A los 62 minutos Coates ratificó su condición de figura con una escapada digna de puntero y el Morro García hizo lo propio con su reputación de jugador de clásicos. Volvió a puntear una pelota exigido, con el cuerpo de un rival encima. Volvió a convertirle un gol clave a Peñarol, con categoría para definir y oficio para imponerse en el cuerpo a cuerpo. Pero estaba adelantado y el línea Pastorino omitió señalarlo. Su colega Moreira cometió el error opuesto, negándole el empate en la hora a Estoyanoff. Hubiera sido inmerecido, pero debió ser. Por eso éstas son horas de dardos contra la terna. En ese aspecto también el clásico fue bien clásico.

Los picos de emoción se concentraron en el segundo tiempo. Prácticamente en la recarga de la jugada del gol, Darío Rodríguez hizo de Coates y Aguiar fue un Morro menos afortunado. Recibió el pase atrás y su gran remate fue interceptado por Muñoz antes de dar en el horizontal y perderse al córner. El collar se completa con la jugada en la que el segundo asistente entendió que Estoyanoff estaba adelantado cuando partió un remate que, tras un grueso error de Lembo, terminó con toque a la red del Lolo.

El repaso de las principales emociones evidencia que el clásico no fue rico en fútbol. Estuvo lejos de ser de los peores, pero dejó poco para destacar. La mayoría de sus virtudes fueron generadas por Nacional, que se mostró más armonioso y ambicioso.

Aunque levemente superior en el arranque, el equipo de Aguirre chocó con una línea defensiva tricolor muy enchufada. Coates puntuó tan alto como mide y Lembo jugó para más de cinco puntos, aunque el error cometido en el empate que no pudo ser se ganó la etiqueta de desgracia con suerte. Además, Carrasco salió bien parado de su arriesgada apuesta por las bandas: Marques fue el de River y el juvenil Rolín salvó con nota su debut en Primera División. Es más, fue el que comenzó a empujar al equipo. El que lo tiró arriba con un par de incursiones que lo instalaron en cancha ajena a los 20 minutos.

Dicha supremacía lidió con una mala tarde de Fornaroli, quien fue bien sustituido por el Morro. La deuda del Tuna quizá se deba a que Viudez y Porta valieron más por su movilidad que por su precisión para dar el último pase. O a que Alejandro González fue el mejor carbonero. Ése es otro dato elocuente. A Peñarol le fallaron varios de los brillos de Porto Alegre. Aguiar estuvo lejos de ser el que puede y Olivera normalmente perdió. Urreta, que volvió tras más de 20 días de ausencia y ocupó el ala izquierda, acusó el faltazo. Y Corujo no pesó por la derecha. La suma de dos bajos rendimientos por las puntas, en las que tan bien defendió Nacional, limitó enormemente al equipo de Aguirre, tan dependiente del fútbol por afuera.

No es casual que el director técnico haya terminado el partido con el Lolo por la diestra y Martinuccio por la zurda. Cuando el partido se quedó sin mediocampo entre la desesperación aurinegra y el retraso del último Nacional, el primero ganó la línea final para poner el pase rastrero en un par de ocasiones. Pero, salvo en el final, dio la impresión de que las contras de Nacional eran más peligrosas que los intentos mirasoles. Y eso que Gallardo no pudo acompañar el buen fútbol de Pereyra y el mejor de Cabrera. Matías terminó siendo un protagonista involuntario del tumulto de rigor en los clásicos uruguayos cuando Guille Rodríguez se le fue encima y lo agredió en los descuentos. Un rato antes de la roja del zaguero, Aguirre instaló las críticas a la terna y también terminó expulsado. Fueron los toques cuasi policiales de la jornada. No podía ser de otra forma: estaba en juego la Copa Monte Carlo Televisión.