Como todos los años, en junio Naciones Unidas nos llama a reflexionar sobre cuánta presión los seres humanos le estamos poniendo a los ecosistemas, ya no solo los naturales, sino incluso también aquellos que hemos modificado para vivir con mayor o menor comodidad. Es así que el pasado 5 de junio se llevó a cabo un nuevo Día Mundial del Medio Ambiente -la palabra medio sobra pero hasta eso nos cuesta cambiar-, en esta ocasión con el lema “Nuestras tierras. Nuestro futuro. Somos la #GeneraciónRestauración”.
Más allá de que el eslogan suene atractivo, restaurar un ecosistema que ha sido dañado no siempre es posible. Los sistemas complejos, una vez que traspasan determinados umbrales, pierden su resiliencia, que es justamente la capacidad del sistema de volver al estado anterior a la perturbación. Por ello, antes que en la restauración es mejor -en términos de costos, eficiencia y uso de evidencia- evitar las perturbaciones. Si ya se está dañando un ecosistema que deseamos preservar, hay que detener lo que sea que estemos haciendo que esté causando su deterioro. Si en cambio tenemos la fortuna de contar con un ecosistema valioso y sano, entonces lo sensato es evitar desarrollar allí acciones que lo alteren. Prevenir es mejor que curar, preservar que restaurar. Aún así, cuando comprobamos que un sistema está dañado, hacer lo que esté a nuestro alcance por proteger lo que queda y restaurar lo que se pueda, habla bien de nosotros.
Si somos la generación restauración, algo de todo esto debiera colarse en los programas de quienes desean gobernarnos durante los próximos cinco años. Tres notas abordan cómo la temática ambiental es tratada por los precandidatos y precandidatas. Una chequea qué dicen los programas y planes desarrollados por las figuras precandidateadas de los partidos que tienen chance -según las encuestas- de o bien de arañar el triunfo en octubre o disputar un balotaje en noviembre. Otra dialoga con los asesores de aspirantes a la presidencia sobre sus propuestas respecto al río Santa Lucía, fuente de agua potable para gran parte del país, y sobre el problema de las sequías e inundaciones, mientras que en la restante nos propone que aunque no se hable del ambiente de forma explícita, en los programas y discursos sí se están refiriendo a él de forma oculta en varias iniciativas.
También podemos pensar en la restauración al volver a la localidad de Santa Lucía, que a tres meses de intensas crecidas, aún sigue lidiando con problemas y pensando cómo prepararse mejor para inundaciones futuras. Por último, no hay nada mejor para reflexionar sobre la conservación del ambiente y lo costoso que resulta intentar restaurarlo que un proyecto a futuro. La construcción de la hidrovía Uruguay-Brasil, que impactará fuertemente sobre nuestra Laguna Merín, sus ríos tributarios y sus habitantes, lamentablemente no nos deja soñar, ni siquiera en este mes del Día Mundial del Medio Ambiente, que aprendimos la lección de que el desarrollo no puede darse a costa de la degradación del mundo que nos rodea.