El futuro dirá si el 3-1 de ayer fue la piedra fundamental de la recuperación de Uruguay. Por ahora, sabe a indiscutible signo de mejoría tras los recientes tropiezos de la selección. La fría noche de Gdansk no fue obstáculo para la presión, la velocidad y la contundencia de un equipo que superó abiertamente a la anfitriona Polonia. Con la ratificación de algunas variantes ensayadas sobre el cierre de la dolorosa visita a Bolivia, los de Tabárez crecieron futbolísticamente y se despidieron de un año duro con la esperanza de que lo peor ya haya pasado.

El nuevo look depositó un importante rol en los pies de un inspirado Lodeiro. Partió de la chacra del doble cinco para soltarse como ese enganche más buscado que encontrado en los últimos años. Lo había hecho en La Paz, donde entró cuando a Gargano se le fundió el motor. El Cebolla fue un apoyo fundamental. Completó una línea de volantes también integrada por Arévalo Ríos y por el Tata González. Suárez mantuvo su indiscutible cupo ofensivo, pero esta vez Cavani jugó a su lado, porque reiteró el adelantamiento con el que cerró la tarde del Hernando Siles. Fueron dinamita. Las chispas llegaron desde atrás, gracias a la presión de Lodeiro y del Cebolla, que no pararon de ahogar la salida.

Tengo pruebas. En el primer gol, el lacacino jugó profundo, Suárez desbordó y metió el buscapié. Cavani no pudo conectar en el área pero forzó el autogol del zaguero Glik. En el segundo, el involuntario anotador fue víctima de una de las mejores jugadas del partido. Suárez le tiró un caño de saneamiento por el fondo del área, reiterando por enésima vez su singular habilidad para colarse por la línea final, con pasta de ladrón que escapa por el pretil. Antes, le metió un gorro apenas sucio al volante Polansky. Culminó con otro pase bajo a la nariz del arco, que Cavani esta vez conectó. Todo nació con Aguirregaray, el Tata y Lodeiro, que desactivó un encierro sobre el lateral con un gesto técnico que le dejó la pelota a Suárez. Apenas iban 34 minutos.

Ambas jugadas reflejan un saludable espíritu colectivo. La velocidad y la precisión se dieron la mano como hace tiempo no lo hacían. Pero la hipótesis de haber enfrentado a un rival débil llama a la mesura. A Polonia le sobraron intentos por las bandas culminados con centros inocuos. El delantero Lewandowski quedó aislado. Lo mejor pasó por las combinaciones cortas y hacia el medio del área, que complicaron a los celestes. A los 44 minutos, el volante Grosicki tocó con el más ofensivo Obraniak y remató con riesgo. La receta del embudo se repitió a los 59 cuando el lateral Piszczek quedó frente a un enorme Muslera, que ganó el cara a cara. La ruta central desembocó en el descuento polaco, que llegó con un gran remate de distancia de Obraniak a los 64.

Pero dos minutos más tarde, Suárez resolvió un mano a mano larguísimo y cerró la cuenta. La maldición de la frazada corta cayó sobre los locatarios, que durante todo el segundo tiempo jugaron adelantados y facilitaron peligrosos pelotazos. Suárez redondeó un partido perfecto. El tercer gol fue el premio a su solidaridad. O el premio consuelo a una maniobra que hubiera entrado en la historia: trate de ver la media vuelta lejana con remate al horizontal de los 30. Maldito sea el centímetro que le negó un gol de catálogo.

Tabárez aprovechó el trámite a favor para doblar la apuesta por los buenos pies y puso a Ramírez para engrosar una línea de volantes ofensivos. Entre otros, les dio ingreso al Chori Castro y a Stuani, las dos novedades de la nómina. Jugaron pocos minutos. Sería bueno verlos más. La Gerencia Deportiva gestiona un amistoso para febrero, que quizá sirva para eso. Pero el nivel de los de siempre más el retorno de ausentes de la talla de Forlán les auguran una pelea difícil. Es que, aunque suene contradictorio, el proceso parece ser dueño de casi todas las respuestas a sus propias preguntas.