Según declaraciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), desde 1985 los especialistas a nivel mundial consideran que una “tasa ideal” de cesáreas debe oscilar entre 10% y 15% del total de los nacimientos de cada país. Uruguay está bastante alejado de ese porcentaje, ya que los procedimientos anuales triplican lo recomendado por la OMS y además, año tras año, las cifras crecen alrededor de dos puntos porcentuales.

Los últimos datos del Ministerio de Salud Pública son los correspondientes a 2021; según informó la cartera a la diaria, en julio de este año se difundirán los correspondientes a 2022. Según los datos de las Estadísticas Vitales del MSP, en 2021 hubo 34.603 nacimientos (1.271 menos que en 2020): 17.991 (52%) fueron por parto vaginal y 16.611 (48%) por cesárea. Del total de las cesáreas de 2021, 36,6% fueron en el sector público y 63,5% en el sector privado.

Los datos responden a una tendencia, ya que en 2020 las cifras fueron similares. De hecho, en 2011 el porcentaje de nacimientos por cesárea fue 40%, es decir que en diez años creció casi 10%.

Si bien los datos nacionales correspondientes a 2022 aún no están disponibles, hace unas semanas el Hospital de la Mujer del Centro Hospitalario Pereira Rossell presentó los datos del Sistema Informático Perinatal (SIP) correspondientes al año pasado y mostró que en ese centro se mantuvo el aumento de los últimos años. Las cesáreas representaron 37,1% del total de los nacimientos. En 2021 el porcentaje fue 35,3% y en 2020, 33,7%. Risel Suárez, la directora del centro, dijo a la diaria que el crecimiento “ocupa” al hospital público y “se busca lograr una tendencia a la baja”.

Posibles razones

Consultado por la diaria, Francisco Cóppola, integrante de la Clínica Ginecotocológica B del Hospital de Clínicas, sostuvo que “las cesáreas son una epidemia”, un exceso “innecesario” y un “proceso riesgoso para las madres”; para la gestante “las posibilidades de morir al someterse a una cesárea son diez veces más que en un parto vaginal”, y “las cesáreas tienen promoción y los partos no”, resumió.

Sobre el motivo por el que se hacen las cesáreas comentó que, en principio, se eligen porque “hay una percepción popular también adquirida por los profesionales de la salud de que la cesárea es más segura que el parto vaginal”. A su entender, la cirugía debería ser “una intervención para evitar males mayores cuando está justificada” ante distintas circunstancias, pero, si no es el caso, “es más insegura que el parto vaginal”, que es “la mejor forma de nacer”.

En cuanto a la madre, explicó que corre “riesgos de lesiones, sangrado y varios problemas” y, por ejemplo, ante un eventual segundo embarazo, cuando la mujer ya posee una importante cicatriz en el vientre y una cirugía en esa zona, “pueden generarse problemas, por ejemplo, con la placenta”. Acotó que un sangrado, una infección u otras complicaciones “son mucho más fáciles de remediar luego de un parto que de una cesárea”. Según Cóppola, “hay muertes maternas en Uruguay a causa de una cesárea anterior”.

En cuanto a los beneficios del parto vaginal, dijo que es un proceso en el que se consigna “cierto acondicionamiento biológico” y cuando el niño pasa por el canal de parto “adquiere las bacterias necesarias para defenderse cuando se separa del organismo de su madre”. Acelerar ese proceso, que ahora “es mucho más lento que hace 50 años”, trae problemas, porque “la cultura de la inmediatez va en contra de los procesos fisiológicos normales”, que tienen “otras garantías”, acotó.

Concluyó que para derribar la idea de que las cesáreas son seguras, debido a que es “una equivocación”, el MSP “debería crear campañas públicas” para demostrar que el recién nacido que nace por cesárea “se somete a riesgos a largo plazo” porque adquiere “las bacterias de la piel” y no de la vagina de su madre, algo que en el futuro puede ocasionar problemas autoinmunes, de obesidad, hipertensión, entre otros.

Por su parte, el pediatra Jorge Quian, exsubsecretario de Salud Pública, opinó que el parto es “un hecho fisiológico” que si bien necesita acompañamiento, siempre y cuando haya sido un embarazo normal, “no se trata de una enfermedad” como “suele tratarse en las instituciones” de salud.

“Hay que transmitirle tranquilidad a la madre; eso requiere educación previa”, y esa educación e información “es fundamental” para elegir el tipo de nacimiento, dijo. “Es necesario” educar en cuanto al dolor, comunicar “que se puede calmar”, y para eso “es importante que en los centros haya parteras” porque “muchas veces”, cuando el nacimiento queda a cargo de un ginecólogo, “puede haber más probabilidades de que se opte por la cesárea” por eventuales “apuros”.

Quian consideró que “es posible” que se haya instalado la creencia de que “la cesárea es más segura” que el parto vaginal, aunque es “un disparate”, entre varias otras cosas, porque el recién nacido “puede tener más complicaciones”. El canal del parto “comprime” al bebé y “le saca todo el líquido de los pulmones”, ejemplificó.

Por último, reconoció que bajar la tasa de cesáreas fue un objetivo sanitario del MSP en el período 2015-2020 y que, entre otras cosas, “se intentó” aplicar políticas educativas, pero no tuvieron ni “la fuerza ni el impacto suficiente”.

Un problema que “va más allá de subir o bajar la incidencia” y no se puede medir sólo eso”

En diálogo con la diaria, Lilián Abracinskas, presidenta de organización Mujer y Salud en Uruguay (MYSU), recordó que “la decisión política de bajar la tasa de cesáreas nace [en parte] a partir de que hace varios años un relevamiento del observatorio de MYSU detectó” que, sobre todo “en determinados puntos del país”, hay instituciones de salud con “70% de nacimientos por cesáreas, fundamentalmente en el sector privado”.

Acotó que la organización considera que “una cosa es acceder a la tecnología y otra comercializar el requerimiento” y generar, entre otras cosas, “una medicalización del proceso gestacional y de parto” mediante “una suerte de control” que obedece a determinada “organización [institucional] y al lucro profesional”, debido a que “la cesárea es una de las intervenciones del campo ginecoobstétrico que requiere una remuneración” por acto quirúrgico, detalló.

A su entender, la solicitud de que el nacimiento sea por cesárea se traduce como una “demanda de la mujer”, pero muchas veces “es incentivada por el interés de los profesionales” y es parte de la “mercantilización de la salud reproductiva”.

Para MYSU, a priori, el pedido de cesárea “no está mal” si nace “de la decisión y el requerimiento de cada mujer y de su salud sexual y reproductiva”. Pero para que “realmente sea una decisión hay que trabajar en un cambio de paradigma” y convertir el sistema de salud en un espacio “integral, mayormente basado en derechos humanos, que se centre en la persona y en sus necesidades”.

A su vez, mencionó que, para intervenir el índice de cesáreas, sobre todo las “innecesarias e impuestas”, “es necesario” considerar la violencia obstétrica en el debate, ya que es “uno de los problemas”. Hay que comenzar por brindarles a las gestantes la información, antes de que decidan sobre el nacimiento, de que “la cesárea no es menos drástica” que el parto vaginal ni “se resuelve mejor”.

Abracinskas puntualizó que sobre la violencia obstétrica “no se ha hecho nada” y agregó que otra medición reciente mediante una encuesta que aplicó la organización permitió conocer que más de la mitad de las mujeres que transitaron por un parto o una cesárea experimentaron alguna situación de violencia obstétrica.

Señaló que la violencia “está instalada” en todo el embarazo, el parto, el puerperio y el aborto. En términos generales, en la medida en que la formación sexual y reproductiva “no es parte de la formación de los profesionales de la salud”, una de las consecuencias es que es “muy disfuncional y se brinda mejor o peor atención según el profesional”.

Para la presidenta de MYSU, “no se escucha y no se atiende a la persona” de acuerdo a cada situación particular de salud, “no hay respuestas fuera de los protocolos” y tampoco acompañamiento y garantías de que las decisiones tienen “compañía e información”. Por esto, el problema de las cesáreas “va más allá de subir o bajar la incidencia, no se puede medir sólo eso”, concluyó.