Un hombre en sus 30 y de buzo bordó toma una botella de tinto y sirve dos copas en la cocina. Suena una canción cuya letra dice vino para acompañar. El hombre se traslada al living, donde una mujer de más o menos su misma edad y buzo rosado está sentada en un sofá y tiene una computadora en la mesa ratona. El hombre le ofrece una copa a la mujer y se queda otra para él. Es 2020, son años de pandemia, y vemos que ambos están en Zoom. La canción que suena por debajo dice juntos compartimos momentos lindos, siempre hay razón para celebrar, mientras ella se toca la panza dando a entender que le está contando a los otros participantes del Zoom que está embarazada. El hombre la abraza y los dos ríen emocionados. Cortamos a otra escena familiar en la que el vino alegra una reunión.

Si todo lo anterior fuera un guion para un comercial de vinos, la persona a cargo del departamento creativo de la agencia de publicidad miraría a los ojos a quien sea que lo haya escrito y preguntaría si se trata de una broma. Beber alcohol durante el embarazo es extremadamente nocivo para la criatura que viene en camino. En los casos más graves, el síndrome alcohólico fetal puede acarrear problemas en el sistema nervioso central, de crecimiento, de desarrollo cognitivo, rasgos faciales anormales, entre otras cosas que nadie en su sano juicio desearía para su bebé.

“Hacer un comercial en el que una embarazada consume vino es terrible en un país en el que, según un trabajo de 2019 con datos del Pereira Rossell, 35,3% de las mujeres que parieron en 2016 tomaron alcohol durante el embarazo. Es un porcentaje muy alto, la media a nivel internacional es 13%”, agrega Paul Ruiz, del Departamento de Biociencias de la Facultad de Veterinaria e investigador asociado del Centro de Investigación Clínica de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República, que desde hace años investiga el consumo de alcohol. Su sorpresa fue enorme al ver que en la bodega La Carolina y en el equipo de publicidad que contrataron nadie entendió que hubiera algo inconveniente en la escena. El comercial salió al aire durante un tiempo. Y si ustedes, como yo, piensan que es una joda, lo pueden ver con sus propios ojos:

Evidentemente algo está muy mal en nuestro país. No sólo porque un aviso así salga al aire. Ruiz, que es doctor en Psicología y desde hace unos meses ejerce la vicepresidencia de la Sociedad Latinoamericana de Investigación Biomédica sobre Alcoholismo, lo dice sin mucho rodeo: “En Uruguay nos quejamos y hacemos que nos alarmamos sobre el consumo de alcohol, pero, según datos del Informe sobre consumo de drogas de las Américas de 2019, tenemos el índice más alto de consumo de alcohol que cualquier otro país de América, excepto Argentina”.

En el informe que menciona se dice que el consumo de alcohol “es especialmente preocupante en las Américas, donde se estima que el consumo total per cápita es superior al promedio mundial”. Bien, ahí, en ese continente que preocupa, ocupamos con Argentina el peor lugar. Los más preocupantes dentro del continente más preocupante.

“Con todo lo que se sabe sobre el síndrome fetal alcohólico, y con todos los problemas que acarrea el alcohol durante el embarazo, ¿te parece sacar un aviso así? No es que estemos haciendo todo mal, pero sí estamos haciendo muchas cosas grandes y muy básicas muy mal”, lamenta Ruiz, que desde hace tiempo se ha dedicado a estudiar el tema. En esta ocasión nos volvemos a encontrar porque acaba de procesar los datos de una encuesta que realizó sobre consumo de alcohol que arroja un poquito más de luz a un tema sumamente oscuro.

“La pregunta que siempre perseguimos con Ricardo Pautassi, el investigador cordobés que fue mi tutor de doctorado y con quien colaboro en estos temas, es por qué se consume tanto alcohol. Él y su equipo ve qué pasa en Argentina y nosotros acá”, confiesa Paul.

“El tema es que el fenómeno es multicausal, hay muchos factores que están incidiendo en ese consumo. Nos propusimos entonces dividir entre factores internos y externos. Por ejemplo, como abordamos en otros trabajos, la depresión es un factor interno, y lo que vimos es que la persona que está más deprimida consume más alcohol”, algo que abordamos en una nota previa.

“Queríamos ver qué pasa en Uruguay con los factores externos, más aún cuando en nuestras políticas públicas somos malísimos en atacar ese tipo de factores”, dice entonces. “Científicamente entonces la pregunta es qué pasa con esto, por qué, qué factores lo explican”, detalla.

Mientras realiza estudios con modelos animales para ver cómo el alcohol hace de las suyas, generalmente en ratas, también se acerca al fenómeno en humanos. Y uno de los instrumentos que tiene para hacer esto último es recurrir a encuestas que, mediante técnicas y escalas estandarizadas, ayuden a clarificar el panorama.

En esta ocasión lanzó una encuesta online de la que se obtuvieron datos de 825 personas, con un promedio de edad de 32 años, tanto de Montevideo como del interior. Los participantes contestaron preguntas relativas a los contextos de debut y consumo de alcohol -cuándo comenzaron a tomar, con quiénes o en qué entorno, cuántas veces consumieron alcohol en el último mes, etcétera-, así como contestaron dos cuestionarios ya reportados en la literatura científica para estudiar el consumo de esta droga, uno sobre expectativas de resultado de consumo de alcohol, denominado Cerca (por sus siglas), y otro sobre motivos para el consumo de alcohol, denominado CMCA. ¿Vemos qué arrojó este valioso trabajo?

El peligro del alcohol cerca

De la encuesta surge que 35,6% de las personas consumían alcohol semanalmente, mientras que 21,4% lo hacía entre dos y tres veces al mes. La bebida más consumida reportada fue la cerveza (40,3%), seguida por el vino (33,9%) y el fernet (6,2%). Pero vayamos a un asunto relevante.

En trabajos realizados por Pautassi en Córdoba, Argentina, se mostró que la disponibilidad objetiva de alcohol, es decir, la proximidad de lugares que lo venden, incidía en un mayor consumo de los jóvenes que vivían en las cercanías de las “bocas”. Para ello, el gobierno municipal cordobés facilitó a los investigadores la información georreferenciada de todos los expendios de alcohol de la ciudad. Paul trató de replicar el estudio de su colega aquí en Montevideo, pero no logró que las autoridades municipales se hicieran eco de su inquietud científica.

“Me interesaba ver qué pasaba en Montevideo con la densidad de puntos de venta de alcohol y lo que consumía la población que estaba cerca de esas zonas. Para eso precisábamos la información georreferenciada de la Intendencia de Montevideo. Me contacté con el área de la intendencia que maneja esa información y no me la quisieron dar. Me mandaron a hablar con el intendente, que en ese momento era Daniel Martínez”, cuenta.

Paul se frustró con las barreras burocráticas, pero no se olvidó del asunto. En la presente encuesta incluyó una pregunta en la que los participantes debían contestar a qué distancia de su casa tenían un lugar que vendiera alcohol, debiendo señalar casilleros que iban desde los 20 metros a varias cuadras. No era todo lo preciso que hubiera deseado, pero era más sencillo que andarle escribiendo al intendente cartas solicitando audiencia para que luego ordenara, o no, que sus subordinados ayudaran a la ciencia. Y obtuvo resultados.

“Al analizar las respuestas a la pregunta sobre cuántas veces tomaban alcohol a la semana, se ve escalonadamente cómo a mayor frecuencia de consumo, más cerca tienen los lugares”, comenta Paul. “Entonces, si bien no pudimos hacer exactamente lo que se podría haber hecho con información georreferenciada de calidad, sí encontramos una relación clara de que cuando las personas tienen lugares de venta cerca, toman más alcohol, o al menos lo hace más frecuentemente”, dice.

Tiene su lógica. Y lo que encontró coincide con lo reportado por su colega en Córdoba. “También concuerda con evidencia que sustenta políticas públicas llevadas adelante en otros países, en los que los puntos de venta de alcohol están regulados y en los que no cualquiera puede venderlo”, dice Paul, mostrando que además de tratar de entender el fenómeno siempre está buscando ver de qué manera podemos hacer algo al respecto. De hecho, cuenta que hablando con un compañero que está trabajando en Canadá le contó que para comprarse una botella de vino tuvo que tomarse un ómnibus. “Hizo un viaje de 15 minutos para llegar al punto que está habilitado para vender botellas de vino. Y eso no fue en una pequeña localidad de Canadá, fue en Toronto. Para nosotros acá es muy distinto”, lamenta Paul.

Y así es. Aquí el alcohol está por todas partes. Lo venden almacenes, supermercados, quioscos, estaciones. En los bares una botella de agua mineral pude salir más cara que un litro de cerveza si tenemos el precio por litro. Para quien busca alcohol, Montevideo y el resto del país son bastante complacientes.

“Capaz que en Uruguay tenemos que empezar a considerar estas cosas. Porque esto de la disponibilidad de alcohol es otro de los varios ingredientes que inciden en por qué tomamos tanto”, dice Paul. “Ambientalmente está esta cuestión, tenemos alcohol donde queremos y no hay lugares específicos de venta de alcohol, cualquiera puede venderlo”, señala.

Pero este tema no es el único que aborda la encuesta. Como decía Paul al principio, buscando contestar por qué consumimos tanto, le interesan tanto los factores externos como los internos. Y en la relación con cualquier sustancia, nuestra cabecita juega un enorme rol (siempre y cuando entendamos que “la cabecita” es una metáfora para hablar de todo aquello que afecta nuestros patrones de comportamiento).

Esperando demasiado

“Si vamos un poco más a esto de los aspectos cognitivos vinculados con el alcohol, lo que me interesaba ver era el tema de las motivaciones y las creencias para su consumo”, comenta.

“Todos tenemos creencias sobre las drogas. Por ejemplo, una persona que fuma marihuana te dice que todos los días llega a casa de noche y se fuma un porro porque la relaja o porque la hace dormir mejor, o por los motivos que sea. Eso es una creencia y habla de una expectativa de que cuando consumís una droga pasa tal o cual cosa”, se explaya.

Y entones aplicó el cuestionario estandarizado de expectativas de resultado de consumo de alcohol. Allí quienes participan deben poner qué tan de acuerdo o no están con una serie de enunciados, pasando por un gradiente que va desde “totalmente en desacuerdo” a “totalmente de acuerdo”. Las frases, por ejemplo, son: “beber alcohol me hace sentir feliz”, “beber alcohol me ayuda a divertirme” o “beber alcohol me ayuda a ser sociable”.

“Las expectativas de resultado de consumo de alcohol han sido un concepto útil para explicar el consumo de esta sustancia”, reseña Liliana Templos en un artículo publicado en la revista Adicciones de 2012, definiendo esas expectativas como “los efectos anticipados que un individuo espera como consecuencia del consumo de bebidas alcohólicas”, y agregando que “pueden estar relacionadas con efectos físicos, psicológicos o conductuales producidos por el alcohol”. A destacar es que citando a otros autores la investigadora mexicana señala que “la importancia de medir las expectativas de resultado de consumo de alcohol reside en que predicen el consumo de alcohol, discriminan entre bebedores problema y no problema y han demostrado ser efectivas en predecir el consumo en diferentes poblaciones, como niños, adolescentes, adultos en tratamiento y miembros de la comunidad”.

“Esta escala no se había aplicado antes a consumo de alcohol en Uruguay, salvo algo puntual en adolescentes y con grupos chicos, nunca con tanta gente y de diferentes lugares del país”, agrega Paul. “Esta escala te da una lista de 12 expectativas. Las que fueron más citadas en esta muestra fueron que lo consumen esperando que los relaje, que los haga sentir a gusto, y porque les hace sentir bienestar.

Así es. 72% contestó que estaba de acuerdo o muy de acuerdo en que beber alcohol le hace sentir relajado, 71,5% dijo estar de acuerdo o muy de acuerdo con que lo hace sentir a gusto, y 58,6% que le hace sentir bienestar. Un poco más lejos, dijeron estar de acuerdo o muy de acuerdo con que los tranquiliza (49,3%), que los hace ser felices (49,2%), que los hace divertir (49%), que los ayuda a divertirse con amigos (44%) o que los ayuda a socializar (38,2%). El motivo con el que estuvieron de acuerdo o muy de acuerdo que obtuvo el menor resultado fue la opción “beber alcohol me ayuda a convivir”.

“Estos resultados nos llevan a pensar que aquí en Uruguay tenemos muchas expectativas positivas sobre el consumo de alcohol. Y este factor interno se suma a los factores externos”, comenta el investigador. “Algunos trabajos dicen que una de las formas de hacer prevención del consumo es aumentar las expectativas negativas. Esta información puede servir para eso, porque si uno parte de que la mayoría de los uruguayos pensamos esto, se pueden hacer campañas de prevención en las que se intente reducir estas expectativas tan positivas”, vuelve a decir relacionando lo que observó con una posible pista para tratar de mejorar la situación.

Paul Ruiz

Paul Ruiz

Foto: Alessandro Maradei

Tenemos una imagen bastante idealizada de lo que el alcohol nos puede dar. Esperamos que nos relaje, que nos haga sentir a gusto, que nos traiga felicidad, que nos ayude a divertirnos, a socializar. Eso a pesar de que sabemos que es una droga peligrosa. “La última información disponible a nivel internacional indica que el alcohol estuvo relacionado con más de 300.000 muertes en las Américas; en 80.000 de ellas el consumo de alcohol fue determinante”, señala el reporte de 2019 ya nombrado de la Comisión Interamericana para el Control del Abuso de Drogas. “Su consumo está asociado tanto con la incidencia de enfermedades como con diversos problemas sociales, y guarda una estrecha relación con la violencia doméstica, el abandono y el abuso infantil, la delincuencia y las conductas delictivas, afectando no solamente la calidad de vida de quien consume, sino del entorno familiar y social”, prosigue el informe.

“Muy poca gente te dice que no espera cosas positivas del alcohol. De hecho, una de las cosas interesantes es que en esta encuesta los participantes podían responder que no tomaban alcohol, no era específica para quienes toman. Quienes marcaron que no toman también tuvieron menos puntaje en las expectativas. Cuanto menos esperás del alcohol, menos consumís, podríamos decir. Y lo inverso, cuanto más esperás, más consumís. Y los uruguayos claramente esperamos muchísimo del alcohol”, dice Paul.

“Mucho de eso que esperamos del alcohol es cultural. Nosotros crecemos en una sociedad que de alguna manera nos dice que el alcohol te hace sentir más cómodo, que si estás con amigos te vas a divertir más, etcétera”, reflexiona.

“Podemos discutir esa cultura y cómo se elabora desde mil lugares, desde la propaganda de las bebidas alcohólicas a la educación en los hogares”, dice Paul y uno piensa en esas dos vertientes inmigratorias importantes, la española y la italiana, en las que el vino y el alcohol tienen un folclore singular.

“Recuerdo que en un taller de los que doy para padres en liceos en un colegio un padre enojado me dijo que ellos eran inmigrantes italianos, que tomaban vino desde que eran niños, que él les daba vino a sus hijos y que yo no era quién para decirle que no lo hiciera. No sólo se levantó y se fue del taller, sino que después le mandó un mail a la directora del colegio increpándole por qué me habían invitado a esa actividad”, grafica con un ejemplo.

Pero enojarse con lo que muestran las encuestas y el trabajo de Paul es como enojarse con el fotógrafo que nos muestra las miserias de una guerra. Su encuesta está tomando una foto de lo que está pasando. En Uruguay tomamos más que en casi todos los otros países de América, salvo Argentina. Eso es una realidad. Tenemos expendios de alcohol en todas partes. Esa es otra realidad. Y lo que ahora agrega Paul a este panorama son datos que muestran que esperamos mucho del alcohol.

“Por lo menos está bien marcado, comparado con otras drogas, la creencia de que si tomo alcohol me voy a sentir mejor. Al cigarro no se le pide eso, a la marihuana no se le pide eso. Pero sí está la idea de que si tomamos alcohol nos vamos a sentir un poco mejor, sea porque te vas a sentir más tranquilo, porque si estás con gente te vas a divertir más, porque vas a dormir mejor, por lo que sea. Le pedimos muchísimo más al alcohol que al resto de las drogas”, apunta.

Debutando

El promedio al que comenzaron a tomar quienes participaron en la encuesta fue de 14,6 años. Al preguntarles cómo comenzaron a tomar alcohol, Paul vio que los factores que los estimularon para debutar fueron los amigos (25,5%), la curiosidad (25,2%) e “ir a fiestas” (17,5%).

“Esa pregunta técnicamente es muy importante, porque si yo sé cómo debuta la gente, puedo intentar hacer cosas para prevenir ese debut”, señala Paul. “Cuando vamos a ver el contexto más usual de consumo, tenemos otros indicadores relevantes”, agrega.

En la encuesta los participantes señalaron como el contexto más frecuente para tomar alcohol estar con amigos (56,6%), estar en fiestas (16,8%), o con su pareja (11,4%).

“Los amigos ocupan un rol muy importante en todo esto. La curiosidad es un factor de la adolescencia, y después se repite lo de la fiesta. Estos tres elementos, amigos, curiosidad y fiesta, tienen algo en común muy importante, y es que a los tres los regulan los padres”, apunta Paul.

“El monitoreo paterno y materno es uno de los factores que más influencia la edad de inicio de consumo, y tiene que ver con qué hacen los padres para que los hijos consuman o no alcohol y drogas en general. Con quién se junta tu hijo, cómo le enseñás a tu hijo a regular su curiosidad, porque no es recomendable que pruebe todo lo que quiera en cualquier momento, y a qué fiestas va tu hijo son tres factores que regulan los padres”, se explaya.

“Uno de los problemas es que frecuentemente los padres son los primeros que les dan alcohol a sus hijos. Y en esta misma encuesta, en la que el promedio de inicio fue a los 14,6 años, cuando te fijás en aquellos que debutaron en el consumo con sus padres o familia, la edad de inicio baja a 12,1 años. Los que primero empiezan a tomar alcohol son los que empiezan con la familia”, remarca.

“Entonces volvemos a otra de las tantas paradojas del alcohol. Los adultos están preocupados por la edad a la que toman los menores, pero son los primeros en facilitarles el alcohol. Qué hacemos los adultos es muy importante”, dice. Y aquí hay otro problema.

“Cuando vos separás los consumidores tempranos y tardíos, poniendo un punto de corte que la literatura marca en los 15 años, en esta muestra se ve que los que empezaron a tomar antes de los 15 años tienen aún más expectativas positivas hacia el alcohol y consumen más gramos de alcohol que los que comenzaron después de los 15 años”, señala. Todo parece potenciarse.

“Por otro lado, los padres además tienen su pool de creencias, y tienen un par que están muy mal. Una es la creencia de que es mejor que hagan la previa en casa, que se junten con los amigos en su casa, que tomen ahí y que después se vayan, porque los padres piensan que así van a ver qué toman, cuánto, etcétera, partiendo del supuesto de que después de que se van de ahí no van a tomar más. Pero trabajos que hacen seguimiento de los botijas demuestran que la previa en casa, lejos de quitar gramos de alcohol que consumen los jóvenes, suma más gramos de alcohol. La previa en casa como factor de prevención esconde entonces una creencia errónea”, puntualiza.

“La otra creencia errónea es la que tienen los padres que piensan que si sus hijos toman por primera vez alcohol a los 12 o 13 con ellos, eso luego los protegerá ante consumos problemáticos fuera del entorno familiar. Pero lo que están haciendo es que esa persona debute antes y que tome más cuando sea grande. Ese debut en familia no genera una perspectiva de prevención. La idea de que si consume en casa con su familia a los 12 años después no va a salir a probar con los amigos porque ya probó en casa no funciona. Lo que se está haciendo con eso es aumentar el riesgo de que consuma más en el futuro”, señala Paul.

Según dice, en la última encuesta de la Junta de Drogas en Secundaria, aquellos adolescentes que reportaron vivir en hogares menos permisivos reportaron también menor consumo de alcohol. “Los padres que son menos permisivos tal vez reciban críticas de sus hijos, pero vos ves las gráficas y son claritas, los hijos de padres menos permisivos consumen menos alcohol”, puntualiza.

Vivimos en un mundo en el que el like y el me gusta se desbordan. ¿Cuántas mamás y papás buscan el me gusta rápido de sus hijos? Educar a un hijo, sin embargo, es bastante más complejo que mantener una cuenta de Facebook, Instagram o Tik Tok llena de corazoncitos y deditos para arriba.

Motivos

“Expectativas y motivos no son lo mismo. El cuestionario de motivos para el consumo lo que hace es poner grupos de cinco preguntas y cada grupo va a un tipo de motivación. Entonces tenés motivación de manejo de problemas, que nunca falta quien toma para querer solucionar algo, motivos de conformidad de la vida, motivos sociales, que tienen que ver otra vez con los amigos y la fiesta, y los motivos de realce, es decir de la experiencia”, explica Paul.

En la muestra los motivos sociales fueron los que puntuaron más alto: 11,6 puntos. Dentro de ellos están tomar alcohol “porque me ayuda a disfrutar en una fiesta”, “para ser sociable y hacer más amigos”, “porque hace las reuniones sociales más divertidas”, “porque mejora las fiestas y celebraciones” o “para celebrar una ocasión especial con mis amigos”. Todas esas respuestas parecen haber salido de publicidades de bebidas alcohólicas. Apelar a la fiesta, a la celebración de una ocasión especial, a los amigos, es una estratagema tan manida como frecuente.

En segundo lugar se citan los motivos relacionados con “el realce”, que marcaron 10,3 puntos. Allí esgrimieron motivos para tomar como “porque me gusta cómo me siento consumiendo alcohol”, “porque es emocionante”, “para emborracharme”, “porque me da una sensación placentera” y “porque es divertido”. “La diversión siempre aparece, ese tema de que el alcohol siempre hace que las cosas sean más divertidas”, comenta Paul, que señala que “en tercer lugar, pero lejos, aparece como motivo el tomar alcohol para el manejo de problemas”.

Efectivamente, con 7,6 puntos promedio, en esta categoría aluden tomar alcohol “para olvidarme de mis preocupaciones”, “porque me ayuda cuando me siento triste o deprimido”, “para animarme cuando ando de mal humor”, “porque me siento más seguro de mí mismo” y “para olvidarme de mis problemas”. “Todo eso pese a que, por ejemplo, las personas que tienen depresión pueden sentirse un poco mejor al tomar alcohol, pero luego de un rato reportan sentirse peor”, dice Paul.

En cuarto lugar, con 5,6 puntos promedio, aparece una categoría etiquetada como “de conformidad con la vida”, pero que en realidad también está muy relacionada con lo social. Entre los motivos para tomar alcohol de esta categoría están “porque mis amigos me presionan para consumir alcohol”, “para que otros no se burlen de mí por no tomar”, “para pertenecer al grupo que quiero”, “para caerles bien a los demás” y “para que no sienta que no me incluyen mis amigos o compañeros”. “En esa categoría se toma para evitar lo desagradable de no sentirse incluido”, dice Paul.

Y entonces no solamente tenemos una cultura que propicia el tomar, no solamente tenemos altas expectativas, no solamente tenemos expendios de alcohol por doquier, sino que esto lo que marca es que también existe una presión social para consumir, algo relevante aun cuando sea el cuarto motivo más puntuado. Hay gente que piensa que si no toma, es ella la que está mal.

Resumiendo algunas de las principales variables que emergen de esta muestra, Paul remarca que “los que tienen más expectativas positivas hacia el alcohol y consumen más gramos son los que tienen menos de 30 años y lo que empezar0n a consumir antes de los 15 años, datos que en términos de prevención son importantes”. Debemos entonces trabajar en las expectativas, en el consumo de alcohol de los jóvenes y en tratar de que se inicien lo más tarde posible. Pero entonces... nubarrones en el horizonte.

Un problema en la mesa

El tema a Paul le preocupa. No sólo investiga sobre el consumo de alcohol y otras drogas. Ha comparecido varias veces en la Comisión de Adicciones del Parlamento. Se ha entrevistado con autoridades e instituciones. Ha colaborado en la redacción de proyectos de ley. Y hay cosas que lo frustran.

“En lo que refiere a prevención del consumo de alcohol Uruguay tiene el problema de que los productores forman parte de las mesas de toma de decisiones. Cuando tenés a FNC [Fábrica Nacional de Cervezas] e Inavi [Instituto Nacional de Vitivinicultura] metidos ahí adentro, sentados en la mesa, se te complica toda la jugada”, señala.

“Ellos juegan su partido. Y su partido es que el alcohol cada vez se consuma más, porque ese es su negocio. Nos quejamos de determinadas cosas pero no terminamos de entender que el negocio de los productores es que nosotros consumamos más. Entonces sale un dato, como por ejemplo esta encuesta, o la encuesta de consumo de drogas en secundaria de hace un par de meses de la Junta de Drogas, que arrojan datos preocupantes, como que bajó la edad de inicio del consumo de alcohol a los 12,8 años, y todos ponemos el grito en el cielo, que cómo puede ser algo así. Pero hace poco salió una nota en el diario El País a uno de los ingenieros agrónomos del Inavi donde dice que ellos ahora están apuntando a los jóvenes”, dice exasperado.

Parece rarísimo. Pero es así. En la nota titulada “Vinos y uruguayos: ¿qué pasó con el consumo en 2022?”, firmada por Pía Mesa y publicada en la sección Negocios del periódico, la periodista sostiene que “desde el Inavi entienden que en Uruguay hay potencial de consumo de vino, hecho que quedó demostrado en 2020 y 2021 cuando las personas pasaron más tiempo en sus casas como prevención a la covid-19”. Su entrevistado, el ingeniero agrónomo Eduardo Félix, dice que durante la pandemia “la gente consumió más vino, porque estaba en su casa, cocinaba, no tenía que salir a manejar y tenía más tiempo”, por lo que entonces el agrónomo afirma: “Sabemos que hay potencial de consumo y queremos impulsarlo todavía más”. Sobra decir que durante esa atractiva pandemia para los productores de alcohol la gente no lo pasó nada bien. Pero demos por bueno su razonamiento. ¿Cómo lograr alcanzar ese potencial de consumo demostrado por la peor pandemia de la vida moderna?

Según redacta Mesa, “el agrónomo del Inavi considera ‘clave’ poder ‘atraer a los jóvenes, porque son los futuros consumidores’”. Félix fue más allá y le confesó sin tapujos a la periodista que “tenemos que entender que hay competencia con otras bebidas, pero hay que trabajar en aumentar ese consumo e involucrar a los jóvenes, porque la pandemia demostró que potencial hay”.

“La bebida que más toman los jóvenes es la cerveza. El Inavi está buscando la forma de que los jóvenes tomen más vino”, comenta Paul. Algunas bodegas han comenzado a ofrecer vino en lata. “Es una estrategia que ellos reconocen que despliegan con ese fin porque a los jóvenes les gustan las latas. Entonces pongamos que yo formara parte de una especie de GACH de drogas, como académico debería decirte que eso hay que prohibirlo. Si estamos intentando que nuestra situación cambie, que las edades de inicio de consumo de alcohol suban en lugar de bajar, si viene una persona que dice que su estrategia de marketing es lograr que los jóvenes consuman más, es evidente que acá hay algo que está mal”, reflexiona.

Seguramente dirán que cuando se refieren a jóvenes aluden a personas con más de 18 años. “Pero todos sabemos que eso es mentira. Entonces ¿qué hacemos con eso?”, contraataca Paul. En la encuesta que realizó, que no se enfocó en jóvenes, al ver a qué edad habían comenzado a tomar alcohol, el promedio arrojado fue 14,6 años, es decir casi tres años y medio antes de lo que la ley establece que deberían comenzar a comprar y consumir el producto.

“Hicimos un trabajo hace un par de años aplicando un dispositivo de prevención en sextos años de seis escuelas de Montevideo. Más de 50% de alumnos varones de sexto año de esa muestra de seis escuelas ya había probado alcohol. ¡Qué me vienen con los 18 años, no va por ahí la historia!”, dice indignado Paul. “Que digan que apuntan a los mayores de 18, pero todas las estadísticas que tenemos encima de la mesa nos dicen que eso no funciona así”, objeta.

“El interés de los productores de bebidas alcohólicas es opuesto al interés de la salud pública. Entonces no podemos incluirlos en las negociaciones de políticas públicas”, dice con toda lógica.

“Uruguay es el país número uno en consumir ketamina en toda América. Si vos querés abrir un emprendimiento para vender ketamina en polvo, hay que decirte ‘no, eso no, vendé otra cosa’. Pero con el alcohol estamos contemplando todas esas cosas, la mano de obra, las familias implicadas... y mientras pasa todo lo que pasa, somos con Argentina el país número uno en consumo de alcohol de América”, plantea Paul. “Si dicen que para mantener a todas esas familias hay que duplicar la venta de vino, alguien tiene que decirles que por ahí no es la solución”, enfatiza.

Lo que dice Paul puede sonar antipático, pero tiene su asidero. Que tu modelo de negocio incluya que aumente la venta de vino u otras bebidas alcohólicas en el mercado interno no parece ser lo más adecuado en un país que ya tiene un grave problema de consumo de alcohol. Altas expectativas positivas, una cultura de consumo, condicionamientos sociales, y un alto consumo per cápita que empieza muy temprano... son todos indicadores que desgarradoramente nos muestran que en realidad no hay más lugar en nuestro mercado para aumentar las ventas de alcohol. A lo sumo podrían aspirar a destruir a la competencia, a que tal bodega destrone a tal otra, que tal marca de cerveza desplace a tal otra, pero aumentar el consumo de vino, así en general, parece una inconciencia.

“Vender más alcohol implicaría consumir más. Y si vos querés que aumente el consumo, vas a apuntar a los jóvenes. Y ahí está todo mal”, dice Paul. Tomar para olvidar toda esta evidencia sería una enorme y costosa canallada.