En una final definida por mínima diferencia, Peñarol renovó su condición de mejor luego de mucho tiempo de sequía. Como sucedió con la conducción técnica de Diego Aguirre hace siete años, allá por 2003, el Campeonato Uruguayo se vistió de oro y negro. Hizo muchos méritos para salir de una malaria llamativamente prolongada. Méritos deportivos en tanto la dirección técnica le sacó el máximo jugo posible al plantel que tuvo en sus manos. Méritos sociales en tanto tuvo la hinchada que acompañó más, y en mayor número.

Luces y sombras

Fue un campeón seguido por multitudes, un equipo que crea fanatismo, que provoca un fervor latente que está ahí para ser encauzado positivamente. Ese deberá ser un objetivo institucional. Ahora están bordeando el vandalismo y, de a ratos, metidos de cabeza en éste. Es un capítulo pendiente que deberá abordar la nueva estructura de dirección creada en el gran club.

Con lo justo

Lo ajustado del triunfo le dio un sabor especial. En una final de 180 minutos logró empatar 1-1 en el segundo partido e hizo valer el 1-0 del partido inicial. Muy ajustado. Al final terminó una campaña en la que les ganó a todos en el Torneo Clausura menos a Nacional. Cuando fue a definir en un solo partido, no hizo valer su condición de ganador rotundo de ese Clausura y de la tabla anual. Nacional le ganó 2-0 y forzó estas dos finales con resultado de ventaja mínima.

Las soluciones de Aguirre

¿Cualquiera pudo haber ganado ayer? Sí, cualquiera de los dos pudo haber ganado. Tanto que empataron aunque la igualdad, en este partido tan especial, era sinónimo de triunfo aurinegro. Nacional no pudo aguantar el triunfo parcial que había encaminado el córner de Matute Morales ni el raro cabezazo de Alejandro Lembo, el digno capitán albo. Peñarol llegó al partido definitivo con problemas, el principal, la falta de Jonathan Urretaviscaya, un jugador que armaba el esquema delicadamente desequilibrado hacia el ataque que impuso Diego Aguirre desde el 4 de enero, apenas cuatro meses y medio antes de la consagración de ayer. El DT tuvo respuesta positiva y negativa a la solución que le dio al problema. Le rindió muy bien Matías Aguirregaray en posición de volante derecho con mandato de abrir cancha siempre que pudiera.

Cumplió y rubricó con un gol, en el que puso decisión, calidad y fuerza, que logró el empate consagrador. El DT ya había experimentado con él en la alternancia de sus dos posiciones, también en la sub 20 celeste. Conocía lo que hacía: lo de ayer no fue un experimento teórico, sino que tenía avales del pasado y bien prácticos. No funcionó la otra parte: Emiliano Albín, como lateral derecho, fue débil en la resistencia ante el ataque de Nacional por ese sector. Sufrió Peñarol, sobre todo en el primer tiempo, por ese lado. También sufrió Pacheco -jugó lesionado, como en el partido anterior-, pero el Tony es el Tony, un gran capitán, el impensado sucesor de Pablo Bengoechea.

Hacia las Copas

Peñarol acaba de llegar a la Copa Libertadores, directamente a la fase de grupos y, simultáneamente, a la Copa Sudamericana. Habrá que ajustar el equipo y ésa es la tarea de futuro. Varios se irán, otros vendrán. La Sudamericana está cerca.

El mejor del año

Peñarol comenzó el Clausura diez puntos por debajo de Nacional en la tabla anual y, luego la ganó con luz y anticipo. Ésa fue una gran tarea con méritos propios y con serias deficiencias ajenas. Nacional deberá hacer autocrítica y descubrir -no es muy difícil- dónde resignó puntos más allá de la doble exigencia que tuvo de actividad interna e internacional llevada al mismo tiempo, lo que no siempre es una situación negativa. Bien llevada, es muy beneficiosa.

El mejor del año ratificó su condición en las finales de mayo.

A la carga

La pobreza del partido, y de tantos rendimientos individuales, no puede ser ocultada. No fue un buen espectáculo observado desde la pureza técnica del fútbol, un ingrediente que nunca debe faltar.

El primer tiempo, pautado por una buena cantidad de amonestaciones inobjetables aplicadas por el ex futbolista Darío Ubríaco, no dio jugo de fútbol.

Destaque grande sólo mereció la jugada del gol de Nacional, sólo por eso, por marcar el rumbo. A partir de ese 1-0 el futuro del partido anunciaba alargue. Ya se contó: no se llegó a esa instancia. El segundo tiempo empezó aun peor y el gol llegó del otro lado, en la certera profundización realizada por Sergio Orteman hacia Aguirregaray y en el aprovechamiento pleno de éste.

Después vino lo más lindo. A los ponchazos, con apresuramientos, sin prolijidad, llegó la embestida de Nacional. La jugada antológica -y no hay que nombrar otra- fue el doble golpe al horizontal que se produjo en tres segundos, en una arremetida plural que culminó con los intentos del ingresado Sebastián Balsas, de cabeza, y en el derechazo de Coates. Esas “a la carga, reformers” produjeron contragolpes como el de Martinuccio llegando solo a los predios de Rodrigo Muñoz. No anduvo el argentino y en esa acción, en vez de culminar, chocó.

Distintos encares

Después del gol del empate llegaron los cambios. No convencieron los intentados por Eduardo Acevedo. Faltaban 20 minutos y no acudió al todo por el todo inevitable. Sacó a Tata González, alguien con quien combinar, que podría tener el bien ingresado Mauricio Pereyra. Tres minutos después, otra embarrada. Entró -y estaba bien- Chapa Blanco, pero salió Matute Morales, para quien en este caso no debería computársele el posible cansancio. Había que sumar calidad, no restarla. Debía salir un defensa -arriesgando, porque no cabía otra actitud- o Ferro. Con esa composición los pelotazos fueron la fórmula de ataque final y no dieron resultado.

De todas formas, ya quedó dicho, fue la parte más vibrante del partido. Aguirre, en cambio, fue pragmático. El Pato Sosa por Pacheco para reforzar la zona por donde Nacional echaría el resto, y dejó dos cambios pendientes por si había alargue y debía volver al balance perdido (recién cerca del final entró Alonso y en los descuentos, Román).

Cuando se viene del sufrimiento, las buenas nuevas se reciben con desahogo, con alegría multiplicada, con el corazón latiendo a mil, también con el festejo exagerado, con entusiastas salidos de cauce.

Que el gran objetivo deportivo logrado ayer por Peñarol encuentre rápido el orden natural de las cosas y escapemos -todos- a la anormalidad social que procrea. Cuando escribo, veo en un televisor que el festejo se transforma en enfrentamiento y no me gusta. A nadie le gusta y nadie lo quiere desde lo teórico. Muchos debemos estar equivocándonos porque eso se produce. Tenemos un desafío como sociedad para sanar al enfermo. Violencia y deporte no deben ser pareja.