Las visitas de Cerro Largo a Montevideo despiertan expectativas. Al equipo arachán se le reconocen jugadores amigos de la pelota que nos hacen caer en el lugar común que señala una supuesta influencia fronteriza en ese juego repetido desde su llegada a Primera División. Ayer no hubo espacio ni tiempo para demostraciones ajenas a Peñarol. Los carboneros volvieron a meter más de 45.000 personas en el Centenario y a exhibir las fortalezas que explican un liderazgo indiscutible: ganaron los siete partidos que disputaron en el Clausura. Pacheco brilló y el equipo de Diego Aguirre sometió a su rival a una presión insoportable hasta golearlo por 5 a 0.

Nadie que haya visto los primeros 15 minutos puede sorprenderse ante el resultado. ¿Acaso podía esperarse algo diferente a una victoria holgada luego de ver a Cerro Largo clavado en su media cancha durante un cuarto de hora? No hubo pelota que le durara al equipo de Danielo Núñez, que echó la cola contra el arco de la Tribuna Amsterdam ante un vendaval que tardó pero lo tumbó. El primer grito sonó a los 25 minutos, luego de que Buniva derribara a Urretaviscaya y de que Pacheco metiera un centro bien cabeceado por Darío Rodríguez. El gol también fue justo con el lateral izquierdo. Antes y después del cabezazo, Darío se mandó corridas de las de antes, efectivos empujones para achicar a un rival aturdido. Ramírez reforzó el corredor zurdo, mientras que Urretaviscaya volvía tan rápido como siempre el derecho.

El Diario del Lunes bien podría titular que el partido terminó mucho antes de que se escuchara el pitazo final. En la redacción discuten si fue con el segundo gol o con el empate arachán que no llegó. Me quedo con la segunda opción: a los 27 minutos, Fabricio Núñez aprovechó el adelantamiento de una línea final aurinegra parada casi en la mitad de la cancha y forzó un mano a mano que tapó Sebastián Sosa. Cerro Largo fue un equipo de una sola bala y la malogró. Mientras el resultado le reservó posibilidades, no contó con chance comparable. Las que llegaron después apenas hubieran sido útiles para maquillar la goleada.

Resultó  enorme la distancia entre las dificultades con las que construyó  la visita y la facilidad con la que jugó Peñarol. Vale para el partido que pasó pero, a esta altura, para explicar la distancia que marca la tabla del Clausura: los carboneros se apoyan en una precisión en velocidad rara para el medio. Urretaviscaya, Martinuccio y Ramírez la sostienen con naturalidad; Pacheco, con inteligencia. La tiene poco tiempo, pero la toca de una y bien. Habilita y define, como cuando recibió de Martinuccio y marcó de cabeza el segundo tanto. El argentino, aquel que corría sin mayor criterio hasta no hace tanto, pareció copiarle al Tony para poner la pausa y el centro justo hacia el segundo palo. Un golazo. A lo Peñarol, si por Peñarol se toma su versión 2010.

Cerro Largo sintió el calor de la impotencia y de la tabla del descenso que hoy le quitaría la categoría. Salió al segundo tiempo con un 3-3-1-3 hijo de tres cambios simultáneos. Regaló espacios que le multiplicaron el sufrimiento. Pacheco volvió a lucirse en el tercero y en el quinto. Martinuccio gritó con justicia en ocasión del cuarto. 

Como si se tratara de desafortunados marcadores de alguno de los delanteros aurinegros, el ahogo se traslada a los equipos que corren de atrás en un certamen que parece predeterminado. Es difícil aguantar el ritmo del líder. O del escolta, si en lugar de mirar la tabla del Clausura se mira la Anual.