La relación entre la música y el autismo fue el tema de la tesis de doctorado de Daniel Camparo, docente de la Facultad de Psicología de la Udelar. De su investigación –titulada “Música en la clínica del autismo: la mediación terapéutica a través de canciones”– se desprende que si se incorpora como una forma de terapia, la música puede tener efectos beneficiosos en niños con trastorno del espectro autista (TEA). La música promueve en estos niños la posibilidad de involucrarse, comunicarse y relacionarse con el otro, por ejemplo mediante gestos, baile o canto, afirma Camparo, quien se especializó en psicología del desarrollo. “Bailar, cantar y jugar con los demás implica una identificación con los demás”, explica el docente brasileño, que llevó a cabo el estudio en la Universidad de San Pablo. En la investigación se vio también que la música tuvo un mejor efecto que las órdenes, pedidos y reprimendas en la contención de movimientos agitados y agresivos.
Los resultados indican que las canciones pueden ser mediadoras terapéuticas; es decir, intermediarias en la relación terapeuta-paciente. “Sobre todo en niños con autismo, el concepto del intermediario tiene mucho valor y aplicación, porque son condiciones en las cuales está comprometido el vínculo con el otro”, señala Camparo. En los talleres llevados a cabo durante su investigación, cinco niños de entre cuatro y nueve años con TEA escucharon, reprodujeron y crearon canciones durante un año, con una frecuencia semanal, en un total de 20 sesiones. A partir de esta experiencia, Camparo estableció que la música produce efectos terapéuticos en tres dimensiones: intrapsíquica, intersubjetiva y sociocultural.
Por medio de la música el niño sufre modificaciones en algunas partes de su psique y, además, como es una actividad compartida, influye en la relación con los otros, sostiene Camparo. “Para tocar bien uno con el otro hay que entender si la música es triste, si es alegre, qué tipos de emociones se transmiten. La música lleva a compartir, y compartir es encuentro pero también separación, son dos individuos distintos”, explica. Por otra parte, para los niños la música es importante para poder participar en un baile escolar, una fiesta o una práctica educativa: la música acerca a cada individuo a su grupo social. También en este sentido, el estudio demostró que la música puede ampliar los intereses de los niños con TEA, que muchas veces son limitados. “Por ejemplo, quieren tocar solamente un tipo de música y repetirla insistentemente. Con la terapia musical logramos trabajar estos motivos restringidos y unirlos con otras partes, transformarlos, cambiarles el ritmo, el tiempo o las notas y a partir de ahí transformar eso en algo más complejo”, describe Camparo.
La investigación demostró también que la música influye en el proceso de subjetivación. “Se trata de un proceso que se da a lo largo del desarrollo del niño y del adulto en el cual uno se constituye como sujeto. En los niños con autismo este proceso se ve comprometido porque uno de los elementos fundamentales de la subjetivación es el encuentro con el otro: identificarse con figuras familiares y tomar elementos de otros para sí mismo. En el autismo falta eso: poder mirar a otro y tomar de ese otro conductas, comportamientos e ideas y hacerlas propias”, explica Camparo.
Otro de los resultados indica que la música contribuye al desarrollo de la función psíquica de la voz: una particularidad de la comunicación humana que la psicología ha comenzado a estudiar recientemente. Camparo señala que la cuestión del lenguaje ya venía siendo trabajada por la psicología, “cómo la comunicación era pautada por la transmisión de sentido y de información mediante las relaciones del lenguaje”. Pero agrega que “cada vez más se vienen concentrando en elementos prelingüísticos tales como el registro de la voz: el tono, las inflexiones, las pausas, las intensidades. Algo así como la ‘musicalidad’ de la comunicación”.