Es nieta de inmigrantes por parte de su familia paterna; descendientes de suizos y alemanes, que llegaron a Uruguay a instalarse en Colonia Suiza. Ahí arrancó la historia familiar con la miel, en un puesto de venta en Nueva Helvecia, Quemidur, que hacía referencia a “queso, miel y dulces Roth”. La empresa originalmente tenía esas características, pero años más tarde, en 1975, empezó a focalizarse en apicultura -llegando a contar con unas 10.000 colmenas- y en la exportación de miel.
Su padre, ingeniero químico, y su madre, química farmacéutica, se conocieron en facultad, donde decidieron investigar una materia prima hasta entonces descartada por los apicultores: el propóleo. “La idea surgió porque mi padre encontró un ratón que llevaba más de dos años muerto dentro de una colmena y no había llegado al proceso normal de descomposición”, cuenta. “Mientras trabajaban, en paralelo arrancaron con Apiter”, la empresa familiar que gestaron con unos socios en el garaje de su casa de la infancia en la calle Amézaga, donde estudiaban las propiedades microbianas del propóleos, un componente que Roth describe como “mágico”.
En 1978, a sus ocho años, nace la empresa con el desarrollo de tres productos farmacéuticos de una línea dérmica para cicatrización de heridas. Con los años, se incorporaron artículos de cosmética, apósitos, caramelos y jarabes, y en los últimos se ampliaron las propiedades con otros principios activos como corticoides y antibióticos y se lanzó una línea para el tratamiento veterinario.
A esa edad también recuerda su primer trabajo, en la esquina cruzada a su casa, donde su familia vendía implementos apícolas y miel. “En los veranos, en las vacaciones, iba a ayudar a despachar la miel que venía desde Colonia en unos tanques de 300 kilos. Eso me encantaba”. Formalmente, empezó a trabajar en el área de publicidad de una agencia y después emprendió por su cuenta. Tuvo una empresa de venta directa con una socia y luego una consultora en ingeniería organizacional e investigación de mercado.
Sin embargo, hace 18 años, con el nacimiento de su hija Sofía, y dos años después, de Franco, se terminó de volcar a la empresa familiar. “Siempre estuve vinculada desde lo comercial por mi profesión [estudió licenciatura en administración y en marketing en el Centro Internacional de Estudios de Ciencia de la Comunicación], pero ahí fue cuando dejé lo demás y me dediqué por entero a este proyecto”.
El trabajo que recuerda como su mayor aprendizaje: formó parte de un equipo interdisciplinario, con psicólogas y asistentes sociales, que viajaba al interior “profundo” del país a promover la inserción y formalidad de las mujeres rurales y artesanales. “Hay un mundo que hay que conocer, en muchísimos aspectos, más allá del género, hablo de la dificultad y de la falta de acceso. Veía a mujeres con unas ganas impresionantes de salir adelante, aprender y trabajar. Desde nuestra parte, lo que les dábamos desde el punto de vista empresarial era muy básico, lo que precisaban más que nada era apoyo desde lo emocional y familiar, porque la garra la tenían. El peor ancla era la familia. A mí eso me abrió la cabeza”, recuerda.
Llegada a la Unión
Más allá del nacimiento de su hija, un momento “bisagra” en su vida, otro mojón fue cuando tomó las riendas de Apiter con su hermana Laura y juntas decidieron instalar una planta farmacéutica, que acabaron por inaugurar a principios de este año en la ruta 101. “Nos dijimos: ‘hacemos la plancha o nos proponemos jugar en las grandes ligas’, y fuimos por la segunda. Queríamos exportar al mundo a lo grande y para eso necesitábamos multiplicar más que por diez la producción con un valor agregado muy significativo”, explica.
Roth considera que el camino no fue fácil y reconoce que la Unión de Exportadores fue “un aliado”. “No teníamos los fondos y yo había escuchado que acá había recursos y posibilidades -no sólo económicos- y por eso me acerqué. Hablé con Teresa [Aishemberg, gerente general de la gremial] y nos fueron llevando y poniendo delante las oficinas, ministerio y entidades necesarias para que pudiéramos no sólo presentar el proyecto de inversión sino también trabajar con la ANII [Agencia Nacional de Investigación e Innovación] en el área de investigación y desarrollo, y con el BROU [Banco República] que financió la planta”.
Rápidamente, se integró al Consejo Directivo. “Fui como invitada, a ver y escuchar, entendiendo parte de lo que se hablaba, pero me empecé a empapar de características y situaciones vinculadas a la exportación. En algún momento me preguntaron si me interesaba participar en el consejo ‘oficial’ y dije que sí, porque me parecía bueno que no sean sólo los grandes jugadores de la exportación los que movilizaban todo. La Unión de Exportadores tiene algo maravilloso que me enorgullece y es que no importa si sos una empresa grande, pequeña, chica, exportador de bienes o de servicios, tenés la posibilidad de que se te ayude a resolver los problemas con la misma pasión y ganas. Y con ese mismo criterio, cualquier socio, sin importar su perfil, tiene un lugar en el Consejo Directivo”. Si bien hay elecciones anuales para integrar el consejo directivo formal, “a las reuniones de directorio viene de observador y oyente el que quiera”. En su caso, pasó por la vicepresidencia primero hasta que su antecesor, Alejandro Bzurovski, al fin de su mandato, la propuso como presidenta, cargo que asumió en setiembre.
Su gestión
Dice que no le gusta mucho la palabra lobby, pero la usa porque “es lo que es”. “Es necesario generar ese vínculo con las instituciones para poder sacar adelante las cosas”, explica. Como empresaria, reconoce que “a veces estamos con la cabeza muy adentro del día a día, viendo cómo resolver los problemas, y nos perdemos de una red que está disponible”; por eso, uno de los objetivos de su gestión es convertir a la gremial en “la arteria que conecta las buenas intenciones institucionales publico y privadas con las empresas”.
Y agrega: “Falta un buen canal de comunicación para generar vínculos: con el Banco República, que como banco de fomento país debe apoyar al desarrollo de la exportación, con la academia y con la innovación. Esa articulación es transversal y fundamental para agregar valor en nuestra producción nacional”. En este sentido, afirma que “hay muchas cosas para hacer, desde lo más grande hasta lo más pequeño, porque por más que la información está ahí, en la web de cada institución, y que estas se esfuerzan mucho para comunicarlo”, como empresaria sabe que “hay caminos que no empezamos a transitar porque la vemos complicada. Sé que todas esas cosas me han pasado por al lado y uno no lo termina de ver desde lo global. A veces son como árboles aislados y no se puede ver el bosque”, señala.
Otro pilar de su gestión es acercar a las mipymes. “75% de las empresas exportadoras son pymes y hacen a 25% de la facturación. Hay que tratar de levantar el volumen de exportación que tienen esas empresas, porque las posibilidades están, el tema es que el foco en la exportación muchas veces no está puesto como podría llegar a estar. A veces dar el paso a exportar es una decisión muy dura, porque hay que cambiar el chip, pero hoy hay herramientas y posibilidades a nivel de gobierno que las queremos acercar a las empresas”. “Queremos llegar mejor a nuestros socios, conocer de primera mano en qué momento están y cuáles son sus necesidades, ya sea para facilitarles la batería de herramientas o programas que pueden ayudar a llevar adelante sus proyectos o para sobrellevar los momentos duros que de alguna manera se están avecinando”, agrega.
Apuesta a una gestión “definida por consenso, entre los socios”. Para esto, puso en marcha tres grupos de trabajo -“que continúan abiertos”-, con la mayor representatividad posible, desde sectores y rubros, para identificar los puntos donde hacer foco en tres temas: costos de producción, conectividad y logística de puertos y acuerdos comerciales. ¿Qué espera? “Ver dónde está el común denominador de las problemáticas de los exportadores, identificar al interior de cada grupo claramente cuáles son los problemas y definir tres o cuatro acciones concretas en las que focalizarnos para poder, con el resto de las autoridades ministerios, oficinas, agencias y trabajadores, lograr una unidad y un consenso. Seguro va a haber cosas que se puedan resolver en el corto plazo y otras más estructurales, pero que en algún momento hay que abordar”.
Sostiene que en la Unión de Exportadores el tema de género “no es algo que esté en juego”, ya que “hay mujeres en el directorio y el staff está compuesto, en su amplia mayoría, por mujeres”. Pero puertas afuera y en lo personal, cree que “se necesita seguir mejorando el camino que viene evolucionando positivamente en lo que respecta a la igualdad de posibilidades desde la niñez”.
Su visión
Para Roth, la apertura del país al exterior es “clave”. Está a favor de la firma de acuerdos de libre comercio bilaterales porque “hoy nos encontramos en desigualdad de condiciones con otros países que exportan lo mismo a mercados con los que sí tienen acuerdos, mientras nosotros no. Entonces, desde una visión macro, tenemos que empezar a competir en igualdad de condiciones”. También es partidaria de “avanzar” con el acuerdo entre la Unión Europea y el Mercosur y, en cuanto a acuerdos globales como el TISA, opina que Uruguay “tiene que estar en todos”. “El TISA era la oportunidad de sentarse en la mesa a discutir con todos los que estaban negociando y para poner nuestras prioridades como país también. El tema es que cuando no participás, la discusión sigue y se van a determinar formas y acuerdos”, opina.
¿Y cuánto pesan las condiciones de fuerza y el poder de negociación? “Creo que todo depende de cómo negocies. No es un empaquetado. Uruguay tiene que participar en todo y después negociar de la mejor forma posible para poder vender nuestros productos y servicios. En el mundo cualquier país que se abrió al mundo ganó. Siempre hay algún sector que puede perder, y eso lo tenemos que tener claramente identificado para ver qué opciones le vamos a buscar a ese sector: reconvertirse o buscar la manera de adaptarse a esa nueva realidad”.
También ve “problemas serios” en cuanto a competitividad, “por los altos costos internos y que nuestros competidores entren con mejores precios y con acuerdos, nos saca del mercado”. Consultada acerca de cuáles son los sectores que están en problemas, responde: “A ninguno le está yendo bien. “Están todos atravesados por un tema transversal que es la competitividad”.
En cuanto al tipo de cambio, considera que debe ser “competitivo y lo más flexible posible”. “Cuando producimos necesariamente tenemos que comparar nuestros costos en dólares para ver cómo competimos, y si no lo logramos tener nivelado en la región, con los países que compiten con nosotros por terceros mercados, sin duda es una problemática real a la hora de vender”. Pero la región en el último tiempo está desequilibrada. “Somos conscientes de que lo que uno pide es estabilidad. Entonces lo que necesitamos es saber que uno dispone de un tipo de cambio relativamente constante y flexible para adaptarse a las distintas realidades del entorno”. Considera que el gobierno “entiende nuestra posición”, pero “está muy restringido con sus cuentas”, porque “[el nivel del dólar] no depende sólo de la política cambiaria porque la política fiscal ha sido expansiva, sino que tenemos un déficit fiscal enorme y eso no permite tener la flexibilidad de maniobra que sería posible si tuviéramos las cuentas equilibradas. Ahí hay una restricción muy fuerte”.