¿A qué te dedicás y hace cuánto tiempo?
Hace ocho años que tengo mi pequeño taller en Barrio Sur. Acá tengo mi máquina y mi perro Tony, que desde hace seis años es mi fiel compañero. Hago todo tipo de arreglos: agrandar y achicar prendas; cambios de cierres; sábanas, cortinas y almohadones. Tengo clientes de todos lados, porque al estar en una calle céntrica la gente que viene a trabajar a las oficinas ya trae las prendas para arreglar. En promedio, los arreglos los cobro entre 80 y 100 pesos.
¿Qué ha sido lo más difícil y lo más fácil durante la pandemia?
Los primeros días fueron terribles, porque no salía nadie a la calle y dejé la máquina en un costado. A pesar de que soy una persona solitaria, quedé en shock por la noticia, con miedo. Por lo menos durante 20 días la gente no salía de sus casas; después, con el correr de los días la cosa se fue normalizando.
Lo positivo para mí es que vivo de mi trabajo, me cuido y tomo todas las precauciones para mí y para mis clientes. La pandemia también llevó a que la gente cada día arregle más las prendas; se trata de recauchutar lo que uno tiene. Por ejemplo, un pantalón vaquero es una prenda cara y ahora nadie se deshace de un jean así nomás. Cambios de cierre en invierno y los dobladillos es lo que más hago; nadie compra un pantalón del largo exacto.
¿Cómo imaginás que será el futuro?
Va a ser todo tecnología; vas a apretar el botoncito y tenés todo. Te van a dar clases por computadora, el médico te va a atender por el celular. Se está instalando una nueva modalidad, que vino para quedarse. Yo soy naturaleza viva, prefiero que de tecnología haya lo menos posible. Me voy a mover siempre con cosas que impliquen que tenga que usar las manos y la cabeza.
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