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Se supone que el objetivo de la ciencia no es tanto generar alarma como aportar a la generación de conocimiento. Sin embargo, y por más que uno no quiera ser amarillista, en algunas ocasiones ese conocimiento generado es alarmante. Es el caso del trabajo publicado recientemente por investigadores argentinos en la revista Archives of Toxicology, que tiene como autores principales a María Milesi y a Virginia Lorenz, ambas del Instituto de Salud y Ambiente del Litoral (ISAL) de la Universidad Nacional del Litoral (UNL) de Santa Fe.
Cuando las investigadoras introducen el marco en el que se llevó a cabo su investigación, es inevitable pensar en lo que sucede en nuestro país. Por un lado, señalan que la infertilidad “afecta a más de 10% de las mujeres alrededor del mundo” y que la causa de esa infertilidad no puede especificarse para un tercio de las parejas que la experimentan. Agregan que “la evidencia acumulada sugiere que factores relacionados con el estilo de vida y la exposición ambiental creciente a químicos disruptores endócrinos pueden contribuir en la ocurrencia de problemas de salud reproductiva” y que “estudios epidemológicos han mostrado una correlación cercana entre la exposición ambiental y ocupacional a pesticidas con desórdenes reproductivos en hombres y mujeres”, enumerando efectos como la baja de la fertilidad, abortos espontáneos, partos de bebés muertos, bebés con bajo peso o con defectos de nacimiento. Si a esto se le suma que “el glifosato es un herbicida sistémico usado para el control de malezas”; que desde la creación de organismos modificados resistentes a herbicidas “las áreas de cultivo destinadas a cultivos genéticamente modificados se ha extendido, más que nada en países de Sudamérica como Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay”; que desde entonces el glifosato se ha convertido “en el herbicida más usado a nivel global”, y que “en la última década los agricultores aumentaron la aplicación de glifosato y fumigan más frecuentemente para combatir las hierbas resistentes al glifosato”, la necesidad de estudiar la relación entre glifosato y reproducción es más que evidente.
Un experimento ingenioso
Con esto en mente, el equipo se propuso investigar en ratas albinas si la exposición durante la gestación y la lactancia a bajas dosis de glifosato “altera el desempeño reproductivo femenino y/o induce a efectos relacionados a anomalías congénitas o alteraciones del crecimiento en la segunda generación”. Para ello diseñaron un experimento en el que se le administró a ratas preñadas (la generación 0) glifosato en la comida en dosis bajas y muy bajas (200 mg y 2 mg por kilo de peso corporal por día) desde el noveno día de gestación y hasta el día del destete. Las crías femeninas (la generación 1) de estas ratas que ingirieron glifosato en su dieta perinatal fueron apareadas con ratones no expuestos al herbicida y se evaluó su desempeño reproductivo teniendo en cuenta la tasa de gravidez y midiendo, en el día 19 de gestación, la cantidad de cuerpos lúteos, los sitios de implantación y reabsorción en el útero. A su vez, para analizar los efectos en la segunda generación, analizaron la morfología fetal al día 19 de gestación de las crías de las madres de la generación 1, así como el largo y peso del feto y el peso de la placenta. Los resultados fueron, cuando menos, sorprendentes.
Si bien las ratas de la generación 1 (cuyas madres ingirieron glifosato en bajas concentraciones durante la gestación y la lactancia) no mostraron tamaños inferiores y todas quedaron preñadas, los científicos detectaron “un número inferior de sitios de implantación” así como un mayor porcentaje de pérdidas preimplantación. Sin embargo, los efectos más notorios se dieron en la segunda generación: 57,5% de los fetos en el útero de las ratas cuyas madres recibieron la dosis baja y 48,2% de los que recibieron la muy baja presentaron tamaño y peso menor que el indicado para su edad gestacional. Pero lo que llamó la atención de los autores del paper –tanto que se animan a decirlo literalmente, cuando en las revistas científicas no es frecuente hablar de lo que uno espera– fue “la ocurrencia de anomalías estructurales congénitas en la camada de la segunda generación”, cuyas madres se expusieron a la dosis más alta de glifosato durante la gestación y lactancia. El artículo, que tiene fotos que impresionan, da cuenta de fetos con malformaciones como extremidades anormales y fetos unidos. Los autores son cautos y refieren a que algunos tóxicos ambientales tienen la capacidad de alterar el epigenoma más que alterar el ADN. Es decir, de producir cambios epigenéticos que sin alterar el ADN (se heredan las mismas “letras” de los progenitores) modifican la actividad de ese ADN. “Hasta donde sabemos, es el primer estudio que demuestra efectos adversos en la segunda generación como consecuencia a la exposición a glifosato”, afirman en la discusión del artículo. Y allí volvemos a pensar en nuestro país, nuestro campo, y el conocimiento generado científicamente que, a veces, resulta alarmante.
Repercusión oriental
“Suele pasar que en este tipo de estudios se encuentren resultados inesperados”, comenta el investigador uruguayo Claudio Martínez Debat, quien no participó en la investigación. Es profesor adjunto de la sección Bioquímica del Instituto de Biología de la Facultad de Ciencias (Universidad de la República, Udelar) y cocoordinador del Núcleo Interdisciplinario Colectivo TÁ (del Espacio Interdisciplinario de la Udelar). Martínez explica que “si sorprende esto es porque no se estudió hasta ahora, nadie se puso a buscar esos efectos. Es el primer artículo que veo en el que los investigadores se toman el trabajo de ver qué pasa en la segunda generación, o sea, las madres de estos embriones que ellos ven afectados no recibieron glifosato directamente, sino sus madres”.
El académico, además, contextualiza: “Este trabajo forma parte de una batería de estudios que hay sobre el glifosato, por ejemplo los que aparecen en la Antología toxicológica del glifosato, publicada en Argentina, donde hay casi 800 artículos. Este es uno más y sigue la línea de los trabajos embriológicos sobre el glifosato que inauguró el doctor Andrés Carrasco allá por el 2010. Es algo bastante reciente y hay que decir que los argentinos hoy son muy fuertes en estos temas”. Ante una posible crítica, Martínez dispara: “Si bien no se puede afirmar a partir de un modelo animal que lo mismo va a pasar en el ser humano, teniendo en cuenta que los mecanismos bioquímicos y los mecanismos de desarrollo involucrados en un ratón y un ser humanos son los mismos, uno puede sospechar que el efecto en seres humanos es similar. No lo podemos afirmar, pero lo podemos sospechar”, dice el investigador, al tiempo que señala que los autores son muy precavidos “sobre todo al publicar en una revista de alto impacto como esta, y por eso dicen que esto amerita una mayor investigación”.
Sobre la situación en nuestro país, Martínez afirma que no conoce trabajos sobre toxicología del glifosato en modelos animales, y sentencia: “En Uruguay tenemos un debe del tamaño del estadio Centenario, porque aquí no podemos medir glifosato en líquidos biológicos humanos”. Si una persona cree que o efectivamente fue expuesta a glifosato, no hay forma de medir cuánto tiene en la sangre ni en la orina. Martínez cuenta que con el Núcleo Interdisciplinario Colectivo TÁ están trabajando en una técnica para medir glifosato en orina que, si bien no es la más exacta, es la que tienen “más a mano por un tema de infraestructura y de medios económicos. Por ahora no puedo adelantar los resultados”. Sin embargo, si bien se debe avanzar en esas formas de detección en humanos, Martínez es enfático: “La tesis que estamos manejando es que la situación sanitaria y de contaminación por agrotóxicos en Uruguay tiene que ser similar a lo que sucede en Argentina y en el sur de Brasil. En esos países sí hay datos, entonces no podemos seguir esperando generar datos locales, más aun cuando no hay apoyos para hacer este tipo de línea de investigación”.
Martínez es un tipo que no se queda encerrado en su laboratorio. Por ello reflexiona: “¿Cuál es la alternativa? Para nosotros es la agroecología, un modo de producción alternativo que trabaja junto con la naturaleza en lugar de trabajar en contra de ella”. Para rematar añade: “La aplicación de herbicidas está basada en una estrategia de guerra”, y uno piensa en el narcotráfico y en cómo, también en ese caso, pensar con metáforas bélicas y la estrategia de combate han dado pésimos resultados. Con la legalización de la marihuana nos animamos, ¿por qué no pensar que podríamos hacerlo con el glifosato?
Artículo: “Perinatal exposure to a glyphosate-based herbicide impairs female reproductive outcomes and induces second-generation adverse effects in Wistar rats”.
Publicación: Archives of Toxicology (junio 2018).
Autores: M. Milesi, V. Lorenz, G. Pacini, M. Repetti, L. Demonte, J. Varayoud, E. Luque.