Peñarol quedó a una victoria de ganar la tabla anual luego del empate del clásico de ayer. No hay otra conclusión más importante. La lucha por el liderazgo de la tabla que acumula el puntaje del año transformó el partido en una final no oficial. Algo extraña, porque las matemáticas todavía habilitan expectativas tricolores y porque Peñarol la afrontó con la ventaja de cuatro puntos que quedó congelada. Había motivos suficientes para esperar una postura tricolor más osada. Pese a los padecimientos de los últimos 20 minutos, el primer tiempo reflejó la asunción del compromiso. El complemento, en cambio, dejó la sensación de que el 0 a 0 se asimiló sin mayor drama. Algo lógico en función de los intereses de Peñarol, pero nunca de los de Nacional.

No se trata de evaluar palabras. Los discursos tricolores posteriores al partido coincidieron en señalar la amargura que dejó el empate. El problema es que el Nacional del segundo tiempo difícilmente podía no empatar al plantarse como se plantó. A juzgar por el control de la pelota y del campo, y pese a lo cerrado del final del partido, hasta podría decirse que Peñarol cuestionó la igualdad más que los tricolores.

El clásico cambió de flecha cerca de los 30 minutos y, más allá de las intensidades, desde ese momento los carboneros generalmente lucieron más compactos y adelantados. Nacional perdió la línea en un par de jugadas que permitieron que Peñarol prendiera el motor que le pagó con goles reiterados a lo largo de todo el Clausura, el de su velocidad. El ejemplo por excelencia se cae de maduro: a los 29 minutos, Urretaviscaya aprovechó campo libre para dejar en el piso a OJ tras una corrida acalambrante y para estrellar el posterior remate en un palo. Apenas dos minutos más tarde, Martinuccio repitió la historia pero nunca definió al encarar a Muñoz. El pico más alto de rendimiento carbonero coincidió con uno de los pasajes de Urreta a la izquierda y de Ramírez a la derecha, mecanismo que el técnico ya había empleado al comienzo del encuentro y que no repitió después. El puntero tirado atrás corrió a la espalda del Tata González, en una tarde de mayores sufrimientos tricolores por la derecha que por la zurda. Es que Núñez aguantó bastante bien del otro lado y se ganó el derecho a ser considerado algo más que un parche para una posición vacante.

Nacional capeó el temporal gracias a la lucha de los del medio y la enorme tarde de Coates, que varias veces jugó por sí y por Lembo, que cometió muchos errores cuando el viento en contra más soplaba. Con el correr de los minutos y la asunción de la postura conservadora del complemento, se fue apagando su otro gran brillo. La primera media hora de Matute Morales fue de colección, con caños, habilitaciones telepáticas y réplicas a granel de su clásico enganche con centro perfecto. Rompía los ojos el contraste de su andar con los resbalones de los que comían amagues, en una cancha embarrada que afeó el juego pero generó errores desencadenantes de emociones. Exigió a Sosa con un tanteo casi perfecto en la primera de las dos grandes chances del mejor Nacional, el del arranque del partido. La otra fue de Blanco, que también perdió con Sosa luego de que Calzada lo habilitara confirmando lo bien que combina marca con juego.

Más que avasallante, el arranque de los de Acevedo fue inteligente. Sin dejarle espacios a un rival rápido, jugaron con orden y se metieron en huecos que Peñarol pudo pagar en euros. Pero no puede ser igual la postura ante un empate inútil pero nuevo que ante el mismo pero crecido. A Nacional le faltó ese clic. En el segundo tiempo Matute pidió a gritos la compañía de Pereyra o de Cabrera, que recién entró a los 81 minutos, para que los de arriba no quedaran tan desconectados como quedaron. El Morro y Balsas también llegaron tarde.

Más allá de que los hinchas esperaran una victoria, Aguirre hizo bien en no desesperarse. Mantener una ventaja casi indescontable en la anual es bastante más importante que cuidar el puntaje perfecto o empeñarse en cortar la racha clásica de su rival tradicional.