso en la infancia. Comentó que pasados los dos años, los niños empiezan a comer “cualquier cosa”: dijo que, en general, comen todo lo que se recomienda en la guía de alimentación que elaboró el Ministerio de Salud Pública, pero que comen también, por igual, lo no recomendado. Niños de estatus altos y bajos comen alimentos ricos en grasa, sal, azúcar, y bebidas azucaradas. El tema no es menor, y es evidente si se considera que “uno de cada cinco niños se saca la sed con bebidas azucaradas”, tal como se detectó.
36% de los niños de dos a seis años tiene un índice de masa corporal superior al que correspondería para su edad (todavía no llega a ser sobrepeso ni obesidad, pero es un estadio anterior). Garibotto señaló que ese valor duplica lo que espera la Organización Mundial de la Salud, que estima que 16% tenga peso mayor de lo esperado. El exceso de peso es relativamente similar entre el primer y el tercer tercil socioeconómico (10,5% en el primero, 13,1% en el segundo y 14,2% en el tercero) pero preocupa especialmente la combinación del sobrepeso con el retraso en el crecimiento, que lo padecen 11% de los niños del primer tercil (3,2% del segundo y 2,7% del tercero). “En el primer tercil, en las familias con menores ingresos, convive por igual el retraso de crecimiento con el exceso de peso”, resumió.
Si bien todos los niños están expuestos al uso de pantallas (televisión, computadora, tablet, videojuegos o celular), 20% está expuesto entre tres y cuatro horas al día, cuando lo recomendable es que estén expuestos menos de dos horas al día. Uno de cada cinco niños practica algún deporte o participa en juegos espontáneos fuera del centro educativo.
A medida que crecen, la asistencia a centros educativos es mayor: la proporción de asistencia creció de 36% a 77% entre la primera y la segunda ronda, en lo que incidió la escolarización obligatoria a los cuatro años. Las diferencias según estrato socioeconómico son notorias: “niños y niñas del quintil de mayores ingresos presentan una tasa de asistencia 16 puntos porcentuales superior a la del quintil de menores ingresos”, consigna el estudio.
En cuanto a las prácticas de crianza, 87% acostumbra cantarles canciones a los niños y 59% juega con ellos en forma diaria. 62% de los niños duerme en su propia cama, y el porcentaje disminuye cuanto menor es el ingreso del hogar. En uno de cada diez hogares no hay libros infantiles.
Por último, Garibotto comentó que hay “grandes diferencias” en las habilidades de comunicación, el desarrollo de motricidad fina y la resolución de problemas que presentan los niños según el tercil de ingresos, siendo peores los desempeños de los que viven en hogares con menos recursos; lamentó, además, que esas diferencias “no eran tan grandes” cuando los niños tenían entre cero y tres años.