No sé si se la doy a Adrián Caetano, a Tarantino o a Spielberg, pero cualquiera de los tres se debería defender bien con el guión de la película de la vida del Torneo Apertura, definido en el seno de una familia -los Recoba-Perrone- con la figura épica del Chino Recoba devenido viejo guerrero definiendo una vez más el destino de este equipo tricolor, llenando de goce y liberando de angustia a cientos de miles de sus seguidores y hundiendo en una sensación cercana a la frustración a miles de los que un año y medio atrás lo alzaban en andas saludando su decisión de volver de Europa a Danubio.

Qué rara, intrincada y azarosa historia, ésta de Perrones y Recobas, con Rafa Perrone, exquisito futbolista de los 70 y 80, su hijo Diego y su yerno Álvaro, a quien seguramente reclutó e impulsó en su adolescencia. Los tres jugaron en Danubio y en Nacional, y han definido títulos para unos y para otros.

Recoba ayer, como en tantos otros partidos en los que jugó en Nacional este año, fue fundamental para el equipo de Marcelo Gallardo, al que los desvíos y degenaraciones del sistema regido por la bolsa de valores de los resultados y los puntos estuvieron a punto de dejarlo en default. Porque ahora parece que todos los que alentaban su despido, dimisión o renuncia con sus voraces recortes de realidad han olvidado que esta historia pudo no haber sido si, como ellos anunciaban -símil “bajan hordas desesperadas del Cerro” de 2002-, hacían saltar al novel técnico argentino después de que en la séptima fecha perdiera su invicto. “Acá no hay sangre”, dijo Ricardo Alarcón en la sede cuando aparentemente se empujaba a Gallardo desde los mentideros de radio-pasillo.

Y Gallardo, con su equipo, con su fórmula, con sus apoyos y con la genial aptitud técnica de Recoba, no sólo se quedó, tal como lo indicaba su contrato, sino que fue campeón con un excelente aprovechamiento de los puntos en disputa de la mitad del campeonato. Logró 22 de los 24 puntos disputados en las últimas ocho fechas, con el aditivo de que esos dos puntos que completan el 100% se le quedaron en un increíble partido en el que acható el arco de Fénix pero no pudo hacer que ninguna pelota entrara.

Hay apresuramientos y juicios interesados que hoy, tras los triples mortales de los que caen siempre bien parados, se camuflan con campeonatos perdidos por parte de otros -como que el campeonato los pierden Peñarol, Cerro, River Plate y siguen nombres-, pero no son capaces de advertir que este medio campeonato exitoso de los campeones vale lo mismo o hasta más que el medio campeonato exitoso de los potenciales campeones declarados así por precoces sabihondos a los que no les da la paciencia para esperar a que termine la competencia.

No parece estar bien que la lectura sea que el campeonato lo perdió Peñarol porque al arranque del torneo le había sacado siete puntos de ventaja a Nacional. El torneo se debería medir en aciertos y no en defecciones, en formas de desarrollo y no en resultados o coyunturas de hace un par de meses. El Nacional de Gallardo, del Chino, de los gurises con edad de cuarta y de los treintañeros la remó y ganó de la única forma que lo podía ganar: ganando. Y así se escribe por lo menos una parte de la historia.