Esto es Peñarol: pelota al piso, combinaciones en velocidad y presión de la buena. La otra cara, la hija de las derrotas de los últimos años que volvió pesadas varias de las mochilas más recientes, parece haber desaparecido. Al menos, el equipo de Diego Aguirre transmite la sensación de canalizarla de otra manera. Como si por cada deuda pendiente hubiera un motivo más para empeñarse en cumplir con un libreto agradable a los ojos pero también efectivo. El partido ante Liverpool fue tan duro como bien ganado. Al 3 a 1 final no le cabe discusión, por más que los negriazules intentaron suplir carencias con actitud. No fue obstáculo para un Peñarol precoz. El Torneo Clausura apenas cumplió un tercio. Los aurinegros mantienen el puntaje perfecto que asegura el liderazgo exclusivo mientras se ponen a dos puntos de sus rivales tradicionales en la Tabla Anual que hace un mes parecía una utopía.

La explosión repetida después de cada quite con posterior entrega de Arévalo Ríos se vuelve peligrosa para cualquier equipo y temible para el que ose estirarse. Ayer Liverpool jugó más junto que el día de su tropezón ante Nacional, pero es probable que la desventaja que lo castigó durante más de medio partido no le haya permitido lucir todo lo compacto que puede. En eso también debe señalarse un mérito aurinegro. Por más que los dirigidos por el Lolo Favaro sacaron de los vestuarios el empate parcial señalado por Rodales al iniciarse el segundo tiempo, la maquinaria del Peñarol ofensivo pareció no apagarse y desniveló con el 2-1 parcial poco después.

El otro Peñarol, el defensivo, luce menos. El despliegue de los del medio quizá  reduzca el margen para algunas desprolijidades como las que quedaron al descubierto ante la tibieza negriazul. A Liverpool se le nota la falta de Emiliano Alfaro, capaz de prenderse del balón menos pensado para volverlo el más peligroso. Peñarol lo desconectó al empezarle ganando luego de un jugadón de Gastón Ramírez, que marcó el 1 a 0 tras su enésima combinación de fútbol de campito con potencia. Tumbó marcas, conversó con Martinuccio y tomó la devolución que le permitió definir. El gol dio paso a más corridas de Urretaviscaya, el que le devolvió a la hinchada el goce irrepetible de empujar a un puntero a grito pelado. En eso también pesó Pacheco. El Tony hace que otros hagan pero no deja de hacer por cuenta propia. Su definición de cabeza fue perfecta para desempatar el partido. Quizá la que se merecía un centro de la talla del que mandó Martinuccio.

El partido ganó en electricidad cuando los negriazules intentaron un nuevo empate desvistiéndose en el mediocampo. Patritti, que había ingresado al ataque en sustitución de un aislado Aldo Díaz, bajó a integrar el doble cinco luego de que el técnico sacó al volante marcador Acosta y puso a Figueroa. El Liverpool más atrevido nunca creó tan bien como cuando Mauricio Díaz estuvo a punto de empatar, a cuatro minutos del cierre. Antes y después, Peñarol. Ya había más cancha para jugar e ingresos interesantes como el de Frontán, pero, también, un zaguero como el Ñol Alves dispuesto a tapar los agujeros negriazules.  Sin embargo, hubo tiempo para el 3-1. Peñarol se aprecia como un equipo comprometido con sus obligaciones y con el buen juego. De las distintas maneras de interpretar eso de ser un cuadro grande, la que más me gusta.