“El trabajo cultural importa, importa en términos artísticos, en la herencia […] el trabajo cultural importa en términos económicos y legales (por ejemplo, el copyright). […] No es un accidente que el arte sea la escena en que los movimientos vanguardistas pueden expresarse, y no sólo en términos estéticos”, dijo este viernes el profesor Toby Miller en la conferencia “¿Importa el trabajo cultural, y por qué?” en una nueva edición de la Especialización en Gestión Cultural del Área Social y Artística (ASA) de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración (FCEA) de la Universidad de la República (Udelar).
Miller, profesor de las universidades Riverside de California, Murdoch University de Australia, y de la Universidad Autónoma Metropolitana de México, centró su ponencia en “dos áreas claves”: lo tecnológico y lo medioambiental. Dijo que muchas veces pensamos en la cultura como algo relacionado a lo performático o a las artes plásticas que no tiene conexión con la tecnología. “Hay una ignorancia sobre el rol tecnológico en la cultura”, dijo, y destacó la responsabilidad cultural en el cuidado del medioambiente.
Sobre la crisis que estamos atravesando producto de la pandemia, contó que muchos de sus alumnos en Ciudad de México “viven y estudian en la periferia, son de la clase popular con mucho capital cultural, pero no tienen computadoras ni wi-fi en sus casas [...]. No pueden escribir ensayos, no pueden dar exámenes a causa de conexiones débiles, tienen competencias pero no tienen facilidades en términos de conexión”, reflexionó.
Explosión en internet
“Tenemos una explosión de producción cultural en internet, pero el impacto comercial corporativo es altísimo. [...] El intento de obtener información sobre las y los espectadores, de manera clandestina, puede ser peligroso por la capacidad de los ultraderechistas de usar el arte” para difundir sus ideas, algo que, según el académico, en los años 60, 70 y 80 era utilizado por los movimientos a favor de los derechos. “Es un momento clave para los gestores culturales, sobre todo en el sur global”, aseguró. El gestor cultural es una figura que al mismo tiempo desarrolla identidad social, es empresario, administrador y puede ofrecer un mercado: “En ese sentido sin dudas es un agente de cambio”, comentó Miller. De todas formas mencionó excepciones de colectivos que usan la tecnología para conectarse de forma directa con los creadores, sin la presencia de “representante artísticos”; “Las bandas ya no necesitan a este intermediario, y existe la posibilidad de crear una industria cultural” sin esa persona.
Cavani y Suárez: ejemplos de cómo la expresión artística une culturas
Como ejemplo del uso del arte para unir universos en apariencia separados, Miller habló sobre una nueva visión de lo masculino que se manifiesta a través de una propuesta artística. El catedrático puso como ejemplo al futbolista Edison Cavani, que en 2020 colaboró con la promoción de la Escuela Nacional de Formación Artística del Sodre. También mostró una imagen de Luis Suárez bailando flamenco, vestido con la ropa típica de esa danza, como otra demostración de que la expresión artística puede acercar culturas.
Los peligros de la economía naranja
Miller mencionó el libro La economía naranja: una oportunidad infinita, una publicación del Banco Interamericano de Desarrollo de 2013, escrito por el economista colombiano Pedro Felipe Buitrago Restrepo (actual ministro de Cultura de Colombia) y por el actual presidente de ese país, Iván Duque Márquez. La reseña del libro dice que se trata de un manual que presenta ideas para “un debate sobre una importante oportunidad de desarrollo que Latinoamérica y el Caribe”, como lo es “la economía creativa […] La economía naranja representa una riqueza enorme basada en el talento, la propiedad intelectual, la conectividad y por supuesto, la herencia cultural de nuestra región”.
El catedrático aseguró que la idea del manual es que en Colombia pueden llegar a ser como Países Bajos, por eso la llaman economía naranja. En Países Bajos “10% de valor nacional son productos creativos, en tanto en Colombia sólo llega a 3%. Hay muchos problemas con este discurso; es interesante que Duque haya utilizado el apoyo de muchos artistas de Bogotá y Medellín para su primera elección por este concepto, pero la realidad es que se trata de un concepto que habla sobre las industrias del copyright, del software y de los juegos electrónicos, en donde existe la posibilidad de desarrollar un capitalismo perezoso, como el de Estados Unidos, donde Disney puede sobrevivir con Mickey Mouse gracias al copyright”, dijo. En este caso se pone el acento en las grandes empresas y no en la esfera de la cultura del arte y la expresión de la identidad social.
La ciberbasura y la pertenencia a la cultura
El académico formuló la pregunta “¿Qué es trabajo cultural?”. Entre varias imágenes mostró la de niños congoleños trabajando en la extracción de coltán (mineral que se usa para la fabricación de celulares) mientras son vigilados por el Ejército.
“Son niños trabajando de manera invisible” para darle al resto del mundo tecnología, “¿eso es trabajo cultural? ¿Es parte de la utopía de la nueva tecnología?”, inquirió.
Un capítulo aparte se llevó el destino de los derechos tecnológicos. Miller mostró un diagrama en el que se distinguía a los países con poblaciones más altas como Argentina, Brasil y Venezuela como los mayores productores de basura electrónica. “La basura electrónica es peligrosa y es exportada, India y China no son sólo destino sino también creadores de basura electrónica”, comentó. Como un ejemplo de resignificación a través del arte, mostró joyería hecha con basura electrónica, como un collar hecho con cables de distintos colores.