El cielo celeste y un sol recuperado se habían dispuesto, finalmente, a acompañar la jornada, haciendo juego con los coloridos carteles de “200” y las escarapelas que atravesaban 18 de Julio. Sobre las 18.30 se podía transitar cómodamente la ancha avenida; unos poquísimos comercios tenían abiertas sus puertas y afuera se revolvían los vendedores de copos de algodón, manzanas acarameladas, pop, maní. Las luces de colores dispuestas alrededor de la estatua a la Libertad, en la plaza Cagancha, completaban el aire a carnaval, a fiesta colectiva que comenzaba a gestarse.

La gente iba y venía, de todas las edades: bebés transportados en sus coches, niños con globos de colores, adolescentes, jóvenes, adultos, ancianos, blancos, negros, rubios, nacionales y extranjeros, holgadamente mezclados. Cada quien con su subgrupo, cada uno en su mambo. Mate, cerveza, vino, tabaco y marihuana delataban las preferencias. Todo estaba ordenado y limpio por esas horas.

Poco antes de llegar a la plaza Cagancha había quienes huían de Dani Umpi, y estaban allí plácidamente los que convocaba, con un agite multicolor y tempranero. Daba cierto respiro ver circular sin problemas a decenas de personas en sillas de rueda: “200 años, ya era hora”, pensaba, aunque sólo fuera en un pequeño tramo de la capital. El escenario de la intendencia también estaba holgado por esas horas, pero un número de gente considerable y variado estaba allí mientras el grupo chileno Los Tres compartía los festejos “de este pueblo”.

Cierta adultez, por aquello de los 200 años, podía verse también en detalles como los nombres que portaban las camisetas de los guardias, que decían “prevención” en vez de “seguridad”. La policía estaba dispersa, y algunos móviles de bomberos ubicados acechaban mansamente en las perpendiculares a la principal avenida, donde también estaban las decenas de baños químicos. Un señor con una gorra de la 1001 ofrecía el periódico El Popular -que sacaba de una chismosa azul- en la esquina donde hace un siglo estaba el diario El Día, convertido hoy en un elegante casino. Al pie estaban “los aguateros”, que en un escenario de fardos y ruedas de carreta entregaban sachets de agua de OSE, bajo la consigna de cuidado dispuesta por la Junta Nacional de Drogas que recomendaba: “Encuentra tu punto y disfruta 200 años más... salú”.

Una hora después el tránsito ya no era tan fácil, sobre todo entre la intendencia y la plaza del Entrevero. La gente caminaba en busca del mejor espectáculo y sacaba cálculos frente a los carteles que anunciaban la hora y el lugar de los espectáculos. No faltaban las fotos, los encuentros pautados por celular, los niños pintándose la cara con los colores de la bandera.

Camino hacia la plaza Independencia también había movimiento, aunque faltaban cerca de dos horas para que empezaran los espectáculos. El silencio ensordecía en la ancha plaza, que por esas horas vivía una dinámica ajena a la cotidiana y bastante distinta a la del resto de los escenarios. La ocupación del territorio tenía un aire de picnic. “Nosotros vimos lo mejor, que fue el Fata”, se enorgullecía una señora sentada en el suelo. También había gente en los muritos de las fuentes, los niños correteando y trepándose a algún árbol. “Calentito, calentito este maní”, gritaba el manicero con una voz que retumbaba en toda la plaza. La tranquilidad ofrecía también su diversión; además, estar allí desde tan temprano les traería ciertos beneficios para visualizar el plato fuerte de la noche: el grupo de teatro urbano catalán La Fura del Baus, con un despliegue visual que se fue montando en el sitio durante toda la semana. En ese sitio y previo a la actuación del grupo argentino Choque Urbano, estuvo el presidente de la República, José Mujica, con su esposa, la senadora Lucía Topolansky, el antropólogo Daniel Vidart y la historiadora Marcia Collazo.

Cerca de una hora antes de que esto ocurriera, la gente seguía sumándose y cada vez era más difícil circular sin pecharse con otros transeúntes. En la plaza Cagancha Malena Muyala y un grupo de tamborileras mezclaban tango y candombe, mientras en el escenario próximo a la plaza del Entrevero decenas bailaban al son del Cuarteto de Nos.

Salir de 18 de Julio ofrecía todo otro escenario. Traía algunos beneficios, como poder comprar un pancho sin necesidad de hacer una cola de una decena de personas. Camino a la redacción de la diaria las calles con escasa iluminación contrastaban con el despliegue sobre la avenida principal y traían cierta remembranza de lo que podía haber sido esto hace un siglo, cuando el centenario. Haciendo el ejercicio de pensarnos 200, 100 años para atrás, llegué a los 100 para adelante, una de cuyas mejores proyecciones podría ser que por estas calles ya no hubiera gente viviendo y durmiendo sobre las veredas.

Proyecciones, nada más. Los fuegos artificiales explotarían después en el aire, y entonces sí, la iluminación sería más pareja, aunque artificial e instantánea, pero celebración al fin.