La Intendencia de Montevideo organizó el seminario internacional Acciones basadas en evidencia para la prevención del uso de sustancias. Virginia Cardozo, directora de salud de la comuna, y otras autoridades explicaron que el encuentro tenía como finalidad pensar de forma exhaustiva el uso problemático de drogas para crear acciones de mayor impacto, con estrategias basadas en la evidencia para el departamento y el país.
Uno de los paneles se centró en los diferentes contextos del uso de sustancias. En el espacio participaron Héctor Suárez, sociólogo coordinador del Observatorio Uruguayo de Drogas, Evangelina Curbelo, investigadora del Centro de Investigación Clínica de la Universidad de la República (Udelar), y Paul Ruiz, docente universitario e investigador de varias facultades de la Udelar. Los expertos hicieron hincapié en los jóvenes de la enseñanza media y mencionaron los datos más recientes sobre consumo en esta población, tanto del observatorio como de otras alternativas de medición. Asimismo, abordaron las diversas expectativas y desafíos del tratamiento comunitario.
Suárez recordó uno de los últimos estudios del observatorio sobre consumo de sustancias, específicamente alcohol, marihuana, energizantes y tranquilizantes, en los adolescentes uruguayos. La Encuesta Nacional sobre Consumo de Drogas, que abarcó a adolescentes dentro del sistema educativo, arrojó que en el período 2016-2021 el alcohol fue la más consumida, mientras que 24% ha consumido tranquilizantes sin receta médica alguna vez en su vida.
En resumen, se analizaron 5.096 estudiantes, repartidos en 104 centros educativos de enseñanza pública, privada y técnico profesional, y se observó que el alcohol es -con distancia- la droga más elegida por los consultados: 69% dijo haber consumido alcohol en los últimos 12 meses, y casi la mitad, en el último mes. A su vez, las bebidas energizantes ocupan el segundo lugar: 54,4% respondió que las consumió en los últimos 12 meses y registra un “aumento muy marcado” respecto de la medición de 2018. Además, las bebidas energizantes son la sustancia más utilizada por los menores de 15 años.
Por otra parte, si bien los tranquilizantes se ubican abajo en la tabla de consumos en los últimos 12 meses (7%), 24% de los estudiantes dicen haberlos consumido alguna vez en su vida sin prescripción médica. Por último, uno de cada cuatro estudiantes ha probado cannabis en su vida y 19% lo ha hecho en los últimos 12 meses -lo que la ubica tercera-, y la percepción del riesgo de consumo “no presenta cambios en las últimas dos mediciones”. El observatorio indicó que en el período de 2011 a 2016 hubo un aumento en el consumo, pero desde 2016 a 2021 se estabilizó sin mostrar diferencias.
Además de los datos generales, Suárez habló de la importancia de considerar varios indicios. A modo de ejemplo, señaló que los consumos son “algo superiores” a los que cuantifica el estudio y, por lo tanto, la permanencia en institutos de enseñanza es parte de los factores de prevención primaria.
La revisión consideró también a las familias de los estudiantes y eso generó cambios en los porcentajes de consumo. En la encuesta sólo 18,9% del involucramiento era alto, mientras que en 39% de los casos era bajo. Eso afectó el resto de los porcentajes; ante la consulta de haber tenido episodios de abuso de alcohol en los últimos 15 días según la permisividad de los padres al consumo excesivo de alcohol, 65% contestó que “ambos padres lo toleran” y en 51% de las respuestas que “ninguno de los dos toleran”. Respecto al consumo de marihuana el último mes, 37% respondió que los padres lo aceptan y sólo 6% que no lo hacen. Con estos porcentajes sabemos que “en menores de 15 años hay menos prevalencia pero más incidencia de los padres”, puntualizó Suárez.
Los datos muestran que “un desafío para las políticas de prevención es hacer talleres con los padres, el problema que puede haber es que vayan sólo los involucrados”. Por todo lo anterior, los desafíos desde la política pública “son mayores que los que creemos” cuando se crea un programa. Suárez concluyó en base a este y otros estudios del observatorio que por lo general “algunas variables que intervienen” en el consumo son la percepción del riesgo, la oferta, la tolerancia o incidencia de la familia. “Todo va cambiando y la aspiración a que con la evidencia se controle la oferta es una ilusión”, porque “está demostrado” que con la presencia de lo ilícito “es imposible controlar”, aunque sí se puede vigilar regulando y teniendo la información a tiempo de lo que contiene y de los problemas que pueden surgir para reducir riesgos y daños.
Prevenir trabajando la motivación del consumo
Por su parte, Ruiz, quien ya tiene trayectoria en estudios sobre el consumo de alcohol en la población uruguaya, contó que en un momento se preguntó si los datos de sus investigaciones servirían para abordar la prevención. Al principio pensó en dar talleres pero consideró que “tener la información no modifica las conductas”, entonces se decidió por un plan más interactivo. Finalmente comenzó a trabajar con aproximadamente 600 jóvenes de educación media de distintos liceos de Montevideo, partiendo de la conducta planeada o acción razonada, la teoría que plantea que según nuestro concepto del mundo es cómo nos vamos a vincular con él.
“Todos tenemos expectativas de acuerdo al consumo de algún tipo de droga”, por eso la primera etapa se centró en el relevamiento de las creencias en los centros educativos. Una de las creencias relevadas fue que “23% respondió que el alcohol no genera adicción”, y eso marcó otros porcentajes, porque “cuánto toman depende de la creencia” de cada uno, es decir que ese 23% toma más que el porcentaje que planteó que la sustancia sí genera adicción.
Con varias creencias se hizo un ciclo de talleres que se aplicó en un liceo de Montevideo y luego se evaluó su impacto. Los resultados preliminares del piloto dicen que “hay mucho por hacer”. Participaron unos 70 adolescentes y se hizo un taller por mes. En el primer espacio se trató el alcohol como droga y la adolescencia como período crítico, luego se abordaron otros temas como las consecuencias de tomar alcohol, cuánto se puede tomar, si el alcohol es depresivo. Después de cada instancia se realizaron debates y se planteó evidencia ante las respuestas. Una de las respuestas a la cantidad de alcohol que se ingiere fue “una lata de cerveza dos o tres veces por semana”, porque la mayoría tiene una teoría de “consumo sustentable” aunque “sabe que el único valor seguro es cero”. Las propagandas dicen beba con moderación, pero la moderación “no existe”, consideró.
Durante el trabajo de campo, agregó, “no se vieron diferencias entre hombres y mujeres”, pero luego de los talleres “aumentaron las expectativas negativas en las mujeres” y podría ser bueno porque “la bibliografía dice que cuanto más expectativas negativas tenés, menos consumís”.
Los espacios “disminuyeron las expectativas positivas de quienes hacen un consumo más abusivo”, pero “quedan muchas preguntas sobre las creencias y las conductas de consumo”, por eso es importante “discutir el rol de las motivaciones, cuáles son y qué rol tienen”, y usarlas puede servir para generar algún tipo de conciencia o prevención.
Modelos comunitarios y con participación
Por último, Curbelo consideró que el tratamiento comunitario como metamodelo, es decir, como “modelo para armar modelos” adaptados a las lógicas locales, territoriales de cada comunidad, es una de las mejores opciones para crear políticas e intervenir los territorios. Esta alternativa busca implementar una forma de trabajo con el territorio como epicentro y plantea que “todo debe ser construido” a partir de allí, para que las políticas “realmente respondan” a las necesidades de cada población.
Para la especialista la asistencia básica, la educación, la salud física y mental, el trabajo y la ocupación, y el ocio deben ser “parte fundamental” de la prevención indicada en cada población puntual, bajo la perspectiva de reducción de riesgos y daños. Sostuvo que en cada grupo “la abstinencia total puede ser o no el objetivo de la persona en ese momento”, pero de esa posición no debe depender que se trabaje en la prevención.
Puntualizó que al crear políticas públicas, así como en la prevención y en la creación de evidencia, es fundamental incorporar las voces de los protagonistas. “Es necesario hablar de complejidad” y contemplar la incertidumbre, que “no es sinónimo de improvisación”. Para la especialista, más allá de todas las investigaciones, “los fenómenos cambian y mutan, por eso siempre hay que poner atención en pensar acciones lineales y perpetuas”.
Señaló que “lo más importante” es que las acciones sean capaces de marcar una diferencia en las situaciones que se quieran abordar. “No se debe perder de vista el punto de vista humano” y la autonomía de las personas a las que están destinadas las políticas. Por lo general, “las voces de quienes transitan el consumo son excluidas de las evaluaciones”, hay que tenerlo presente.
En tanto, manifestó que hay voces dentro del proceso “que si no las escuchamos las acciones pierden sentido”, y que eso ahora la política pública lo comienza a entender. Aunque “son procesos más fáciles de hacer que de decir”, es fundamental la voz de los equipos, que se habiliten los tiempos y los procesos necesarios para la reflexión, así como interpelar lo que se está haciendo y que no sea sólo la aplicación de un manual, afirmó Curbelo. “A veces hay ideas muy buenas que no son factibles de aplicar en todos los territorios”, resumió.
Por último, sostuvo que desde el ámbito público “no hay que ir a conquistar territorios sino habitarlos”, y que “no hay que olvidar que la pregunta ¿cómo producimos evidencia? siempre tiene componentes políticos detrás”.