“El arroyo Colorado está muy contaminado por las manzanas. A las manzanas les ponen fertilizantes. El problema es que cuando llueve el fertilizante va al agua. Mi padre es de la zona, él iba a pescar, hacía de todo. Ahora ya no nos bañamos, está muy contaminado”, dice Lautaro, alumno de la escuela rural N° 32 Francisco del Piano. Enseguida, dos de sus compañeros –Victoria y Lorenzo– se suman a la conversación. “En la ribera hay un montón de basura, plásticos, vidrios”, complementa el niño. Los tres coinciden en que la situación del arroyo les genera “tristeza” y en que es necesario “hacer algo”.

Recuerdan que el Colorado se encuentra a poca distancia del centro educativo y desemboca en el río Santa Lucía, de donde se extrae el agua para abastecer a más de 60% de la población del país. “No está bueno que nosotros, ni nadie, consuma agua sucia”, plantean, con toda la razón. De forma consciente, aunque con otras palabras, exigen que se cumpla su derecho de vivir en un ambiente sano. Y no se quedan de brazos cruzados. Al unísono relatan: “Está contaminado, pero todavía se puede recuperar. Tenemos pruebas”. Así comenzó su aventura de convertirse en pequeños científicos.

Cuando Lorenzo, Victoria y Lautaro dicen que tienen pruebas, no es tan sólo una frase. Su escuela –junto con otros centros de educación primaria de la zona– y la Asamblea por el Agua del Río Santa Lucía participan en el Espacio de Formación Integral (EFI) Monitoreo participativo del río Santa Lucía de la Universidad de la República. Los docentes responsables de la unidad curricular son Guillermo Chalar, limnólogo del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales, de la Facultad de Ciencias, Natalia Uval, docente de la Facultad de Información y Comunicación, y Patricia Iribarne, asistente de la Unidad de Extensión. El proyecto comenzó en 2021 y, si bien cada año se renuevan los estudiantes, el objetivo es el mismo: brindar herramientas a futuros profesionales para generar monitoreos participativos de la calidad del agua. El trabajo en territorio junto con actores de la comunidad de cuenca del Santa Lucía es parte fundamental, además de articular las funciones universitarias de enseñanza e investigación. Las semillas que ha dejado su trabajo son evidentes. Por ejemplo, los niños y niñas cuentan con emoción cómo tomar muestras y medir la temperatura, el pH, la turbidez y el oxígeno en el agua.

Escuchar a las infancias

Nancy Rodríguez es la maestra de los niños y niñas de la escuela N° 32. Ellos contaban con una experiencia de trabajo anterior con la Facultad de Agronomía, en el que crearon su propia huerta y analizaron temáticas vinculadas al ambiente. Pero quisieron “ir un poquito más allá”. “Nuestra escuela está rodeada de frutales: manzanas, ciruelas, viñas. Quisimos ver cuáles eran los métodos que utilizaban los productores de la zona, que están próximos al arroyo. Empezamos a ver el uso de glifosato y su incidencia cuando iba a parar al curso de agua”, señala. Por esta razón, les pareció interesante sumarse al proyecto del EFI.

La maestra describe que a lo largo del proceso pudo observar cómo se despertó el interés de sus alumnos en la ciencia y en cómo se encuentran los ecosistemas que los rodean. “El año pasado, cada institución educativa trabajó varios aspectos. Por ejemplo, nosotros hicimos análisis en la zona riparia, análisis de macroinvertebrados y de contaminación en sí. Al ser un monitoreo participativo, no sólo están los alumnos de la facultad y de la escuela, sino también miembros de la Asamblea por el Agua. También trabajamos de la mano con las familias de los gurises. Este año decidimos seguir haciendo la vigilancia del recurso”, relata.

Foto del artículo 'Escuelas, academia y organizaciones sociales realizaron un monitoreo participativo para conocer la calidad del agua del río Santa Lucía'

Foto: Camila Méndez

Ana Altieri es una de las estudiantes de la Facultad de Ciencias que participó este año en el EFI. Cuenta que, a partir de la información que se recabó, declararon al arroyo Colorado con “contaminación persistente, pero todavía recuperable”. “Los nuevos éramos nosotros, ellos ya venían haciendo el seguimiento. Nos agarraron la mano y nos dijeron que había mucho por hacer. Tienen muchísimas ganas, es sólo darles las herramientas y el lugar. Más allá de que sea una etapa escolar, los niños y niñas quedan con conciencia ecológica. Además, también repercute a nivel ciudadano, les transmiten lo que aprenden a sus padres, a sus vecinos. Se empieza a generar una red que está buenísima”, agrego Altieri.

Luego de confirmar que el arroyo está contaminado, los alumnos de la escuela le enviaron una carta al intendente de Canelones, Yamandú Orsi. En ella, los niños y niñas explican su trabajo y las conclusiones a las que llegaron luego de dos años de trabajo. Quieren una entrevista para conversar con el mandatario y pedir una solución a la problemática. Aún esperan la respuesta.

¿Qué nos dicen las raíces de las cebollas sobre la calidad del agua?

El domingo se presentaron los resultados del monitoreo en la Quinta Capurro, ubicada en la ciudad de Santa Lucía. Estuvieron presentes las escuelas, los alumnos y docentes de la Universidad de la República e integrantes de la Asamblea por el Agua. Tímidamente, varias personas se acercaron a hacer sus preguntas. Por cada participante, se colgó un dibujo con forma de gota de agua, acompañado de un mensaje. “El EFI es un proceso importante de democratizar el saber de la academia y el pueblo”, se leía en uno de ellos.

Celina Garreta es estudiante de la Facultad de Ciencias; junto con un grupo de compañeras, trabajaron en las escuelas N° 255 y N° 104 de Santa Lucía. Explica que primero tomaron muestras de agua del río Santa Lucía, la cañada de La Negra y el arroyo Colorado. Luego, decidieron llevar adelante bioensayos –experimentos para investigar los efectos de una sustancia en un organismo vivo– para conocer la calidad del agua, midiendo el largo de las raíces de cebollas.

¿Por qué cebollas? La respuesta es simple: “no necesitan nutrientes adicionales”, “crecen rápido”, “su crecimiento se ve afectado por la calidad del agua”, “sus raíces son fáciles de ver y, por lo tanto, medibles”. Más allá de los resultados prácticos, por los que obtuvieron “diferentes crecimientos en función de las diferentes aguas”, su objetivo era motivar a los niños y niñas. “Nos sirvió para hablar sobre la calidad del agua, los derechos al agua potable y vivir en un ambiente sano. Se tomaron muestras en la zona donde ellos viven y demostraron que tenían un montón de preocupaciones con respecto a diferentes sitios. Fue ver la ciencia en la vida cotidiana. Se suele imaginar al científico dentro de un laboratorio y en realidad no tiene que ser tan así”, apunta Garreta. A su vez, una de las conclusiones consiste en que, por más que las cebollas crezcan, “no significa que el agua sea de buena calidad”. “Los fertilizantes que hay en el agua hacen crecer en exceso a las cebollas y no permiten ver el efecto de las sustancias tóxicas”, se afirmó en una de las carteleras que elaboraron los estudiantes para comprensión de los visitantes.

Presencia de coliformes

Otro grupo de estudiantes de la Facultad de Ciencias estudió la presencia de coliformes fecales, uno de los principales indicadores para medir la contaminación del agua y alimentos. Recolectaron muestras en el río Santa Lucía, el arroyo Colorado, en la cañada de la Quinta Capurro y en otra cañada cerca de la fábrica de grasa Mantex. En 2017, esta empresa recibió sanciones por verter efluentes directamente en la Cañada de las Negras, 950 metros antes de su desembocadura en el río Santa Lucía. En aquel momento, la decisión de las autoridades se movilizó a partir de los resultados de muestras que fueron analizadas en el Laboratorio Popular, una iniciativa llevada adelante por la Asamblea por el Agua del Río Santa Lucía. Consiste en recogerlas ellos mismos y hacer colectas de dinero para poder sustentar los análisis en laboratorios.

Los nuevos resultados arrojaron la presencia de coliformes tanto en la cañada de la Quinta Capurro como en la cañada de la fábrica de grasa Mantex. Sin embargo, los estudiantes apuntan que en los otros dos lugares es necesario tomar más muestras. “Cuanto más seguido analicemos el agua, sabremos mejor cuál es su estado”, indican.

La cuenca del río Santa Lucía forma parte de seis departamentos: Montevideo, Canelones, San José, Flores, Florida y Lavalleja. Además de contar con un sistema de humedales que es vital para capturar el agua de lluvia, filtrar y recargar los acuíferos, también regula inundaciones y reduce la acción erosiva. Sin embargo, actualmente están sobre el tapete sus problemas de contaminación. El principal uso del suelo dentro de la cuenca es el agropecuario, con la ganadería como principal actividad. Al hablar de coliformes fecales, es necesario contar con esta información.

Abrazar el río

Durante este año, el EFI se propuso conseguir información sobre la percepción de la población que vive en la cuenca vinculada al río Santa Lucía. Se realizó una encuesta a 129 personas de la comunidad, que abarcó 15 preguntas de múltiple opción, abiertas y cerradas. Encontraron que 86,6% presenta un vínculo con el río y más de la mitad lo utiliza de forma recreativa. A su vez, más de 90% piensa que está contaminado. Sólo 3,9% considera que la fuente hídrica se encuentra “nada” contaminada.

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Foto: Camila Méndez

Por otra parte, los estudiantes descubrieron que “la población percibe que las actividades que más impacto presentan son los vertidos industriales, de saneamiento y los residuales de población sin tratamiento. A estas les siguen la tala de árboles, las actividades agrícolas y, por último, la ganadería. La población considera que el turismo es la actividades de menos impacto”. Que las actividades agrícolas y ganaderas estén en último y penúltimo lugar fue uno de los puntos que captó su atención.

Al mismo tiempo, también plasman que el sector de la población estudiado considera que “la calidad del agua tiene que ver más con temas ambientales, de salud y educación”, y “que los temas políticos y económicos no son tan importantes”. “Transmiten la necesidad de una mejor educación respecto a la calidad del agua, reconociendo que la información disponible es insuficiente, inaccesible y poco confiable. Parecería necesario fortalecer la divulgación de derechos que hoy tenemos sobre el agua para poder tener un sentido de propiedad de estos derechos y hacerlos valer”, afirman. Algunas de las preguntas que surgieron a raíz de los resultados son: “por qué las actividades ganaderas y agrícolas se considera que no son tan relevantes” y “a qué se debe la desconfianza de la información disponible”.

Andrea Araújo es maestra e integrante de la Asamblea por el Agua del Río Santa Lucía. Ella participó en el EFI acompañando al grupo de estudiantes que se centró en el estudio de percepción. Considera que “son datos fundamentales para ir sumando y saber cómo actuar, cómo formar redes”. “Pueden servir para empezar a explicar por qué percibimos que la participación de la ciudadanía es tan baja en temáticas vinculadas al agua y los derechos asociados. La población no está familiarizada con esto, no ejerce sus derechos, que son vitales. El agua puede sanar, puede alimentar, puede enfermar. La relación de la calidad del agua con la salud es fundamental y hacer encuestas de percepción nos podría ayudar a seguir trabajando”, explica. Entiende que sería interesante replicar la iniciativa en todo el país.

“La idea es que se haga ciencia ciudadana desde distintos lugares para conformar un cuerpo de conocimiento común, que se reparta a la sociedad, y podamos ver cuando las cosas cosas no están bien”, sumó. Recordó que el decreto 253/979, reglamentario del Código de Aguas, establece en el artículo 3 que “los cursos o cuerpos de agua del país se clasificarán según sus usos preponderantes actuales o potenciales en cuatro clases”. La clase 1 está dirigida a “aguas destinadas o que puedan ser destinadas al abastecimiento de agua potable a poblaciones con tratamiento convencional”.

Se podría pensar que el río Santa Lucía, al abastecer 60% de la población del país de agua potable, forma parte de este grupo. Sin embargo, integra la clase 3, que contempla “aguas destinadas a la preservación de los peces en general y de otros integrantes de la flora y fauna hídrica, o también aguas destinadas al riego de cultivos cuyo producto no se consume en forma natural o en aquellos casos que siendo consumidos en forma natural se apliquen sistemas de riego que no provocan el mojado del producto”. En la actualidad, sólo un curso de agua está catalogado para abastecer de agua potable a la población y es Laguna del Sauce.