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Estar abiertos a escucharlos, ese es el primer paso para enfrentar el relato de un niño o adolescente que sufrió una situación de violencia. No desacreditarlo o minimizar su versión de los hechos trae muchos beneficios a la hora de empezar a sanar una herida que en 80% de los casos es producida por un adulto del círculo familiar, explicó en diálogo con la diaria la psiquiatra pediátrica Magdalena García. La médica estuvo a cargo de la presentación “Doctor, mi hijo me contó... Herramientas para el abordaje del niño violentado” en las Jornadas de Pediatría Ambulatoria que organizó la Facultad de Medicina de la Universidad de la República el 9 y 10 de agosto.
El porcentaje es parejo: de los abusados 60% son niñas y 40% son varones. También son parejos los casos según el nivel socioeconómico: “El abuso sexual pasa en las mejores familias: el médico debe estar atento a los síntomas, tanto en la policlínica barrial como en el prestador de salud privado más prestigioso; pasa en todos lados”, recalcó García.
La herramienta por excelencia es el diagnóstico a tiempo; para eso es fundamental estar atento y receptivo. La psiquiatra detalló: “El principal indicador del abuso sexual es el relato que hace el niño victimizado; sin embargo, a pesar de su alta especificidad, pocas veces es tomado en cuenta tanto por las personas que lo escuchan por primera vez como por las autoridades que intervienen en el caso”. Por eso, planteó que es fundamental poder validar el relato como un indicador confiable.
El pediatra en la Justicia
García cree que la creación de la Unidad de Víctimas y Testigos de la Fiscalía General de la Nación va a cambiar mucho la situación en el proceder de la Justicia. Los pediatras en ese proceso tienen un rol fundamental, ya que por su conocimiento del desarrollo de los niños actúan como peritos por competencia notoria. Las historias clínicas podrían ser utilizadas como evidencia; en ese sentido la psiquiatra hizo hincapié en la importancia de aclarar que se realizó un examen físico y que, en caso de que los resultados sean normales, hay que dar cuenta de que ese es el escenario más común, ya que en la mayoría de los abusos sexuales no hay síntomas físicos notorios. Asimismo, subrayó que se deben transcribir las palabras textuales de los niños y no la interpretación que de ellas hacen los adultos, y detallar que esa forma de expresarse es compatible con el desarrollo cognitivo de un niño de esa edad.
García detalló una lista de preguntas que el pediatra –así como el educador y el adulto referente– puede responder para validar lo que cuenta el niño. Adelantó que en 95% de los casos, cuando los niños relatan espontáneamente lo sucedido, con palabras propias, es decir adecuadas a su nivel de desarrollo, se confirma la denuncia. “Tenemos que estar convencidos de esta realidad, tenemos que creer que el relato de un niño que ha sufrido abuso es confiable en tan alto porcentaje, porque si no lo creemos no vamos a tener los oídos prontos para poder escuchar adecuadamente sus palabras”, enfatizó.
Uno de los primeros elementos a tener en cuenta es la edad y el nivel de desarrollo del niño o adolescente que se abrió para contar una situación que le genera confusión y muchas veces dolor físico. “Todos los que trabajamos con la infancia y la adolescencia si de algo sabemos es sobre el desarrollo normal de niños, qué es lo esperable en cada etapa”, detalló. Comentó que muchas veces los adultos cuestionan sobre cómo saber que ese relato es del propio niño y no una historia que le dicen que relate; ante esto García responde: “Las palabras que los adultos intentan que los niños repitan caen por su propio peso”.
También es importante identificar al agresor, el escenario del abuso y el tiempo en el que el niño fue violentado. Basándose en expertos españoles, la expositora aseguró que “cuando el niño es violentado por un desconocido se genera una situación que provoca que lo cuente rápidamente a sus cuidadores; como cualquier cosa que le pueda suceder a un niño, busca en sus protectores el apoyo que necesita”; en ese caso, cuando se presentan a la consulta “hay una sintomatología más florida, propia del estrés de haber sufrido una situación de violencia”.
Cuando la violencia sexual ocurre de forma crónica dentro de la familia se produce una serie de fenómenos de confusión por los que difícilmente el niño pueda dar cuenta en las etapas iniciales del abuso, sobre todo porque en la mayoría de los casos es presentado por el adulto como un juego. En estas situaciones, explicó García, no es raro que pase mucho tiempo antes de que el niño pueda hablar de lo sucedido: “Si el abuso sexual se inició a los cinco o seis años, recién a los nueve o diez una niña puede comprender que eso no era un juego y animarse a contar lo que le sucedía; hasta ese momento no se daba cuenta”.
Un tercer punto a manejar es la circunstancia en la que se compartió la situación. Si un niño de edad preescolar revela la situación de forma accidental y en una situación cotidiana es altamente probable que lo que está diciendo sea verdad, indicó la especialista. En ese caso, las circunstancias validan el relato porque el niño busca una figura de apego, confiable, para contar lo que le pasa.
Primer auxilio
Si se constata que el niño o adolescente está siendo violentado la respuesta tiene que ser inmediata. El médico debe comunicarse con sus colegas del equipo de violencia basada en género y generaciones –que por reglamento debe ser parte de los prestadores de salud públicos y privados– para poner en marcha la denuncia y un plan de contención. Sin embargo, cuando el relato hace referencia a una situación pasada, se recomienda “ser muy cauteloso, no salir corriendo a hacer la denuncia”, porque puede generar más conflictos que soluciones; se debe poner en acción un plan conjunto que dé apoyo integral al abusado.
García apuntó que muchos niños utilizan la técnica de “tirar verde para recoger maduro”; con esto se refería a que plantean una situación que les está sucediendo para poder cotejarla con lo que el adulto le dice. Ejemplificó con el relato de un niño: “‘Mamá, a vos no te tengo que lavar la cola como tengo que hacer con papá, ¿no?’”. Según la psiquiatra, el niño de cinco años que consultó a la madre estaba diciendo que cuando iba a la casa del padre se lo sometía a violencia y esa situación le generaba confusión porque no la vivía en ningún otro entorno.
Finalmente, es fundamental prestar atención al contenido de la historia. Múltiples investigaciones constataron que en los relatos certeros de violencia infantil se puede observar que los incidentes son múltiples y repetitivos en su estructura, que hay una descripción de acercamientos progresivos por parte del agresor; además, también que se presenta el componente del secreto –“me dijo que no se lo contara a nadie”– y que siempre forman parte del relato varios detalles colaterales y sensoriomotores típicos del nivel de desarrollo de la infancia.