Hay clásicos que ascienden a la categoría de “el clásico de...”. En cualquier mesa uruguaya de bar de 2025 o 2032 los más memoriosos y babosos hinchas de Nacional hablarán del clásico de la goleada cuando recuerden el último Nacional-Peñarol de la década en retirada. El 3 a 0 de ayer será una carta a jugar ante cualquier recuerdo similar pero útil para los intereses de sus contendientes, porque la diferencia fue una de ésas que se aprecian de tanto en tanto. Nacional vivió una tarde recordable, dejó a su gente con una sonrisa comparable con la de Regueiro, el que inauguró los festejos con el gol que se trajo de Los Céspedes para que su equipo ya ganara cuando el partido todavía no había empezado. Además de ganarse un lugar de por vida en algún rincón de la cabeza de los más fanáticos, el equipo también se ganó la permanencia en la punta del Apertura cuando sólo quedan dos fechas.

El trámite fue cruel con Peñarol, especialmente en un primer tiempo que pudo encaminarlo hacia un histórico resultado en su contra. Las dificultades esperables contaron con el agravante de la desventaja decretada de pique, porque Regueiro resolvió con frialdad de asesino el primer nudo aurinegro antes de que pasaran dos minutos. A priori, el gol caído de la cama pareció achacable al arquero Sosa. Sin embargo, la naturaleza de la jugada que lo forzó no daba lugar a otra cosa que no fuera salida y rechazo. Pueden caberle reparos a la dirección del ensayo defensivo, pero le caben más a la actitud de una defensa que se movió ante el pelotazo con la lentitud que reiteraría en adelante. Los nudos defensivos se vieron con especial nitidez cuando Nacional jugó rápido y a veces largo, evidenciando la lentitud de Darío Rodríguez y los problemas de Matías Aguirregaray para marcar sin faulear. Luego de algún yerro inicial, Alcoba se multiplicó para acaparar el único elogio de la zaga aurinegra. Regueiro acalambró en cada pique y pudo marcar el segundo tanto a los 15 minutos, como ya le había ocurrido a Lodeiro a los 9. También supo adaptarse a roles distintos, como al acariciar la pelota casi sin moverse para que el sanducero se mandara un gol de colección y marcara el 2-0 que instaló la sensación de goleada.

La fluidez apreciada cuando Lodeiro la llevó y Matute jugó de una fue el extremo opuesto del limitado fútbol de Peñarol. Ramis quedó aislado en un esquema armado para que un conjunto de volantes con llegada lo asistiera. Pacheco pudo poco y el Pollo, menos. Con equipo partido, Púa reaccionó con dos cambios inmediatos a la debacle pos-Lodeiro. Acertó porque el cuadro mejoró, pero la media hora anterior y su propia reacción descubren que la opción inicial fue mala. Orteman hizo más que De los Santos como volante central y, fundamentalmente, Martinuccio generó más riesgo que cualquier otro. Entró por el Vasquito, lo que obligó a Román a pasar a un lateral y al Pollo a quedar como volante derecho en línea de tres. Hasta ahí, cada pelota dividida había terminado con ovaciones de la Colombes ante salidas airosas de Coates, Lembo y Ojota. Es que durante todo el partido, pero más aun en su primer tramo, los futbolistas tricolores se mostraron entre superiores y cómodos cada vez que el juego dio lugar al contacto.

Los remiendos de Púa empujaron la reacción que maquilló el trámite al comienzo del complemento. Entonces, Nacional sufrió más de una vez como sólo lo había hecho por un error de Coates durante toda la parte inicial. El descuento anduvo cerca tras un desborde de Martinuccio y otro de Pacheco que el argentino no pudo culminar. Hasta hubo un momento de pelotas quietas en seguidilla cerca del área ganadora: maquillado y todo, al desperdiciarlas en serie Peñarol terminó confirmando cuánto le cuesta crear.

El último gol llegó con delay. Debió caer antes, cuando Matute reventó el horizontal al finalizar la primera parte o cuando Lodeiro hizo otro tanto pero con el poste izquierdo de Sosa. Blanco pudo estirar la diferencia con un globo útil para recordar lo bien que entró en el partido. La holgura no fue casual. Nacional jugó para ganar como ganó y no sintió la presión de estar obligado a hacerlo para preservar la punta. Fénix y Cerrito son sus dos últimos obstáculos en un camino que confirma el favoritismo con el que el equipo convive desde agosto.