A casi tres kilómetros de Porvenir, una pequeña localidad en el departamento de Paysandú, Victoria rellena el agua para el bebedero de sus vacas. En ella hay una sonrisa constante mientras cuenta a la diaria cómo accedió a esa fracción de tierra que el Instituto Nacional de Colonización (INC) le adjudicó en setiembre de 2023. Este miércoles 15 de octubre se celebra el Día Internacional de las Mujeres Rurales, una fecha en la que se recuerda, entre otros cosas, las dificultades que tienen las mujeres para acceder a la tierra.
Victoria nació en Quebracho y su vínculo con el campo es de toda la vida. Aunque vivió un tiempo en la ciudad de Salto, donde también estudió, nunca dejó de pensar en volver. La idea de regresar al campo, dice, la acompañó siempre.
Después de aprobado el proyecto de ley que efectiviza la cotitularidad de hombres y mujeres en los predios de Colonización en 2019, el programa Tierra de Mujeres busca desde 2021 facilitar el acceso de las mujeres a la tierra.
Mediante la realización de cinco llamados, implementados hasta 2024, han accedido a la tierra 11 mujeres en las diferentes modalidades de adjudicación: Unidades de Producción Asociativas (UPA), integradas por un mínimo de tres personas en adelante, y las Unidades de Producción Familiar (UPF), integradas de manera individual.
Victoria conoció este programa a través de allegados que la incentivaron a anotarse. Siempre con el deseo y la convicción de independencia, logró inscribirse unos días antes de que cerrara el llamado y presentar su proyecto escrito a mano; proyecto que, de una forma u otra, reflejaba el sueño de toda su vida, más allá de las formalidades. “Yo quiero tener mi lugar, quiero tener mi espacio. Eso no me lo saco de la cabeza”, cuenta a la diaria. Ya había intentado inscribirse anteriormente en otro llamado del INC, pero esa vez dentro de un proyecto grupal con algunos de sus hermanos. Al no darse la oportunidad, volvió a intentarlo, y esta última vez logró la adjudicación en un proyecto individual.
Victoria tiene 30 años, es actualmente colona y disfruta de estar en el campo. Vive con su novio en una chacra muy cerca de Rincón de Luz, nombre que eligió para su predio, pero ella sueña con pasar la mayor parte de su tiempo ahí, dedicada a esa tierra.
Hoy, su fracción de 18 hectáreas, que responde a la regional de Paysandú, está destinada totalmente a la producción ganadera, aunque espera con el tiempo poder ampliar su producción a la siembra de plantaciones y también al criadero de gallinas, entre otras ideas y sueños que la persiguen y que reflejan un entusiasmo difícil de apagar. Que no se apagó cuando supo de las dificultades que tenía el propio terreno cuando comenzó a trabajarlo, que no se apagó cuando los sustos de los demás se convirtieron en comentarios y opiniones.
“Fue un tremendo desafío que quise asumir. En el fondo, tenía la certeza de que el campo iba a responder en poco tiempo”, afirma. Pero más allá de sus propios miedos también, ella sigue apostando al prometedor futuro: “Las inversiones son muchas, trabajas sin plata, pero era más la convicción que yo tenía de que era por ahí y de que con los años esto se iba a acomodar e iba a mejorar”.
¿En qué consiste Tierra de Mujeres?
Además de priorizar a las mujeres rurales en el acceso a la tierra, el programa apunta a incorporar la perspectiva de género en todas las etapas —desde la convocatoria hasta la evaluación— y a garantizar procesos de selección más equitativos. No obstante, el acompañamiento posterior a la adjudicación depende casi exclusivamente de las regionales que el INC tiene en diferentes regiones del país, ya que durante los primeros dos años las beneficiarias permanecen en un período de seguimiento y evaluación porque sus proyectos se consideran aún en etapa de prueba. En ese lapso se evalúa el uso de la fracción y el cumplimiento de los compromisos asumidos. No obstante, la puesta en marcha de la producción requiere inversión, asistencia técnica y redes de comercialización que exceden la entrega de la tierra, y que no siempre están garantizadas.
El proceso de selección de las beneficiarias del programa depende tanto de los proyectos que presentan como de la evaluación particular de cada caso, que lleva adelante el INC. Asimismo, la elección de los predios toma en cuenta varios factores clave: “Que el tamaño productivo sea viable, que tenga cercanía a servicios, que la ubicación geográfica sean zonas en donde Colonización tenga presencia, pero también una red de apoyos vinculada”, explica Verónica Camors, antropóloga y gerenta del Departamento de Seguimiento y Evaluación del INC, quien destaca la importancia de conjugar la viabilidad de todos estos factores para el mejor futuro de los proyectos.
Camors también señala la existencia de barreras específicas para las mujeres en el contexto rural, vinculadas a los roles que les son asignados simplemente por su género: “Si bien hay reconocimiento y visibilización, todavía falta para construir autonomía económica y que las mujeres puedan trabajar directamente en el campo”, explica, y destaca que esta situación se observa en todos los emprendimientos. Además, subraya las dificultades relacionadas con la necesidad de contar con roles técnicos que acompañen de manera más cercana durante el inicio de los proyectos, ofreciendo asesoramiento y un seguimiento más cercano que faciliten la consolidación de las iniciativas productivas.
El Trébol Verde: trabajo colectivo en la colonia Ros de Oger
La colonia Ros de Oger, ubicada a unos 20 minutos de la localidad de Quebracho hacia el oeste, también en el departamento de Paysandú, fue adjudicada en marzo de 2024 por el INC al grupo El Trébol Verde. Se trata de un campo de 397 hectáreas a cargo de Evelin, Rosario y Marcela, quienes llegaron a conocerse gracias a la cercanía de la zona y que consiguieron obtener la adjudicación después de varios años de presentarse a distintos llamados.
Allí sólo vive una de ellas, y la comercialización del ganado constituye su principal fuente de ingresos para mantener la colonia. Evelin y Rosario explican que, a nivel personal, cuentan además con otras actividades para sostenerse económicamente. Con 50 y 53 años todavía están en proceso de formalizar la titularidad de la fracción y comparten las tareas rurales junto con sus parejas y, en algunos casos, también con sus hijos.
“Antes el acceso a la tierra era [ser] ‘la señora de’, y ahora por lo menos eso cambió”, cuenta Evelin a la diaria, que desde chica está vinculada al campo y a sus tareas, ya que solía ayudar a su padre.
Por su parte, Rosario también siempre estuvo vinculada al campo; aunque durante algunos años su trabajo principal se desarrolló en otro rubro, nunca perdió ese vínculo, que la acompañó a lo largo de toda su vida.
Ambas reconocen que la edad y la movilidad pueden ser una dificultad, y creen que si fueran más jóvenes tal vez sería distinto su vínculo con el campo y las tareas que requiere. Aun así, destacan que las mujeres asumen una gran parte de la organización que implica la labor rural. La adjudicación de esta fracción significó para ellas un cambio “para bien” y cuentan que en noviembre parte del ganado pasará a nombre del grupo, cumpliendo con las exigencias que enmarca el INC.
Evelin Bertinat, Maria del Rosario Gallo, el 13 de octubre, en Paysanú
Foto: Rodrigo Viera Amaral
Pensando en el futuro
Camors señala la necesidad de ajustar las políticas a los sujetos reales, recordando que históricamente la figura central en la adjudicación de tierras del INC fue la del colono con un perfil muy definido: hombre, padre de familia y adulto. “Eso era donde estaban montadas todas las políticas de adjudicación de la tierra”, afirma. Reconoce, además, que aún existen resistencias dentro de la institución para adaptar los procesos de adjudicación a las mujeres, que presentan otros requerimientos y necesidades.
De cara al futuro, comenta que “hay intención de continuar o escalar en tanto los resultados muestran impacto positivo”, aunque advierte que será necesario realizar “ajustes” para mejorar los criterios de selección a partir de los aprendizajes obtenidos en esta etapa. También, la antropóloga menciona la importancia de establecer alianzas con otros ministerios y organizaciones de la sociedad civil.
El mes pasado se presentaron los resultados de la evaluación del programa, realizada por la Unidad de Seguimiento y Evaluación del INC junto con el Colectivo de Estudios Interdisciplinarios de Mujeres Rurales (Ceimur) de la Universidad de la República. El encuentro se convirtió en un espacio de intercambio y reflexión donde se compartieron los principales avances del programa, las experiencias recogidas en el territorio y los desafíos que aún persisten. La instancia también permitió proyectar líneas de acción futuras y reafirmar el compromiso con el desarrollo integral de las mujeres rurales y su participación activa en los procesos productivos y comunitarios.
La última adjudicación de Tierra de Mujeres se realizó en 2025, y, según Camors, se percibe un aumento en la participación de las mujeres dentro del entorno rural, así como un mayor reconocimiento de su rol en esos espacios. Sin embargo, la brecha de género sigue siendo claramente visible para el instituto, explica, aunque se constata un avance ya que cada vez hay más mujeres que figuran como titulares de tierras en la modalidad de UPF, lo que refleja un cambio paulatino en la histórica distribución de la propiedad rural.