La salud y sus protagonistas: En esta sección incluimos relatos que aportan a la reflexión sobre las prácticas de salud

Hace unos meses las autoridades sanitarias de Inglaterra le suspendieron durante cuatro meses la licencia para operar a un cirujano, tras detectar que había estado 24 horas de guardia, sin descanso: salía de una guardia de 12 horas un ratito antes y se iba corriendo a otro hospital para estar 12 horas más. No fue suspendido por las salidas anticipadas ni por las llegadas tarde; tampoco por dañar a algún paciente, pues eso no se detectó. Lo suspendieron porque hizo algo penado: exponer a sus pacientes a un riesgo innecesario. Lo sancionaron por trabajar demasiado. Leí la noticia esperando a mi relevo en un cuarto de guardia. La crónica me quitó la sonrisa al percatarme de que en aquel momento yo ya contaba con casi 24 horas seguidas de guardia. Si fuera británico habría estado expuesto a la sanción, pero lo que está prohibido en Inglaterra es moneda corriente en Uruguay, no es la excepción, sino la regla.

Cuando recién me recibí, en enero de 2009 trabajé las 24 horas de 14 de los 31 días del mes: en ambulancia, dentro del sanatorio, haciendo un traslado o visitas a domicilio. Me asustó por el cansancio, pero no me quejé al ver en el banco el mejor sueldo de mi vida y por tener la oportunidad de contar con una salida laboral. Con el tiempo y casi sin pensarlo me acostumbré a asumir que este régimen de trabajo era el de la profesión que elegí por vocación. Vivir de guardia sería mi vida. Era así. Envuelto en la marea de incertidumbres de mis años de médico novato, decía que sí a toda guardia que me ofrecían. Nadie me impidió hacer 24, 48 y hasta 72 horas de guardia. O peor, hacer 36 horas seguidas, descansar 12 y hacer 48 horas más. Los días con sus noches, claro está. Entrar un viernes a las 20.00 y salir un domingo de mañana, trajinando de un lugar a otro a las corridas, pidiendo a mis colegas que me esperaran y esperando a los que me relevaban. Me acostumbré a aceptar que si salía de licencia 15 días era normal acumular guardias antes o después para cubrir y que te cubran, y hacer días “sándwich” de licencias. O bien llegabas exhausto a tu licencia por acumular las semanas previas o retomabas la actividad y te matabas luego de tu merecido descanso. Pero vos te creés que porque tuviste el dinero como para irte a Europa descansaste bárbaro. No te quejes.

En la escala cuasi militar de medicina, los rangos entre el residente de primer año y el último son abismales, ni que hablar de la diferencia con el colega ya recibido, o con tus docentes, que parecen seres de otra galaxia.

Todo se agravaría con la especialidad. Si hay un explotado en mi profesión, ese es el residente. Mal pago con respecto a sus mayores, el que se entrena aprendiendo (o malaprendiendo) suele ser un trapo con piernas, un trapo por la sobrecarga de trabajo y por cómo te tratan tus colegas. Está normalizado que el residente sufra para aprender. En la escala cuasi militar de medicina, los rangos entre el residente de primer año y el último son abismales, ni que hablar de la diferencia con el colega ya recibido, o con tus docentes, que parecen seres de otra galaxia: lejanos seres que hay que respetar más que a tus padres. Incluso entre pares la competencia es feroz. Y siempre de guardia. Una ley de gallinero que ninguna gallina toleraría. El residente reside en el hospital. O sobrevive. Aun cuando llega a su casa se lleva el hospital en su cabeza. Si miran una foto mía previa a la residencia y una posterior, verán que lo que fueron tres años parecían 30. Terminás la residencia harto y boqueando. En las ramas quirúrgicas creo que la cosa es peor. Lo único que le falta al R1 es limpiar los pisos del hospital, sin chistar; y vas tomando vicios que luego son casi imposibles dejar.

Cuando te recibís seguís lavando los pisos, pero ya con otro lampazo. Con el título de especialista tu estatus cambió, o al menos eso creés, porque seguís de guardia aunque ahora sos suplente. Suplencias en todos lados. Armando y desarmando bolsos, mal dormido, mal comido, tenés que hacerte tu lugar a pura guardia; donde unos dicen que no pueden, vos decís que sí. Sacrificás noches, feriados, fiestas. Nada importa más que lograr tu lugar. El sistema te empuja a eso. Donde te rehúses, tus colegas veteranos y tus jefes te castigarán. Y escuchás frases tan nefastas como falaces como “cuando yo tenía tu edad no tenía fines de semana libres” o “no se me ocurría decir que no a una guardia”. Y así sucede hasta que vas logrando un trabajo más fijo y otro más. Pero nunca largás el anterior porque “hay que poner los huevos en muchas canastas” por si pasa algo. Para colmo en muchos lados se da la paradoja de que tu jefe es médico, incluso también hace guardias. Los roles mezclados te ciegan, pues tu jefe no es un burócrata que está en su oficina, sino que es un colega. Y te pide que lo cubras en una guardia como “gauchada”, y te comés la pastilla de que le hacés un favor a él o a ella cuando en realidad se la estás haciendo a tu empleador, a una institución.

Algunos colegas recuerdan que también son personas y deciden casarse y tener hijos. El profesor José Luis Díaz Rossello dice que el mejor anticonceptivo es la universidad, y vaya si tiene razón. Postergar la paternidad y la maternidad es la norma entre los universitarios, especialmente entre los médicos, que nos recibimos años más tarde que el resto. Los hijos de médicos empiezan a nacer a nuestros 30, con la especialidad finalizada y con canas asomando. Y vos seguís de guardia y ganando buen dinero. Puede que pases cuatro noches fuera, sin dormir cerca de tu pareja y de tus hijos, llenando tu agenda de guardias (nota 1: si querés descompensar a un médico escondele su agenda). Y como me dijo una colega una vez al recibirme: “A partir de ahora, acostumbrate a vivir cansado”.

Las ocho horas de jornada laboral cumplieron más de 200 años en el mundo y poco más de 100 en Uruguay, pero pareciera que los médicos aún no nos enteramos. Y si nos enteramos, miramos para otro lado. Tenemos un perverso régimen de guardias que viola esta histórica conquista laboral y permite a los médicos asalariados trabajar jornadas de 12 o 24 horas de corrido, cuando no tres o cuatro días sin descanso.

Pero algunos comenzamos a sentir que algo andaba mal, y digo algunos porque una minoría detecta que el problema es radical, de raíz. Aparecen algunas alertas: discusiones en tu casa o en el trabajo, malos humores, desidia ante la labor que antes te daba goce, sentir que la guardia no termina más, ver que el resto de los mortales no trabaja de noche, que duermen en su casa, que van a reuniones familiares y salen con amigos. Empezás a creer que tu profesión ya no te gusta tanto, que eso no era lo que querías, cuando en realidad el problema no es la profesión per se (que es preciosa), sino el maldito sistema de la medicina hospitalaria moderna en el que estás metido. Lo maligno no es el trabajo (a fin de cuentas es lo que elegimos estudiar), lo que es dañino es el sistema feudal de trabajo hospitalario.

Las ocho horas de jornada laboral cumplieron más de 200 años en el mundo y poco más de 100 en Uruguay, pero pareciera que los médicos aún no nos enteramos. Y si nos enteramos, miramos para otro lado. Tenemos un perverso régimen de guardias que viola esta histórica conquista laboral y permite a los médicos asalariados trabajar jornadas de 12 o 24 horas de corrido, cuando no tres o cuatro días sin descanso. Enfatizo el asalariado porque en nuestro país la mayoría de los médicos vivimos de nuestro salario. Si no hacés guardias, no llegás a fin de mes. La acumulación de riqueza es a través de horas de guardia, no especulación ni explotación monetaria. El médico dueño y patrón, negociante, es un grupúsculo, y no deja de ser patrón aunque se camufle en organizaciones sindicales, gremiales y profesionales médicas (nota 2: en muchas de ellas existe el inadecuado conflicto de interés entre pares que no son pares, y no es infrecuente ver encumbrados jefes de servicios haciendo las veces de sindicalistas).

Lo peor es que los médicos del llano, los guardieros, no solemos quejarnos. ¿Vieron alguna agremiación médica luchando porque se respeten nuestras ocho horas de trabajo? Ni pensar en seis horas. El novato se queja aun menos por miedos, algunos infundados y otros, no. Cuando discuto con colegas más jóvenes suele aparecer la falsa creencia de la “inestabilidad laboral” y eso de los huevos y las canastas. ¿Inestabilidad en el multiempleo y decenas de miles de pesos al mes? Poderoso caballero es don Dinero. Igual yo los (nos) entiendo, ganamos muy bien comparado a nuestros compatriotas, y además es lo que hacemos todos. ¡La mayoría de nuestros colegas veteranos tienen tres, cuatro o cinco trabajos!

Desde hace unos años la promoción de los cargos de alta dedicación asistencial dentro de nuestro sistema sanitario parecía atacar este problema, pero al diseñarlos olvidaron agregar la palabra “exclusividad”.

Este mecanismo laboral llevado a cabo generación tras generación perpetúa esta locura de guardias. Desde hace unos años la promoción de los cargos de alta dedicación asistencial dentro de nuestro sistema sanitario parecía atacar este problema, pero al diseñarlos olvidaron agregar la palabra “exclusividad”. Estos cargos, que pueden promediar 160 horas mensuales y dejar en el bolsillo sueldones, no fueron suficientes. Aún estoy por conocer un colega que haya dejado sus cargos anteriores para poner todos los huevitos en esa canasta. ¿Alguien lo prohíbe? No. Al contrario, la mayoría sumaron en un puzle completo esas horas a sus trabajos anteriores acumulando cargos y no cuesta encontrar colegas que trabajen entre 200 y 300 horas de guardias al mes.

Dejados a nuestro libre albedrío, no paramos de alimentar nuestra glotonería, aunque nos duela admitirlo. Trabajamos mucho porque nos pagan bien y nos tendemos la trampa atentando contra nuestra propia salud, como hámster corriendo en la rueda dentro de nuestra pecera: la guardia. “Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago”, dicen que decimos los médicos, que tenemos la sobrecarga laboral “del exceso” al contrario de nuestros colegas de enfermería, que tienen el multiempleo “de la escasez”. Aunque respetan en los papeles sus seis horas de jornada laboral, con los sueldos de esas seis horas ninguna familia come. Entonces con lamentables brechas entre nuestros salarios, la enfermería tiene que trabajar jornadas de 12 o 18 horas corridas.

Muchos de mis colegas, con mil excusas traídas de los pelos, contestarán que es imposible cambiar. Mirándome de reojo, dirán: “¿Cómo cambiar el régimen?”, “Nadie te obliga, tenemos derecho a trabajar lo que queramos”, “No te metas con nuestro albedrío”. Ni con nuestro bolsillo. Por eso la invitación es a poner el foco en otro lado: en nuestros pacientes. Volvamos al cirujano inglés.

La sobrecarga laboral es un tema de seguridad del paciente. ¿Usted se subiría a un avión cuyo piloto viene de 24 horas de vuelo? Tranquilo, eso nunca sucederá pues está prohibido. No está bien vivir de guardia, que no se controle la acumulación de nuestras guardias ni su calidad. Andamos subidos en las ambulancias, metidos en los CTI, operando en los quirófanos, haciendo consultas por los pisos de internación y en las puertas de emergencias. Expuestos nosotros, lo exponemos a usted a riesgos evitables. El trabajo prolongado puede tener efectos adversos graves. Nuestro colectivo es, en el mundo, uno de los que tiene las tasas más altas de burnout y suicidio, y aunque esto es multifactorial, la sobrecarga laboral es una de las causantes. Las horas acumuladas disminuyen la performance del trabajador: actúan como gasolina a los problemas de relacionamiento entre pares, tan frecuentes como escondidos, y repercuten en los pacientes.

Me queda la duda de que seamos nosotros los médicos quienes deberíamos reorganizar el sistema. Ni siquiera parecemos percatarnos de que estamos aceptando cosas que son anacrónicas, a pesar de que con menos dinero podríamos vivir mejor que la mayoría de los uruguayos. Nos portamos bastante mal con nosotros mismos como para dejar la solución en nuestras manos. Debe ser la propia sociedad quien nos regule y controle, como hicieron los británicos con el cirujano suspendido. Esta es una discusión que debe estar en la agenda del médico laburante. Pronto y por el bien de todos.

Sebastián González-Dambrauskas es médico pediatra.