Sobre Río Negro entre Canelones y Maldonado, tras una puerta con rejas antiguas, está la sede del Sindicato Único de la Aguja (SUA). Todos los días, sobre las cinco de la tarde, después de la jornada laboral, un grupo de personas, sobre todo mujeres, se junta para llevar adelante varios proyectos: uno de ellos es fabricar barbijos para vender a empresas e instituciones; el otro es hacer muñecos y muñecas para repartir el Día del Niño. Además organiza una olla popular y recibe donaciones. Al entrar a la casa lo primero que se ve es una mesa con grandes bolsas con barbijos de todos los colores: violetas, estampados con flores, blancos y rojos; algunos hasta tienen logos impresos. En el primer piso está el taller. Una de las salas es ocupada por una mesa enorme, en la que los trabajadores cortan con una máquina especial varias capas de tela para confeccionar los tapabocas. A un costado, en otro cuarto, están las máquinas de coser. Con ellas arman los barbijos y las muñecas y los muñecos de trapo.
Flor de Liz Feijoo, secretaria general del SUA, contó a la diaria que en cuanto se declaró la emergencia sanitaria por el covid-19, el 13 de marzo, la Comisión de la Mujer, denominada Rosita Iglesias, decidió empezar a confeccionar tapabocas solidarios para los vecinos y para regalar en las ollas populares. Después, gracias al pedido de las empresas, los entes del Estado y la Intendencia de Montevideo (IM), encontraron la oportunidad de darles trabajo a talleristas a domicilio, monotributistas y fasoneras que estaban llegando a fin de mes sin nada de ingresos. “Resolvimos que les podíamos dar trabajo y surgió una red de trabajadoras que están en Artigas, Salto, Treinta y Tres, Paysandú, Montevideo y Canelones”, comentó. Son cerca de 60 mujeres que antes trabajaban en sus domicilios para alguna empresa, pero que, debido a la crisis, dejaron de recibir pedidos. Aseguró que están en una situación de invisibilidad y para el sindicato “es importante que a partir de esto al menos hayan sido visibilizadas en distintas instituciones”.
Sólo a la IM le vendieron 120.000 barbijos y 60.000 a otras instituciones; 20.000 dieron de forma solidaria. Sobre el dinero recaudado, Feijoo dijo que ninguna de las trabajadoras que están en su casa puede ganar menos de lo que se negoció en los Consejos de Salarios: “Si una compañera maquinista gana entre 130 y 150 pesos la hora en una fábrica, la compañera que está en su casa no puede ganar menos. Sacamos la cuenta de los tiempos, y hacer diez barbijos como los nuestros lleva, como mínimo, una hora. A 15 pesos cada uno, son 150 la hora”. 98% de las personas que trabajan cosiendo son mujeres. Feijoo contó que en el sindicato pasa lo mismo que en la sociedad: “Muchas veces las compañeras son víctimas de violencia y no lo saben. Ese es uno de los problemas que existen”. Además, algunas tienen sueldos tan bajos que se ven obligadas a convivir con alguien para mantener la casa y a los hijos.
Otra dificultad que identificó Feijoo es la imposibilidad de militar: “Después del trabajo los hombres van a hacer sus cosas y muchas trabajadoras tienen que ir a cuidar a sus niños y aprontar la comida”. Por otra parte, la mayoría de las fasoneras son jefas de hogar con hijos a cargo: “En su casa viven un día a día que es muy diferente al que tenemos otras. Terminan excluidas de la vida de las organizaciones. No se organizan porque están solas y aisladas. El trabajo de la mujer costurera que tenemos en Uruguay no es muy diferente al del resto de América Latina ni al de Asia”. Muchas trabajadoras no están registradas en el Banco de Previsión Social e incluso sus empleadores cambian las reglas según la conveniencia de la empresa: “Por una prenda un día pagan 10 pesos y al otro 5. Ponen como excusa que subió el dólar, por ejemplo, cuando la persona ya hizo el trabajo. Parece increíble, pero sigue sucediendo”.
Una de las maneras de combatir la violencia basada en género que encontró la comisión del sindicato fue simbólica, por medio del juego, por eso decidieron hacer las muñecas y los muñecos, que son hombres y mujeres y tienen trajes de trabajadores; hay uniformados de la construcción, pero también tamborileros y mamas viejas. “La comisión es abierta al barrio y se nos ocurrió que podíamos hacer muñecas de trapo para regalar a los niños y las niñas de algunos de los merenderos de la zona o de las ollas. Incluso conversamos con Mundo Afro. Entendemos que los muñecos y las muñecas tienen que ser tanto para niñas como para niños. Queremos ver de qué forma podemos colaborar para combatir este flagelo que es la violencia doméstica. Que estos muñecos caigan en manos de una niña o un niño implica incidir en su juego. Los niños pueden aprender a ser papás como las niñas a ser mamás. Y si además los vestimos de uniforme, van a identificar al trabajador y aprender el respeto por todos los oficios. Si no, la sociedad sigue imponiendo roles. Si no los rompemos, seguiremos teniendo violencia doméstica y laboral”, comentó Feijoo.
El sindicato tiene alrededor de 2.000 afiliadas, pero ahora la gran mayoría está en el seguro de paro, porque un gran porcentaje son empleadas de fábricas. Feijoo dijo que es un debe del sindicato llegar a las costureras que están en sus domicilios. Comentó que en un momento de su vida le molestaba que la llamaran costurera, porque sentía que era una manera de despreciar su labor. Dijo que una parte de los trabajadores mira el oficio de la mujer que es costurera, limpiadora o cocinera como una extensión de su rol social: “En tu casa cosés, en tu casa cocinás, en tu casa limpiás. Y cuando salís a la calle a ganar un salario a partir de eso, a veces, el resto de la sociedad te discrimina. En tu casa nadie te paga. Lo hacemos las mujeres y no lo hacen los hombres. Cuando me decían ‘la costurera’, me sentía mal, mucho más después de 2008, cuando el sindicato, tras 40 años de lucha, conquistó las categorías y pasamos a ser maquinistas especializadas, modelistas o muestristas. Entonces me preguntaban cuál era mi oficio y yo decía: ‘Maquinista especializada’, porque sentía que había logrado que respetaran y reconocieran el valor de mi oficio. Ahora me volví a amigar con el término, porque al hablar de la costurera también se está hablando de estas cosas maravillosas de hacer muñecas, que implica un montón de amor para que queden lindas y que van a ser algo compartido con alguien. No es caridad, es solidaridad, y eso es parte de la vida de una costurera”.
En Río Negro 1180 el Sindicato Único de la Aguja (SUA) recibe las donaciones. Lo que más necesita es tela –en especial, polar–, puntillas, botones y lanas.