En un espacio convocado por la diputada del Partido Nacional Alexandra Inzaurralde, especialistas en psicología y psiquiatría, y directores de organismos públicos se reunieron para conversar sobre el consumo de cannabis en jóvenes. Entre varias otras cosas, las exposiciones se centraron en los “debes” de la Ley 19.172, que regula la producción, distribución y venta del cannabis, con respeto al consumo de los adolescentes.

Una de las expositoras, Lorena Quintana, directora del programa de adicciones del Ministerio de Salud Pública (MSP), aclaró que sin estar “de acuerdo o no con la ley”, porque es “joven aún” y ante la cual “queda mucho por estudiar sobre su impacto en la población uruguaya”, hay algunos puntos “importantes” que se deben tener en cuenta, sobre todo por “el entrevero que generaron en el imaginario social”.

En principio, dijo que la ley reguló el mercado porque “el consumo siempre fue legal”, ya que según la Constitución de la República, mientras “no le hagamos daño a un tercero podemos consumir la sustancia que se desee”. Agregó que “lamentablemente” se reguló a la misma vez el uso medicinal y el recreativo de la sustancia, lo que llevó a confusión sobre todo en personas que acuden al cannabis para aliviar el dolor.

Lo confuso de la regulación también impacta a la hora de alertar a los jóvenes, quienes niegan algunos “riesgos bajo la creencia de que se trata de algo medicinal”, dijo. Marcó como una falta que la ley “no tocó” a los adolescentes, que siguen teniendo prohibida la compra, aunque el riesgo es real porque evidentemente hay consumo.

“Hablar de riesgos del consumo de cannabis de Uruguay es para gran parte” demonizar y hacer una campaña anticanábica, algo que no pasa por ejemplo, con el alcohol o con el tabaco, lamentó Quintana. En cuanto a los eventuales riesgos de consumir subrayó algunos, entre ellos, bronquitis crónica, esterilidad, infecciones respiratorias, pero reiteró que mencionarlas “se toma como una negativa a la regulación del mercado”. A su entender la ley, además de regular, trajo “la obligación de educar” sobre el consumo y el riesgo, sin estar “en contra” del consumidor.

Comparó la situación con el etiquetado frontal de alimentos. Antes se elegía un producto “sin saber” por nombres o paquetes, ahora con los octógonos se pueden elegir igual y con libertad real “porque son ricos” pero con conocimiento de su daño. “Lo mismo”, debería pasar con las sustancias. Para que el cannabis se consuma “libre” hay que informar sobre los riesgos, agregó. Consideró que la prevención del consumo del cannabis merece una campaña como la que se impulsó en contra del consumo de tabaco.

Por último, para la prevención de consumo en jóvenes dijo que es necesario educar, tener políticas y en el caso de que no las haya ofrecer un tratamiento, y cuando no lo hay, reducir riesgos y daños, a lo que apuesta el reciente plan de adicciones del MSP.

Por su parte, Gabriel Rossi, psiquiatra de niños y adolescentes y especialista en drogodependencias, desde su experiencia clínica, remarcó algunos aspectos de la experiencia de los jóvenes respecto al consumo. En principio coincidió con Quintana en que muchas veces los pacientes niegan percibir ansiedad o psicosis. Invitó a salir de la “patologización” del consumo y se centró en el neurodesarrollo y en los efectos del cannabis en quien lo consume.

Puntualmente sobre el cannabis sugirió “no hablar de adicción” con los adolescentes porque puede ser “contraproducente y no cierta” porque es real que muchas veces no son adictos. La adicción es un comportamiento neurobiológico que se adapta con los años. La dependencia “no es todo el problema que tienen las personas que consumen drogas”, consideró.

Sobre el cannabis se preguntó si el actual es “natural o de diseño” debido a la variación de las semillas. La planta aumentó el THC (tetrahidrocannabinol) y “hay algunas con 37%”, también hay “otras formas de consumir que pueden llegar al 90%”. Esto genera un desbalance entre el THC y el CBD (cannabidiol), aseguró.

Agregó que valorar estos aspectos es importante porque tenemos un sistema “endocanabinoide” dentro del organismo, lo que significa que es un lugar en el que impacta el consumo, lo que hace es “regular a los demás neurotransmisores”, también regula el crecimiento y “la poda” neuronal.

Planteó algunas cosas que le pasan a los adolescentes, en principio, que en la adolescencia “no existe consumo sin riesgo”; en cuanto a la edad, los 16 años son “un antes y un después”. El consumo antes de esa edad genera “problemas estructurales dentro del desarrollo” para el futuro. Si se consume luego de esta edad el impacto será menor en la sustancia blanca y en la sustancia gris del cerebro. A su vez, se plantean impactos del consumo en los reflejos; quien consume cannabis tiene peores reflejos que quien no consume, y de hecho los consumidores “son dos o tres veces” más lentos que quienes no consumen. Por último “afecta la memoria reciente” y genera “hiperasombro”, es decir que no hay nada nuevo pero “se genera un simulacro”.

También se refirió a la legislación. En este sentido sostuvo que se debería permitir el consumo a partir de los 21 años y no desde los 18 años como es actualmente, pero como los de esa franja etaria “son votantes”, “no va a suceder”, aunque desde el punto de vista de las políticas de drogas sería muy eficiente.