En el marco de la Cumbre de Protección Infantil de 2024, titulada “Infancias sin violencia en las Américas” y organizada por Keeping Children Safe (KCS) en conjunto con la Institución Nacional de Derechos Humanos (INDDHH) y la Embajada de Reino Unido, se desarrolló este viernes el panel “Impacto de la violencia en la salud y las respuestas del sistema”, en el que participaron diferentes expertos en salud nacionales e internacionales.

Dos de ellas fueron Gabriela Garrido, especializada en psiquiatría pediátrica y docente de la Clínica de Psiquiatría Pediátrica de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República, y Camila Solís, consultora en salud mental de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).

En principio, Solís reflexionó que actualmente el sector de la salud tiene un rol activo en la prevención, detección y acción respecto de la violencia a la que están expuestas las infancias, pero también en los desafíos dentro del sector, en la atención que brinda a quienes sufren algún episodio violento y llegan al sistema, que son un porcentaje bastante acotado. “Luego de la pandemia estamos en un escenario más crítico” y además el sistema de salud “está en recuperación”, consideró.

Solís agregó que la violencia a la que se expone esta población “es preocupante” y detalló algunas cifras nacionales y regionales. Sostuvo que “cada cinco minutos muere un niño como víctima de la violencia” y que “más de la mitad de los niños del mundo a lo largo de su vida están expuestos a ser víctimas de violencia”. En particular, la región de las Américas tiene “algunos récords” que hacen poner el tema de la erradicación de la violencia como una prioridad. Entre otras cosas, “es la región que tiene la tasa de homicidios más alta en las infancias: es cuatro veces mayor que el promedio mundial”, agregó. En cuanto al panorama nacional, explicó que “más del 20% de los niños han vivido o viven experiencias de violencia dentro del hogar”.

Luego de conocer las cifras “sabemos que las probabilidades de que cuando un niño requiere atención sea por violencia es muy amplio”, indicó Solís, y acotó que esa posibilidad es “mayor al 50%”. Por ello, para la consultora, “pensar en sistemas de salud que protejan a los niños de la violencia a la que están expuestos en sus contextos naturales” es fundamental y urgente.

“Sabemos que la violencia tiene grandes impactos en la salud y en las distintas dimensiones”, continuó Solís, y si bien señaló que “lo más visible” es la violencia física, este tipo de situaciones impacta en diversos tipos de enfermedades. Por un lado, genera enfermedades no transmisibles, como cuadros de obesidad, “aumento de conductas de riesgo” e incluso cáncer. A su vez, algunos tipos de violencia son generadoras de enfermedades transmisibles, como las de transmisión sexual.

Sobre las orientaciones para los sistemas de salud, Solís indicó que en principio es importante contar con un enfoque de salud pública con respecto a la prevención y a los requerimientos sociales. “El sector debe poner una mirada de calidad también desde los derechos humanos, se necesita incorporar dentro de los estándares de atención en salud la calidad, la seguridad y el respeto en la atención”, reflexionó.

El impacto de la violencia en la salud mental

Por su parte, Garrido recordó que en los años 90 comenzaron a incrementarse las consultas clínicas por maltrato y abuso sexual, las cuales con los años aumentaron significativamente. La especialista recordó que mientras en 1990 se registraron “cinco situaciones de abuso sexual, en 2019 consultaron y fueron hospitalizadas 260 situaciones”, y “el porcentaje que tuvo criterios de poca probabilidad fue bajísimo”.

A su vez, Garrido contó que los motivos de consulta más frecuentes en la emergencia que después se hospitalizan son “el maltrato físico, el abuso sexual, los intentos de autoeliminación y otras lesiones autoinfligidas” que antes no se hospitalizaban pero que “por magnitud y cantidad empezaron a tener un lugar diferente”.

Con respecto al denominado “estrés tóxico” o persistente, generado en gran parte por las situaciones de violencia, explicó que “no sólo cambia algunas conductas” sino que también modifica “el funcionamiento de los neurotransmisores y la estructura del sistema nervioso central”, por lo tanto pasa de ser una “tristeza transitoria” a una “patología del desarrollo” que en la infancia tiene formas de presentación “distinta” a las de los adultos, que en los más pequeños hace que “no se crezca ni se aprenda de la misma manera”.

Garrido consideró que algunas respuestas del sistema de salud “duran poco, otras veces se evalúan mal” y se suman “algunas otras fallas actitudinales”. En ese sentido, concluyó que el concepto de funcionar en red es fundamental y que los profesionales “no deben funcionar como si el problema empieza y termina en cada uno”.

La actividad contó con el apoyo del Ministerio de Relaciones Exteriores, la Universidad de Reading (Inglaterra) y Aldeas Infantiles España.