Corría el segundo minuto del segundo tiempo en el Parque Central. Nacional era superado futbolísticamente por Universidad de Chile, que lo derrotaba 2-0 y se encaminaba a eliminarlo de la Copa Sudamericana en segunda fase.

Un rollo de serpentina cayó de la preferencial tribuna José María Delgado e impactó en la cabeza del primer asistente paraguayo Milcíades Saldívar, que de inmediato quedó tendido en el piso. Tras siete minutos de juego detenido, el estadio entero se dio cuenta de que el árbitro Antonio Arias había suspendido el partido. De no mediar alguna de esas aberraciones reglamentarias con las que el fútbol cada tanto nos sorprende, el momento en el que el juez arrancó para el vestuario marcará el final del último encuentro de los tricolores en la presente edición de la copa.

Mientras el agredido era retirado en camilla, una parte de la parcialidad locataria soltó la rienda de las más burdas miserias humanas. Esas que el fútbol es capaz de explotar como casi ninguna otra actividad. La noche se fue con la panza llena de irracionalidad, entre insultos a periodistas y dirigentes que nada tuvieron que ver con la agresión. Leguleyos, abstenerse: detenerse a analizar la intención de quien ocasionó el insuceso es hacerle el juego a la mezquindad. El partido fue bien suspendido. Nacional quedará bien eliminado.

En bandeja

Mucho antes de que el boletín policial de radio Montecarlo informara más y mejor lo que pasó con Saldívar, dos tempraneros y consecutivos ataques rápidos dejaron la serie a la mano de los chilenos. El Parque Central entró en estado de shock tras las anotaciones del delantero Vargas y del ayer volante Matías Rodríguez. Los golpes llegaron tan juntos, que a los chilenos habría que computarles un doble, más que dos goles: a los diez minutos estaban 0-0; a los 12, la U ya lo ganaba 2-0.

Durante buena parte del primer tiempo alarmó la simpleza con la que el equipo trasandino encontró espacios y corrió la cancha. Sus delanteros llegaron reiteradamente hasta la puerta del arco tricolor con una facilidad comparable con la de los basquetbolistas que se desprenden de la marca y meten el doble ritmo rumbo al aro.

No descartemos que nombres como “Charles Aránguiz” o “Eduardo Vargas” hayan sido simples caretas para ocultar identidades como la de Alexis Sánchez o Matías Fernández. Porque los azules desplegaron un fútbol letal. Rápido y preciso. Fueron un verdadero equipo, ante un conjunto de jugadores apenas unidos por las ganas de ir al frente. Tan enchufados como desconectados entre sí. El déficit de Nacional no fue de carácter ni de entrega. Fue futbolístico. Por momentos, su línea media se redujo a la invisibilidad ante la mosqueta trasandina. Píriz lució extraviado y, a sus espaldas, los zagueros más de una vez quedaron pagando al intentar cortar. La frazada tricolor se volvió cortísima. Muñoz lo notó a los nueve minutos, cuando el delantero Castro se perdió un mano a mano premonitorio.

En el peor instante, Abero fue el más claro para sacar adelante a los albos. En algún momento se sumó Porta y hasta arrimó brasa Cabrera. Pero Boghossian perdió reiteradamente ante el grandote Osvaldo González y Viudez hizo poco. Nacional tuvo no menos de tres buenas balas: a los 19 minutos, el arquero Herrera sacó un gran remate de Abero; a los 23, el Canguro erró en la nariz del arco, y a los 27, Viudez definió ancho y de zurda pese a estar bien posicionado.

Entre el 0-2, los minutos que pasaban y los potenciales descuentos desperdiciados, la misión empezaba a volverse imposible. Pero ni un pesimista de la talla de Antonini se imaginaba que la desventaja, el reloj y las imprecisiones apenas serían problemas menores en comparación con el que llegó desde la tribuna.