“Dios te va a castigar”, le espeta al arquero Garcés el núcleo cheto-pinochetista de los hinchas de Universidad Católica, que sucumbió ante un Peñarol que anda con ganas de meterse entre los cuatro mejores de América. La noche del Centenario tuvo de todo: comienzo chato, electricidad en el segundo tiempo, dos gruesos errores del meta trasandino y una hinchada ilusionada con la marcha copera del equipo de Aguirre. Mencionar las dos fallas del golero cruzado sin decir que Peñarol ganó con justicia 2-0 ante un rival durísimo sería casi tan pecaminoso como vestirse de arquero y salir a descolgar pelotazos a lo Garcés. Los errores que desencadenaron los goles aurinegros premiaron a Olivera y a Martinuccio, quienes olfatearon oportunamente pero que, sobre todo, hicieron un enorme despliegue durante un partido largo. De resolución tardía. Porque si bien el grandote abrió el marcador en el primer tiempo, sólo después del gol del argentino el señor del telón dejó su silla para tomar las cuerdas y hacer bajar la cortina. Y Martinuccio anotó en el cuarto minuto de descuento del segundo tiempo.

A esa altura se imponía una conclusión: que Peñarol no merecía quedarse sin la victoria. Lo demorado del segundo gol le viene al pelo a una sensación que nos invadió a varios. Es que el complemento alternó supremacías locatarias con respetables contras visitantes, a tal punto que la mínima diferencia se percibía como todo un negocio. Pero el partido se enamoró de las ganas del último Peñarol, el de Alonso y un ingreso clave para aguantar y jugar, el de Martinuccio corriendo todas. Y después de pensarlo hasta el límite del reloj, dio el “sí” ante ese segundo gol que puede haber definido la serie. Un “sí” que partió el estadio.

Lejos aún de semejante alegría, los hinchas un rato antes habían saltado en su butaca cuando los chilenos fueron por el empate. El salto más grande lo dieron a los 61 minutos: Darío Rodríguez sacó con maestría una pelota de la línea. Estuve a punto de agregarlo en la ficha, ahí donde dice “goles”. Porque lo que hizo valió tanto como eso. Fue la mayor cuota de sufrimiento carbonero de la noche. Como casi todas, resultante de lo mejor que tienen los chilenos: un juego rapidísimo y un toque envidiable para cualquier equipo uruguayo. Aun ganador, el ritmo de Peñarol fue de oficinista gordo, en comparación con el del visitante.

Menos mal que en el medio estuvo Freitas y que en la defensa brilló Guillermo. Resultaron dos puntales, hasta en los instantes más duros. En esos en los que Aguirre hacía y deshacía sin contener algunas de las virtudes ajenas. Corujo arrancó de lateral derecho y pasó a ser carrilero durante un breve lapso, que antecedió su pasaje a una posición de volante neto abierto y a la más tardía de integrante del doble cinco. Albín entró por la izquierda y terminó como lateral diestro. Aguiar cerró la noche de volante zurdo. Costó.

Los padecimientos de la derecha carbonera se unen con el peso del lateral Eluchans. Veloz, hábil y con recorrido, complicó enormemente. Como, también por ese lado, lo hizo el ingresado volante Felipe Gutiérrez. Por el otro, Cañete intentó sin tanto peso pero con rapidez. Desde el medio, Ormeño los alimentó bien, entre quite y quite.

Pero por notorias que hayan sido sus aptitudes, esta vez no les alcanzaron para sacar un buen resultado de visita. Anótese que nunca habían perdido en tal condición durante la copa y admítase que en eso radica otro dato que eleva a enorme la victoria de Peñarol. Ante la revancha del jueves que viene, pocas veces como ésta, la cruz la carga el rival.