El cuerpo de Scott Kelly formó parte del experimento espacial más singular de la historia. Como consecuencia de la radiación, la falta de gravedad y vaya a saber cuántos estímulos más, atravesó cambios radicales. El astronauta comenzó a sentir dolores en músculos que no sabía ni que tenía. Sus extremidades fueron alargándose. Sus vasos sanguíneos comenzaron a responder de una manera diferente. Se redujo su masa muscular y ósea, su visión se vio afectada y recibió emisiones de energía en niveles equivalentes a los que se obtendrían si una persona se realizara unas diez placas de tórax por día durante un año. El comportamiento de alrededor de 7% de su ADN se vio modificado. En rigor, y también en el sentido más literal, esta es una vida puesta al servicio de la ciencia: su cuerpo devino en objeto de análisis y los resultados fueron contrastados con su hermano gemelo, Mike Kelly, también astronauta, quien permaneció en la Tierra.

No obstante, en aquel largo, largo, larguísimo durante, Scott Kelly nunca soñó con volver. No hubo un día en que la nostalgia lo haya desviado de sus obligaciones. Ni las ganas de dormir en una cama, de oler la lluvia una noche de verano, de pisar un verde césped, de acariciar una mascota. Su misión siguió adelante. Por eso, cualquier referencia, vivencia o anécdota se torna irremediablemente intransferible; lo que siente alguien que estuvo tanto tiempo en el espacio sólo puede sentirlo esa persona. No hay cómo expresar las mutaciones del cuerpo, las angustias cósmicas, la preparación llevada a su extremo más exagerado: Kelly quiso convertirse en un hombre récord.

En la Estación Espacial Internacional (EEI), un armatoste volador de 15 toneladas, Scott Kelly permaneció más tiempo en el espacio que nadie jamás. Salió el 27 de marzo de 2015 y volvió el 1º de marzo de 2016. De pronto, un sentimiento nos pone en órbita: cómo aburrirse, amar, angustiarse o simplemente sentir en la Tierra termina siendo un drama menor ante el pavoroso desamparo del espacio. Scott Kelly dio 5.440 vueltas al planeta para analizar, entre otras cosas, cómo es el impacto psicológico y fisiológico que un viaje de larga duración en el espacio tiene sobre el cuerpo humano. Y, en un horizonte no tan lejano ni de ciencia ficción, la posibilidad de viajar de una vez por todas a Marte.

Por estos días, Scott Kelly se encuentra oficialmente retirado de la actividad espacial. Sin embargo, comprometido con su gran pasión, acaba de publicar un libro llamado Resistencia: un año en el espacio (editorial Debate), en el que repasa sus devenires, sus comienzos, sus pensamientos y aquel año que pasó en el espacio junto con Guennadi Pádalka y Mijaíl Korinenko, sus pares rusos con los que compartió más de una aventura. Allí, chocó con basura espacial y sintió qué es estar verdaderamente aislado del mundo exterior. Y, aunque sus pies están en la Tierra, su cabeza todavía flota por el espacio. Aún le queda una materia pendiente, que es también la gran ambición de la NASA: pisar Marte en algún momento de su vida.

“Es algo sencillo lo de compartir mesa y comida con los seres queridos, una escena que mucha gente vive cada día sin darle mucha importancia. Es algo con lo que llevo soñando casi un año. He imaginado tantas veces cómo sería esta comida, que ahora que por fin estoy aquí no parece del todo real. Las caras de los seres queridos, que no he visto en tanto tiempo, el parloteo de muchas personas hablando a la vez, el tintineo de los cubiertos, el movimiento del vino en la copa; todo me resulta extraño. Incluso la sensación de que la gravedad me mantiene sentado se me hace rara, y cada vez que dejo una copa o un tenedor sobre la mesa busco por un momento un punto de velcro o una tira de cinta adhesiva para que no se muevan. Hace 48 horas que he vuelto a la Tierra”, dice uno de los primeros pasajes del prólogo del libro. Y, aunque compartamos especie, espacio y tiempo, lo que para unos es normalidad, para otros es extrañez.

El astronauta, nacido en 1964, ingresó a la NASA en 1996 y en todos estos años viajó cuatro veces al espacio: en 1999 lo hizo para una misión del telescopio Hubble; en 2007, en una misión a bordo del Endeavour; en 2010 pasó seis meses en la EEI y, tras superar un cáncer de próstata, volvió en 2015 para su misión récord. Así las cosas, justamente, en 2015 llegó a la EEI con afán de gloria: su experiencia terminó siendo exitosa. A la sazón, al tratarse de algo completamente ajeno a nuestra cotidianeidad, una sensación de misterio tiñe su figura, sus pareceres, su relato. Entonces, ¿qué hacía? ¿Con qué soñaba? ¿Cómo eran sus rutinas? ¿Cómo se prepara Scott Kelly, la persona que más tiempo estuvo en el espacio en toda la historia, para no volver a tener un “día normal” nunca más en su vida?

—¿Cómo fue que decidiste postularte como voluntario para pasar todo este tiempo en la Estación Espacial Internacional? ¿Qué se te cruzó por la cabeza?

—Bueno, como cuento en el libro, cuando a la NASA se le ocurrió esto de que alguien pasara un año en la EEI, al principio la verdad que no me interesaba porque yo ya había estado en los últimos tres años yendo y viniendo y pensaba: “Ya estuve seis meses y fue bastante largo… y 12 meses son el doble”. No obstante, la verdad es que quería volver al espacio, pero empecé a verlo por el lado del desafío. Es decir: si es el doble de largo va a ser el doble de complicado. Entonces, ¿por qué no?

—Tu historia es increíble: la ida, la estadía, la vuelta y el acomodarte de nuevo a tu vida cotidiana acá en la Tierra. Todo esto de haber estado tanto tiempo en el espacio seguro te trajo consecuencias físicas. ¿Qué te pasó? ¿Cómo fue cambiando tu cuerpo?

—Estar en el espacio tanto tiempo nos hace sufrir los efectos negativos que el ambiente tiene sobre nuestros cuerpos: perdemos masa ósea bastante rápido. Es como si estuvieras envejeciendo más rápido. Perdemos masa muscular, afecta nuestro sistema inmunológico, afecta la visión, y a eso hay que sumarle los efectos de la radiación. Todas esas cosas de nuestra fisonomía que se ven afectadas se pueden recuperar un poco a la semana de volver a la Tierra, pero los efectos de la radiación no son tan fáciles de revertir.

—¿Cómo era tu rutina en el espacio? ¿Tenías obligaciones?

—Los días allá son bastante distintos a los días en la Tierra. Tenemos tres tipos de tareas: un tercio del tiempo lo dedicamos a experimentos de distintas disciplinas científicas. En el año que pasé en el espacio hicimos cerca de 400 experimentos. Otro tercio del tiempo lo dedicamos al mantenimiento de la EEI, unas tareas comunes que los astronautas hacen cada vez que van al espacio por el período de tiempo que sea. Y el otro tercio del tiempo reparamos cosas que se rompen. La mayoría de los días se hace todo eso, pero ningún día es igual a otro, son todos distintos y es un lugar del que jamás me aburriría.

—Acercándote a tu fecha de regreso, ¿te pusiste ansioso? ¿Con qué cosas querías volverte a cruzar, enfrentarte y convivir?

—No era algo que me desesperaba el volver a casa. No estaba contando los días ni planeando qué hacer a la vuelta. Creo que las cosas que más te entusiasman a la hora de volver tienen que ver con todo lo que realmente tenés ganas de hacer, como por ejemplo volver a estar con tu familia y tus amigos, tu ambiente, tu casa, o cosas relativas al clima: el sol, el viento, la lluvia, todo eso.

—Teniendo en cuenta que en los sueños vemos reflejado de alguna manera nuestro día, nuestras emociones y nuestras intenciones, estando en el espacio, ¿con qué soñabas?

—Mi ex esposa me preguntaba si tenía sueños en el espacio y la verdad es que sí, pero como no los recordaba empecé a escribirlos. Lo que me resultó interesante fue darme cuenta de que al principio del viaje no soñaba con verme en el espacio otra vez, y mientras más tiempo pasaba en la estación, más soñaba con cosas cotidianas del espacio. Ya estando cerca de la fecha de regreso, mis sueños tenían más que ver con mis días en la Tierra. Ahora que estoy en la Tierra ya no sueño con el espacio. Es una pena.

—¿Qué fue lo más raro que viste en el espacio?

—Yo diría que la cosa más increíble que vi en el espacio es la EEI en sí misma, esa instalación espectacular de más de 15 toneladas que vuela por el espacio a una velocidad impresionante. La verdad es que es lo más maravilloso que vi. La Tierra es hermosa también, pero la estación es, digamos, algo milagroso.

—Olvidate por un momento de todas las investigaciones, de todas las predicciones y de todos los papers. Según tu experiencia personal, ¿cuánto falta para que realmente seamos una especie interplanetaria y vivamos en el espacio? ¿Es posible vivir en el espacio?

—Ya estamos viviendo en el espacio. La respuesta sería que sí, que es posible, pero cuándo, eso no lo sé. Si quisiéramos podríamos hacerlo ahora, pero invertir en los recursos para hacerlo necesario creo que no es una prioridad.

—¿Cuál es el consejo que les darías a los jóvenes que estén interesados en el espacio y quieran dar un salto, quieran profesionalizarse, empezar a investigar, formar parte de este tipo de investigaciones?

—Que encuentren algo que realmente les guste y les apasione. Lo ideal sería dentro del programa espacial, pero elijan algo que les guste y especialícense en eso. Que busquen un lugar que les brinde las herramientas para ser personas completas, para trabajar en equipo, seguir órdenes y ser líderes de equipo. Esas cualidades les van a servir mucho.