Caen como moscas, acalambrados, al límite del cielo luminoso o del infierno espantoso y cruel. Se derrumban igual que rascacielos, pesados. Primero cae el zaguero Souza, enseguida, el pibe Felipe. Faltan cinco o seis minutos que parecen eléctricos. El pelado que maneja el carro de Suat mete pata a fondo. Liverpool está ganando 2-1 y Peñarol se hunde en el santo milagro, en el mito y la leyenda. Hay un techo celeste donde rebota la histeria, la gritería, y las gargantas entonan casi furiosas que en esta tarde tenemos que ganar. Como si todo se tratara de coraje o simplemente huevos, señores.

Pareció un hechizo, algo raro, una brujería de colores, un sueño de sexo, birra y rocanrol del viejo y querido Liverpool. Estaban 2-0 y el armenio -que ya tiene canas verdes- mandó los cambios. Pasada la media hora el juvenil Palacio embocó el 2-1 con un cabezazo que rozó en el travesaño. Peñarol empezó a remar pero Liverpool tenía bien claro el libreto. A puro faso el Lolo Favaro balconea el recital. Líneas apretadas, bien ordenados, corremos, marcamos, recuperamos, si podemos salimos jugando, si no la reventamos y que se preocupen ellos.

Y así fue, hasta el final. En el primer acto, a los 40 de juego reventó la gritería negriazul cuando Falucho Silva planeó como un águila en el área carbonera y metió el zapato para definir el 1 a 0. Primero corrió veloz por campo derecho Souza Motta, que mandó el esférico bajo a la puerta misma de la zona roja. Una bomba de humo negro y azul manchó el aire y agitó un poco la cadencia de siesta del muchacho del bombo. Para mejor, pocos minutos más tarde, otra vez Falucho, rápido como una lancha, casi conecta el segundo. Pero le pegó mal a la pelota ante una asistencia perfecta del Viruta Vera, que complicó todo el tiempo.

La escuadra de Keosseian tuvo problemas de cierres, restas y guindas divididas. Peñarol no pudo en esa primera parte encontrar el paso y tampoco lo halló en el tiempo final. Jugó mal atrás, en el medio y adelante.

Todo enredado, sin precisión a la hora de controlar el balón y pasarlo bien jugado. La táctica aurinegra fue siempre a puro bombazo. Casi que apostó a los pelotazos largos y eso favoreció el esquema de los hombres de Favaro. Liverpool se paró bien, ganó con presencia la mitad del escenario y desde allí logró hilvanar casi con precisión de cirujano un par de cuchilladas largas para meter y sorprender en el contragolpe. A los 15 hubo una mediavuelta de Souza Motta, casi gol, más adelante un bombazo siniestro de Viruta que fue una cuchillada feroz. La jugada más clara de los aurinegros se dio en un desborde de Arévalo Ríos pero trabaron justo al Tornado y todo quedó en nada.

Recién a los tres minutos del segundo tiempo Arévalo Ríos apretó una pelota rastrera y el manotazo del golero Castro hizo que diera en un caño; fue la primera jugada de peligro real mirasol. Los últimos cinco minutos fueron casi eléctricos. Había tensión y nervios, incertidumbre, mal humor de tarde de domingo, pelos de punta, caras duras, gargantas ásperas.

Los muchachos de Liverpool tuvieron sus cinco minutos de gloria, su hora de brujos eléctricos y se fueron, enloquecidos, con todos los caramelos y la música a otra parte.